Sábado al mediodía, estadio Nueva España. Las camisetas rojas colorean la calle Santiago de Compostela, en Bajo Flores. En La Glorieta, los más jóvenes esperan el horario del partido y agitan banderas rojas y amarillas, bajo el sonido de bombos y platillos. En la confitería, unos cuantos inmigrantes españoles, los mismos que fundaron el club en 1956, juegan a las cartas. Sus hijos y nietos los acompañan. No es un día cualquiera para Deportivo Español, no es un partido más. Los rumores sobre el interés del Gobierno de la Ciudad de quitarle terrenos al club se convirtieron en un hecho.
A pocos metros de allí, un muro gris les recuerda a los hinchas gallegos las instalaciones que el Gobierno porteño les quitó en el 2008. En aquellas hectáreas donde se había prometido impulsar el deporte de la Ciudad a través de un complejo deportivo para el uso común, se levantó una pared. La Policía Metropolitana entrena hace diez años en esos terrenos que pertenecieron a Español y lo llevaron a convertirse en una pieza fundamental para los chicos del sur de la Ciudad al brindar alimentación y recreación.
El club gallego estuvo en proceso de quiebra durante dos años hasta que el 30 de junio de 2000 cerró en forma definitiva por una orden judicial del Juez en lo Civil y Comercial Juan Garibotto. Tras la medida, los jugadores del plantel profesional de fútbol quedaron en libertad de acción y las instalaciones del club serían subastadas. El 30 de abril de 2007, en la esquina de Lavalle y Libertad, miles de hinchas de Español se juntaron a la espera del remate de los terrenos ubicados en el Bajo Flores. “El club vuelve a su casa” dijo aquel día Luis Tarrío Gómez, actual Vicepresidente de Deportivo Español, y los socios soltaron el llanto retenido. El club resurgía y con él las instalaciones que habían permanecido cerradas durante cuatro años. La Corporación Buenos Aires Sur –dependiente del Gobierno de la Ciudad– adquirió los terrenos en un remate donde hubo otro seis oferentes. En ese panorama, era la única carta a favor: los terrenos serían cedidos a un tercero, el beneficiado sería Deportivo Español, pero bajo otro nombre. Las banderas rojas colorearon la esquina y los hinchas gallegos festejaron la vuelta.
El club volvió a su cancha. El 21 de mayo de 2008, se firmó un comodato por el que el Gobierno porteño le cedió por veinte años los derechos al Club Social, Deportivo y Cultural Español –nombre que adquirió en 2003 para poder seguir participando en los torneos de AFA– sobre 7 hectáreas del predio para “ser destinado al desarrollo de actividades deportivas, recreativas y culturales abiertas a la comunidad”. Las otras 8 hectáreas quedaron bajo el uso del Gobierno de la Ciudad, con la idea de crear un predio deportivo. Algo que nunca ocurrió, porque con la asunción de Mauricio Macri como Jefe de Gobierno, se levantó el muro y la Escuela de la Policía Metropolitana ocupó su lugar. La pileta olímpica, las canchas de tenis y béisbol, los quinchos y el gimnasio cubierto quedaron del otro lado del muro, y así se perdió parte de la actividad social que realiza Español en los barrios del sur.
En 2018, se cumplirán diez años de la firma del comodato. Aquel contrato sostenía que la cesión de los terrenos podría extenderse por diez años más a solo requerimiento del comodatario, es decir, Deportivo Español. “El podrá tiene un problema porque habilita la decisión final al comodante, es decir, al Ministerio de Seguridad”, sostiene Carlos Villares. Y ahí está el vacío legal que le da la última palabra al Gobierno de la Ciudad.
Diez años después, los hinchas vuelven a juntarse para defender una vez más sus colores. El club que supo representar a la comunidad gallega perdió su identidad al mismo tiempo que sus terrenos: dejó de ser un lugar de encuentro y pasó a ser un club de fútbol. En ese retroceso, la pérdida de las hectáreas que hoy ocupa la Policía Metropolitana tuvo mucho que ver. “Para volver a ser un club social, aquel que llegó a contar con 25 mil socios, necesitamos cierta infraestructura –dice Tarrío Gómez–. Lo que hoy nos proponen puede estar bueno. Pero el problema más grande es la desconfianza. Si vos me diste diez años, y luego otros diez, y ahora me lo querés quitar… no es lo acordado”.
Ante este panorama, están aquellos hinchas que levantan la voz para decir que “Español no se toca”. Por otro lado, aparecen los socios que prefieren tener cautela y recuerdan lo que costó volver a pisar su casa luego de la quiebra: “A mi pesar, si en una pelea vamos a perder los terrenos, hay que aceptarlo. Si lo que nos dan a cambio es algo cercano al club, nos permite un renacimiento. Por eso hay que ser cautos”, sostiene Carlos Villares (51) socio y presidente de la peña Unidos por Español.
Negociaciones y desconfianza
En octubre de 2016, el Gobierno de la Ciudad se acercó a Deportivo Español para comunicarle su interés en agrandar las instalaciones de la Policía Metropolitana. Los terrenos afectados serían la confitería, el estacionamiento, la cancha 2 y el baby fútbol.
