Consideren estas letras como un un escrito que tiene por objeto celebrar la democracia deportiva. Porque ése es el espíritu con el cual se gestan campeonatos inclusivos, como el que hoy –finalmente, y pese a todos los defectos que puedan achacársele a la Copa Argentina- estamos viviendo en el país. Y ése, también, es el espíritu a partir del cual nació el fútbol. Fíjense, si no, en el torneo más viejo del mundo, y descubrirán que también es el más igualitario: FA Cup, Inglaterra, desde 1871.
FA no es otra cosa que “Football Association” (asociación de fútbol), siglas para la AFA que maneja los destinos del fútbol inglés. En cambio, 1871 es un año que dice muchísimo. Es la Copa que, a diferencia de la Liga, se define con todos, absolutamente todos, por duelos de eliminación directa. Después de 131 años de vida, la Copa en cuestión sólo se interrumpió en los años de las Guerras Mundiales. Además, hay que tener una idea de lo que significa esa antigüedad: en Argentina, sin ir más lejos, el fútbol amateur recién desembarcó de manera organizada unos veinte años después.
Ahora bien, ¿por qué es posible que un torneo perdure durante tanto tiempo sin modificaciones fundamentales a su formato? Probablemente, por dos singularidades que la hacen única: representatividad y horizontalidad. Es que la FA Cup responde desde su inicio a un par de instintos futboleros. El primero es, justamente, que sólo avanza de ronda un equipo que vence mano a mano a otro. El segundo es que no hay cabezas de serie, ni un cuadro pre-establecido. Cada una de las rondas se define por sorteo, y el sorteo sólo se realiza cuando se terminaron de jugar todos los partidos de la ronda anterior. Así, cuando un equipo gana, no tiene ni idea de con quién va a enfrentarse en el encuentro siguiente. De hecho, tampoco sabe dónde jugará ese encuentro, porque también se sortea qué equipo será local y cuál será visitante. La final, claro, se juega en campo neutral: normalmente, en Wembley. El ganador juega la Europa League.
En cuanto a la representatividad, la cantidad de equipos que entra a la Copa no tiene igual en ningún otro campeonato del planeta. Porque si bien el torneo presenta formalmente un total de ocho rondas, también cuenta con seis ruedas de clasificación (que estrictamente ya son parte de la Copa) y dos fases preliminares. En total, son dieciséis rondas eliminatorias, contando la final y la semi. La eliminación simple y la incorporación progresiva de los equipos de divisiones mayores entregan un total increíble de 752 participantes. Por supuesto que allí están incluidos los clubes de Primera, Segunda, Tercera y Cuarta División. Pero imaginen la cantidad de conjuntos humildes, zonales y desafiliados de cualquier liga profesional (o similar) que terminan ingresando a la fuerza en los cuadros principales.
Las fases pre-clasificatorias se dividen por zonas geográficas para ahorrar gastos de traslados a los participantes. Y para mantener cierto premio deportivo –y también el interés del negocio en las fases más avanzadas del torneo–, los equipos de la Premier League recién ingresan en el sorteo a partir de la tercera ronda formal de la Copa (o sea, de la 11ª fase si se cuenta desde la preclasificación, lo que significa que pueden ser campeones jugando un mínimo de seis partidos). Por lo general, ahí empieza a suceder la magia.
Un dato importante es que los enfrentamientos en esta Copa no se juegan con ida y vuelta. El ganador se define en 90 minutos en el estadio que determinó el sorteo. Si no hay ganador, no hay alargue ni penales: se juega otro partido en la cancha del que fuera visitante la primera vez. En ese segundo juego sí hay tiempo extra y definición desde los doce pasos, pero eso recién se implementó en los ‘90. Antes, se jugaban revanchas consecutivas hasta que uno de los dos equipos resultara vencedor. En 1971, Alvenchurch y Oxford City jugaron seis partidos para definir un partido de la clasificación. Hoy, para evitar incidentes violentos y para ajustarse televisivamente al espectáculo, tampoco hay revanchas en las semifinales y en la final. En 1975, Fulham jugó doce partidos para ser campeón, algo que todavía es un récord y que difícilmente se iguale en el futuro por la cantidad de cambios para reducir el número de enfrentamientos. Ese plantel recibió una canción inmejorable bajo el título “Viva el Fulham”, como para demostrar que el marketing no se inventó en la modernidad.
