Cuando se levantó la chapa con el número 13 que indicaba el dorsal del jugador que entraba, Arnor Gudjohnsen se sorprendió: ya sabía que salía él, pero no podía entender por qué lo reemplazaba su hijo. Y si el que pisaba el césped era su hijo, no podía entender por qué salía él.
Islandia ya ganaba 3-0 en su visita a Tallin, con tres tantos tempranos de Gunnlaugsson. Nada podía cambiar demasiado en el partido. El volante que ahora dejaba la acción podría haber cumplido el sueño de su vida, ése que había manifestado diez años antes en una entrevista sin saber que podría hacerse realidad: compartir la cancha con su hijo en un partido internacional. Era tan fácil como seguir jugando, que saliera un compañero, que el entrenador eligiera a otro para irse a descansar.
Sin embargo, se tragó la frustración y allá fue, emocionado pese a todo, al trote, para concretar el cambio y dejar estampado un beso en la mejilla de su muchacho, que debutaba con la selección su país en ese partido amistoso frente a Estonia. Era 24 de abril de 1996. Eidur, el delantero que ingresaba al campo, tenía 17 años. Casi convierte en su primer partido: le taparon una pelota sobre la línea que podría haber estirado la goleada. El padre, que se sentaba junto al DT, estaba por cumplir 35.
Esa situación no se dio nunca más a nivel internacional. Los Gudjohnsen habían hecho historia, pero de una manera particular. Ni siquiera llegaron a paladear del todo ese momento irrepetible: ambos esperaban jugar juntos, armar paredes desde adentro de la línea de cal. Era su esperanza, una vez que habían compartido el plantel. En cambio, uno sustituyó al otro.
Los dos se amargaron por no haber podido ser la primera pareja de padre e hijo en disputar un partido para el seleccionado de su país. En realidad, la decepción no fue tanta porque esperaban lograr esa marca un par de meses después, cuando Islandia tenía previsto un duelo ante Macedonia, por las Eliminatorias para el Mundial de Francia ’98 .
La historia oficial marca que el presidente de la Federación, Eggert Magnússon, le dio una orden explícita al entrenador de entonces, Logi Ólaffson: no debía alinear a Eidur y Arnor juntos, porque quería que el hecho histórico se diera por primera vez en suelo islandés, en aquel partido que se venía.
Sin embargo, un mes después del juego con Estonia, el menor de los Gudjohnsen se rompió el tobillo en un partido del Sub 18 ante Irlanda, y ya no volvió a jugar en el con el equipo mayor hasta dos años después, cuando su padre ya se había retirado del fútbol.
“Es la máxima pena que arrastro de mi carrera futbolística, no haber podido estar junto a mi padre en un partido internacional”, dijo Eidur en una entrevista del año 2007. Su padre reiteró esa misma consigna en varias oportunidades.
El hijo se fue muy joven al extranjero para jugar en una de las grandes ligas del fútbol europeo, como había hecho el padre. El hijo debutó en la Selección cuando era apenas un adolescente, como había hecho el padre. El hijo debió volver de duras lesiones, como había hecho el padre. Uno y otro se acompañaron. Eidur aseguró que, por la experiencia que había vivido Arnor como futbolista, era su consejero ideal, incluso a la distancia.
En aquellos primeros años del juvenil en el PSV holandés, cuando el veterano ya estaba jugando en Suecia tras pasar sus mejores años acumulando ocho títulos en el Anderlecht belga, padre e hijo hablaban por teléfono a diario. El menor, muy alto, con buena fortaleza física pese a su corta edad, recibía las recomendaciones del más añejo. Arnor sabía de éxitos y frustraciones: fue elegido mejor jugador de la Liga belga en 1987 y falló el penal definitorio en la final de la Copa UEFA ’84, ante el Tottenham.
“Él tenía más técnica que yo, era más dúctil”, reconoció el padre. “Él era mucho más potente, yo tenía mejor control con la pelota al pie”, describió el hijo.
Rápidamente, y de la mano de los consejos de su padre, Eidur se convirtió en un proyecto interesante junto a un compañero de su equipo que también pintaba bien, un brasileño llamado Ronaldo.
Más temprano que tarde alcanzó a ganarse un lugarcito en su seleccionado. Padre e hijo se reencontraron en un vestuario de fútbol. “Era raro verlo ahí, cambiarte los botines con tu padre mirando”, declaró Eidur. Luego vino la lesión, que no le impidió pasar por clubes como Chelsea y Barcelona en su ilustre carrera.
Al final, dejaron la imagen de un abrazo, un beso paternal y una sustitución. Y la increíble historia de dos generaciones que jugaron el mismo partido para su selección, pero que no pudieron cruzarse en cancha ni siquiera un minuto.