Corría la temporada 1988-89 de la Liga Española y cuando faltaban 12 fechas para su finalización, el Real Madrid de la Quinta del Buitre mantenía 3 puntos de ventaja sobre el Barcelona -el primer proyecto de Cruyff- y se encaminaba hacia su 4° título consecutivo. Sin embargo Johan Cruyff, quien contaba en su plantel con figuras extranjeras como el brasileño Aloisio Pires Alves y el inglés Gary Lineker, tenía planeado contratar otro extracomunitario para darle un salto de calidad al equipo y poder alcanzar a los merengues en lo más alto de la tabla. En principio sonó el nombre de Brian Laudrup y también de Enzo Francescoli, que jugaba en el Racing de París. Pero ninguno de los dos pases se pudo concretar. Entonces el entrenador se acordó de un jugador no tan mediático pero con gran calidad técnica que lo impresionó durante su paso por el fútbol de Estados Unidos.
Aquel jugador era el paraguayo Julio César Romero, más conocido como Romerito, quien se había iniciado futbolísticamente en Sportivo Luqueño y destacado desde muy joven en la selección de su país. Sin ir más lejos había sido balón de plata en el Mundial Juvenil de Japón 1979 por detrás de Diego Maradona. Ese mismo año, Romerito fue determinante para la consagración de Paraguay en la Copa América, ya que hizo dos goles en la final contra Chile.
Todos estos logros a nivel internacional lo catapultaron al fútbol de Estados Unidos, más precisamente al Cosmos de Nueva York, junto a Neekeens, Van der Elst, Carlos Alberto y Chinaglia, donde jugó entre 1980 y 1983 y obtuvo dos campeonatos. En esa liga coincidió con Johan Cruyff, quien jugaba en los Washington Diplomats.
Luego de su paso por el Cosmos, recaló en Fluminense de Brasil para desplegar su fútbol durante cinco años (1984-1989) al máximo nivel de rendimiento. Allí conquistó dos títulos cariocas y el Brasileirao y se convirtió en el mejor jugador de la historia del Flu. En 1985, incluso, fue elegido como el mejor jugador sudamericano del año. Sin embargo, y pese a ser adorado por los hinchas, las diferencias económicas con el equipo brasilero hicieron posible su salida y esto favoreció a Cruyff para contratarlo.
Procedente de Fluminense, Romerito llegó al Barcelona con un contrato de tres meses y dos días antes de jugar el clásico frente al Real Madrid. “Si Dios y la virgen de Caacupé me ayudan, debutaré el sábado y venceremos al Madrid”, anunció en su presentación. A pesar de la sorpresa que causó su contratación, no hubo críticas por parte del hincha culé. Todos se ilusionaron porque lo veían como el jugador que llegaba para ayudar a vencer al Real Madrid y cortar con su hegemonía en la Liga. Por eso la prensa catalana lo bautizó como Romerito Superstar.
El día del partido, Cruyff confió en Romerito y le dio la titularidad, dejando a Lineker en el banco. Pero el paraguayo no conocía a sus compañeros, ni siquiera se había entrenado, y encima arrastraba el jet lag de su largo viaje desde Brasil. Todo esto dio como resultado un debut para el olvido. Con oportunidades de gol desperdiciadas, una tras otra, y poco juego asociado. El partido finalizó 0-0 y así el Barcelona dejó escapar la Liga, que terminó en manos del Real Madrid aventajándolo por 5 puntos.
Dos meses después, con solo 6 partidos jugados y un gol (al Málaga), Romerito se despidió del Barcelona con mucha más pena que gloria. Ni siquiera participó del triunfo frente a la Sampdoria de Italia por la Recopa. En el club nunca más se supo del paraguayo, quien está considerado como uno de los peores pases de la historia del equipo catalán. Sin dudas, Romerito Supertar es y siempre será aquel crack que llegó para ser la estrella de un clásico en el Camp Nou y terminó estrellado.