La cuestión es que ese duelo único que determina el pase de ronda hace que en esta competencia haya una cantidad impresionante de sorpresas. Estadísticamente, un estudio reciente reveló que en un año cualquiera hay un 99,85% de posibilidades de que un equipo caiga con otro de una categoría inferior, y un 48,8% de chances cuando la diferencia es de dos divisiones. Incluso, un 39,28% de chances de que haya una victoria de un club que está tres categorías por debajo del otro. Quizás habría que tenerlo en cuenta para quitarle dramatismo a las derrotas de los equipos de Primera en nuestra Copa Argentina. O quizás sirva para aprender que “está todo muy parejo”.
HÉROES Y SORPRESAS
Más de cien años de fútbol entregan mil historias. Una de las más asombrosas viene, cuándo no, de los increíbles ‘70. En 1972, un equipo de esos que en Inglaterra llaman Non-League, es decir, desafiliado de las cuatro principales categorías de la Asociación, le ganó al Newcastle, un equipo de Primera, en un partido icónico. Se trata del Hereford United, que había jugado dos encuentros en la primera ronda y tres en la segunda para alcanzar el privilegio de medirse con uno de los clubes más poderosos de Inglaterra.
De hecho –después de dos semanas sin poder jugar en Newcastle por la nieve–, los muchachos del Hereford lograron empatar 2-2 como visitantes. En la revancha, los favoritos de Primera se imponían por 1-0 con gol de Malcom MacDonald, alias Supermac, jugador durante cuatro años de la Selección inglesa. Hasta que un zapatazo de treinta metros de Ronnie Radford (¿de quién?) empató las cosas cuando el partido se terminaba. La locura en la cancha fue tal que –con el encuentro todavía en juego– El público se metió en el campo para levantar en andas al jugador. Fue declarado por la Asociación y por la prensa como “el gol” de esa temporada.
Claro, eso no era todo. Todavía quedaba tiempo para que Ricky George, que había entrado a la cancha dos minutos antes, anotara el 2-1 final en tiempo extra. El relator de la BBC en aquel momento era un chico que recién arrancaba y se llamaba John Motson. Si usted prende hoy la TV británica, escuchará los relatos de este mismo señor. Motson se emocionó como no suelen hacerlo los ingleses y dijo en medio de sus gritos que el gol lo anotó “George, el sustituto”. El apodo se le pegó al bueno de Ricky hasta el día en que dejó de jugar. Fue siempre El sustituto, y se hizo famoso por ese único gol. Hereford perdió en la ronda siguiente, en el partido de revancha frente al West Ham. Aunque, ¿a quién le puede importar?
Otra historia épica es la del Colchester, equipo de Cuarta División que en 1971 tenía que enfrentarse nada menos que al Leeds de Don Revie, una de las dinastías más poderosas del fútbol inglés de fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70. Para agregar un poco de pimienta al asunto, el DT de Colchester era Dick Graham, ex compañero de Revie en el Leicester City, cuando ambos eran jugadores. Y un veterano delantero llamado Ray Crawford, que tenía historia en su seleccionado y había llegado al equipo de Colchester para jugar sus últimos años, contaba con ocho goles marcados al Leeds en toda su carrera.
No le había metido goles a ningún otro equipo. Lo que se dice tenerlos de hijos. Sin embargo, nadie le daba demasiadas chances al pequeño club de Essex. Los mismos directivos del club pensaron en ceder su localía y mudarse a un estadio más grande para engrosar un poco la recaudación de ese partido al que consideraban una oportunidad económica, más que futbolística. El entrenador convenció a todos para jugar donde se debía jugar: en la cancha propia (un estadio en el que nunca había ganado un equipo de Primera) con 16 mil personas.
El DT aseguraba que un campo de juego con dimensiones más reducidas iba a molestar el estilo de juego del Leeds. Es más, acercó las sillas lo más que pudo a las líneas de cal para dar la sensación de que la cancha era todavía más chica. Antes del partido, les dijo a sus muchachos que el arquero de Leeds, Gary Sparke, tenía “manos descuidadas”. Les pidió que lo apretaran. Y que lo probaran.
El partido salió de inicio a fin como lo imaginaba el técnico del Colchester: cancha chica, estadio lleno, rival incómodo, mediocampo trabado, un gol del delantero que siempre le hacía goles al Leeds y dos errores del arquero, que no volvió a ser titular en el rival a partir del partido siguiente. Victoria por 3-2 y gloria a los muchachos que, con diferencia de tres divisiones, bajaron al equipo poderoso. Colchester tampoco llegó demasiado lejos después de su hazaña: fue goleado 5-0 por el Everton en la ronda siguiente. Pero hay algunas anécdotas que sí terminan con la gloria.
