Se llama Iñaki y juega en Bilbao, algo que no puede llamar la atención. Milita en el Athletic, para más datos, y tiene 20 años. Hasta ahí, todo normal y corriente. Pero es negro. Y el detalle lo hace a uno rascarse la cabeza por contexto: en un club que por su filosofía no acepta jugadores extranjeros en sus filas, aparece uno que destaca rápidamente por su color de piel. ¿De dónde salió un vasco negro? ¿Será, efectivamente, vasco?

williams--644x362Curioso nombre, Iñaki, para un futbolista negro. El que haya visitado Bilbao probablemente sepa que en las calles aparecen algunos pocos inmigrantes africanos, aterrizados vaya uno a saber cómo en ese clima hostil de inviernos nevados. Quizá por el manejo del idioma, quizá por la falta de documentos adecuados, normalmente no tienen una inserción muy profunda en la sociedad vasca. Muchos son manteros. Se los ve en las peatonales vendiendo relojes o juguetes o ropa o algo similar. Y el pueblo vasco, no está muy claro si era por lo difícil que resultaba pronunciar sus nombres reales o porque nadie sabía exactamente cómo se llamaban, bautizó al colectivo con un nombre genérico y conocido: los Iñakis. Incluso les dedicaron una canción:  “Iñaki, ze urrun dago Kamerun” (Iñaki, qué lejos está Camerún), compuesta por el grupo Zarama.

Increíblemente, el primer muchacho de origen subsahariano en vestir la camiseta rojiblanca del Athletic en sus 117 años de historia, comparte el nombre genérico que recibió su grupo étnico. Iñaki Williams –de él hablamos- cumple con las dos condiciones filosóficas del estricto equipo bilbaíno para poder jugar en él: hay que haber nacido en el País Vasco o haberse formado en las divisiones juveniles del club. Delantero, de 20 años, nacido en Barakaldo, Williams es la nueva joya forjada en la cantera de los Leones.

“Me siento vasco pero una parte de mí es africana”, dice el jugador que cuenta con alguna foto/evidencia en la que se lo ve de niño con una txapela y la casaca de su club actual. “Yo he nacido aquí, llevo veinte años aquí, pero los orígenes y las raíces no se olvidan. Mis padres nacieron en Liberia y sientes que toda tu familia está allí”, cuenta con orgullo.

 El pueblo vasco, no está muy claro si era por lo difícil que resultaba pronunciar sus nombres reales o porque nadie sabía exactamente cómo se llamaban, bautizó al colectivo de inmigrantes africanos con un nombre genérico y conocido: los Iñakis.

Williams no es el primer jugador negro en haber debutado en la Primera del club. Jonas Ramalho –hijo de padre angoleño y madre vasca- tuvo un paso por la máxima categoría en la época de Marcelo Bielsa. Sin embargo, la peculiar historia del actual atacante viene llamando la atención en los medios españoles.

“La he metido, la he metido”, cuentan que gritaba casi desesperado tras empujar con la rodilla aquella primera pelota que terminó en la red. Sin embargo sabe bastante bien de qué se trata eso de superar a un arquero. En la temporada pasada, metió 38 goles en 36 partidos en el equipo juvenil, cuando todavía usaba una cresta y lo llamaban “el Balotelli de Lezama”. Y en la filial del Athletic, en Segunda B, marcó 13 tantos que le valieron, hace apenas un mes y monedas, ganar el Balón de Oro al mejor jugador de la tercera división de España.

2014_12_6_PHOTO-aa09dac7e3544e2396254b4a76ae1735-1417886552-19Su crecimiento resulta increíble y su grado de notoriedad, también. Tal es la atención que concitó en los medios de la zona que en la habitual caminata que realiza junto a su novia –estudiante de enfermería- en la cercanías del Guggenheim, el museo símbolo de la ciudad, los de la caseta lo cargan: “Willy, eres más mediático que nosotros”. Y él sigue el juego: “Alguna ventaja debe tener ser negro”.

En aquel juego contra el Madrid, se fue ovacionado por todo San Mamés al ser sustituido. Ese aplauso resultó un símbolo que captó perfectamente el periodista Eduardo Rodrigálvarez, en un artículo del diario El País llamado “Williams, de Bilbao de toda la vida” (juego de palabras con un dicho común en la ciudad). Transcribimos un fragmento:

“Cuando Valverde lo cambió, ya agotado, San Mamés atronó con un grito unánime: ‘Iñaki, Iñaki, Iñaki’, que en cierto modo parecía un reconocimiento a todos los subsaharianos que venden paraguas, películas, discos o bolsos en el Casco Viejo bilbaíno. La melodía debió llegar a sus oídos porque el domingo todos los iñakis decían ser amigos de Iñaki. Y quizás lo fueran. Y si no, su argucia comercial no era más pecaminosa que la de un dentista recomendando un dentífrico”.