“En un comienzo nos plantearon la urgencia de resolver la situación, aunque en los hechos no se nota. Tuvimos infinidad de reuniones y los avances no han sido muchos. Nosotros necesitamos que cumplan la primera promesa que hicieron: cuatro canchas construidas y vestuarios según la reglamentación de la AFA en la Avenida Castañares. Y en Asturias y Compostela, donde está la Cancha 4, la nueva sede social con una nueva confitería, sector administrativo, cancha de futsal techada y una pileta de natación”, le dijo Daniel Calzón, presidente del Club, a la Prensa de Deportivo Español.
Sin embargo, sobre cimientos de vaivenes se construyen las negociaciones entre ambas partes. Allí radica la desconfianza de los socios y los dirigentes. El diálogo se estancó cuando el Gobierno de la Ciudad dio marcha atrás sobre su propia oferta. Las irregularidades y cambios de dirección hacen que los hinchas gallegos no vean con buenos ojos las propuestas.
“Lo único que pedimos es que nos escuchen. Pero no hay seriedad, cambian los interlocutores. Yo no puedo cambiar el ofrecimiento y el interlocutor todos los días. Al final, terminan siendo unos mentirosos. Hay que pensar en el futuro de la zona sur, de los chicos y la comunidad. Ellos no puede pasar por alto que el barrio está pegado al club”, enfatiza Emanuel Gómez, socio del club.
En las negociaciones, no solo se juega el futuro de los terrenos. También, la importancia de sacar a 2000 chicos de la calle, el valor de la actividad social que hay que respetar y cuidar.
Hoy no sólo se pone en juego el posible resurgimiento del club, sino también la función social que cumple en el sur de la ciudad. Desde su creación, Español estuvo ligado al crecimiento de uno de los barrios más relegados de la ciudad. Sin ir más lejos, el teléfono al Bajo Flores lo llevó Español; el primer médico, también.
Junto al recelo que generan las idas y vueltas que llegan desde el Ministerio de Seguridad, la pérdida de los terrenos perjudicaría la actividad social. “Nosotros estamos formando jóvenes con los valores de la ética y el deporte para un futuro. Los chicos que meriendan tienen una alimentación que el gobierno no les da, los chicos que hacen deporte tienen una contención que el gobierno no les da”, afirma Emanuel Gómez. Esta actividad se vería perjudicada frente al futuro arreglo: la posibilidad de mover las canchas auxiliares a diez cuadras del club afectaría a los más chicos por lo peligroso que resulta la ubicación de aquellos terrenos.
Desde la dirigencia también hacen énfasis en el papel que cumple Español para los chicos de Bajo Flores. “En el barrio, tenemos un trabajo muy importante. Desde el Gobierno, a pesar de que hay varios clubes de barrio que reciben una mano, nunca recibimos un aporte… ni en relación a los impuestos, ni a nada”, cuenta Tarrío Gómez.
El bolsillo y el corazón
Las negociaciones recién comienzan. Los gallegos saben que no quieren volver a perder. De ahí, las dos posturas: “Que la Policía se vaya al Indoamericano. El club no se mueve” o “Se cede, si sirve para el resurgimiento del club”. Deportivo Español hoy aparece en las noticias por sus novedades futbolísticas. Eso les duele a sus socios. Quizás porque las cenizas de algunos de sus familiares muertos fueron arrojadas sobre el césped del Nueva España; quizás porque el club fue aquel lugar donde muchos españoles plantaron árboles; quizás porque reforzó los lazos entre padres, hijos y nietos.
“No quiero morirme sin pisar mi club otra vez”, dijo Aurora, socia fundadora aquel 30 de abril de 2007 en las inmediaciones de Tribunales. Esperaba impaciente la resolución del remate de los terrenos. Días después, cuando el club reabrió después de cuatro años, lloró de emoción –y de tristeza, también– al ver el estadio Nueva España repleto de arbustos, con un pasto que superaba el metro y medio de altura, animales pastando y un árbol que crecía en una de las áreas.
Así lo expresa Emanuel Gómez, quien llegó a los ocho años desde Santiago de Compostela. Su papá fue socio fundador y lo trajo al país junto a su mamá cinco años después de la creación del club. Hace 55 años que es socio; Deportivo Español tiene 60. “Ser español es un orgullo. Ser gallego, una distinción”, se emociona.
Y así lo cuenta Luis Tarrío Gómez, hijo de españoles, quien alentó durante toda su infancia en el estadio Nueva España. Sin embargo, con el tiempo dejó de concurrir al Bajo Flores. Un día, su hijo, después de treinta años, le pidió ir a ver a Español. En aquel momento, el club ya no transitaba la Primera División y el público no era tan numeroso como años atrás. Sin embargo, cuando terminó el partido su hijo se acercó y le dio su carnet de Boca. Segundos después, lo miró y le dijo “Ahora soy de Español. Si no vengo acá falta uno, si no veo a Boca no se entera nadie. Me diste todos los gustos, abrime el club. No dejes que se muera”. Luis se lo prometió y cumplió. Lo que pasa, como sostuvo años atrás en una entrevista en el diario El Español, cuando a los españoles les hablas de bolsillo, te responden con el corazón.
*Publicado originalmente en lavaca.org