Para que nadie se atreva a sugerir que Un Caño es una revista de cabotaje, en este número expandimos las fronteras y decidimos investigar sobre el origen del nombre de un club de la tercera división de Gales. Un club que se llama… Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch.

Sí, el nombre más largo del mundo, dale campeón, dale campeón. Una frondosa sucesión de vocales y consonantes, una sopa de letras.

cortoFundado en 1899, y como sucede en otros lugares, el nombre del club fue tomado del nombre del pueblo, cuya traducción al español significa “la iglesia de Santa María ubicada en el hueco del avellano blanco, cerca del torbellino rápido y de la figura de San Tisilio de la gruta roja”. Un vaso de agua a la derecha. O, por qué no, una ambulancia.

¡Qué desafío extremo para las hinchadas! ¿Cómo se hace para cantar “sí, sí, señores, yo soy de la iglesia de Santa María ubicada en el hueco del avellano blanco…”? Digo: ¿cómo se hace para cantar y que no termine el partido antes de llegar a la segunda estrofa? Así como cualquiera podría pensar que este maratón fonético salió de una mente proclive a los discursos infinitos como la de Marcelo Bielsa, la leyenda dice que los autores del nombre de este pueblo galés de 3.000 habitantes pretendían que el cartel de su estación de trenes se destacara por tener “el nombre más largo de toda la red ferroviaria del Reino Unido”. La historia de la humanidad: a ver quién la tiene más larga.

Claro, para evitar que el Víctor Hugo galés se descompense al decir “la lleva Terry Williams, barrilete cósmico del Llanfairpwllgwyng…”, los dirigentes decidieron abreviar el nombre y lo que eran cincuenta y ocho caracteres se redujeron a doce. Así, el club también se conoce como el Llanfairpwll FC.

Imaginemos este diálogo con un movilero de radio:

–Sí, muy buenas tardes a toda la audiencia, acá estamos con Denis Stracqualursi, capitán del Llanfairpwll FC. ¿Por qué no vas a jugar el domingo?

–Vengo de hacerme un electroencefalograma y me han detectado un esternocleidomastoideo en la zona del cuello por exceso de ciclopentanoperhidrofenantreno.

–¡Qué mala noticia! ¿Dónde estará la clave del partido, entonces?

–En que a mis compañeros no se les ocurra hacer dos cortas y una larga. ¡Son todas largas o nos vamos al descenso!

–Gracias, Stracqualursi. Muy amable.

–Gracia a vo’, y hasta siempre.

Además de jugar con camiseta naranja, como si fuera la Holanda de Robben, el Llanfairpwll FC se caracteriza por disputar un torneo en otro ámbito, el de la actualización permanente en el libro Guinness de los Records. Allí aparecen nombres tan o más extensos que el del club galés. En Nueva Zelanda, por ejemplo, y en lengua maorí, existe una montaña que se llama “Taumatawhakatangihangakoauauotamateaturipukakapikimaungahoronukupokaiwhenuakitanatahu”.

Es record mundial: ochenta y siete letras.

También, y si bien no está incluido en el Guinness porque ya dejó de usarse, el nombre original de Bangkok, en Tailandia, era más largo todavía, de ciento sesenta y tres caracteres: “Krungthepmahanakornamornratanakosinmahintrayutthayamahadilokphopnopparatrajathaniburiromudo-  mrajaniwesmahasatharnamornphimarnavatarnsathitsakkattiyavisanukamprasit”. Larga la bocha.

En la literatura también se consigue, diría el Ratón Ayala. En el 392 a. C., en su comedia Las Asambleístas, Aristófanes inventó una palabra de 183 letras para referirse a un plato de comida que incluía “todos los ingredientes”. Y que en este caso no lo vamos a transcribir por cuestiones de espacio. En fin, minucias que nos sirven para acompañar el relato sobre el Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch.

Un equipo imbatible si se define en el alargue.