Tomemos por caso a los hombres del Wimbledon liderados por Vinnie Jones (hoy actor en Hollywood), mejor conocidos como el Crazy Gang (la banda loca). En 1988, este grupo de rufianes, matones y mediocampistas de marca áspera alcanzó la final de la Copa. Once años atrás, Wimbledon estaba desafiliado de todas las categorías. En menos de una década había llegado a Primera. Pero eso no significaba que pudiera vencer al Liverpool, su rival de turno y flamante campeón de la Liga.
Un poco de intimidación en el túnel, algunas piernas fuertes –una memorable patada de Jones a Steve McMahon– y un gol de Lawrie Sanchez dejaron al Wimbledon arriba 1-0. Todo parecía indicar una coronación del menos favorito. Sin embargo, al árbitro no se le ocurrió mejor idea que cobrar un penal sobre la hora para el Liverpool.
Las estadísticas marcaban un tanto seguro. John Aldridge, que había anotado sus últimos once penales consecutivos, se dispuso a patear. Y nació un héroe. El arquero Dave Beasant se tiró a su izquierda, echó la pelota contra el palo y se convirtió en el primer arquero en la historia de la Copa (en aquel momento, más de un siglo) en atajar un penal en una final. Para mejor, era el capitán; y con la victoria asegurada fue el primer arquero capitán en recibir el trofeo.
Después de 131 años de vida, la Copa en cuestión sólo se interrumpió en los años de las Guerras Mundiales.
El nombre de Beasant es uno más en una serie gigante de héroes esperados e inesperados en un campeonato que regala anécdotas en forma permanente. Otro ídolo forjado en la FA Cup es el norirlandés Norman Whiteside, que brilló durante los ‘80 en Manchester United. Un año después de consagrarse como el jugador más joven de la historia en disputar un Mundial (tenía 17 años y 41 días en España ‘82), Whiteside logró transformarse también en el hombre más joven en marcar en una final de Copa. Fue en un 4-0 contra Brighton: tenía 18 años y 19 días. Pero la idolatría general llegó después de una reincidencia. En 1985, dos años más tarde, Manchester le quitó el título al defensor Everton. ¿El resultado? 1-0. ¿El gol? En tiempo extra, lo marcó el propio Whiteside. Locura y fanatismo en Manchester. Un mito de Irlanda del Norte, un genio de Copa.
El único argentino que logró su categoría de ídolo a través de la FA Cup fue Ricardo Villa. En 1981, el hombre que militabaen Tottenham jugó una final espantosa ante Manchester City. Por suerte para él, ese partido terminó empatado y se tuvo que definir en la revancha, cinco días después. Ese día, Ricky se levantó con el pie derecho y marcó dos goles. El segundo, después de un slalom que todavía genera suspiros en los hinchas londinenses. Villa encaró a seis jugadores de celeste más el arquero. Lo pueden encontrar en Youtube: enganchó primero hacia afuera, después hacia adentro, amagó un disparo y definió suave con derecha. Fue el legendario tanto para el 3-2 que le dio la Copa a los suyos.
Un poco más acá en el tiempo, en 1999, la FA Cup nos regaló una última historia de honor. En Highbury, Arsenal estaba 1-1 con Sheffield United en un partido por la quinta ronda. Un jugador de Sheffield cayó al piso y, para que pudiera ser atendido, un compañero tiró la pelota al lateral. Cuando la bola se puso en juego de nuevo, Nkwanko Kanu, el nigeriano del Arsenal, que estuvo bastante falto de códigos, no devolvió la posesión al rival, sino que se escapó por la banda y mandó un centro. El holandés Marc Overmars marcó el 2-1 en medio de las protestas de Sheffield. El resultado se mantuvo y la victoria fue para los de Londres.
Una vez finalizado el encuentro, el DT Arsene Wenger reconoció la situación y le ofreció al entrenador rival jugar una revancha de ese partido. Obviamente, el Sheffield aceptó. También la Asociación de Fútbol, y diez días más tarde se volvió a jugar el mismo partido. Dennis Begkamp y Overmars anotaron para otro 2-1 a favor del Arsenal. Pero la mancha de honor se había limpiado. No se trata en definitiva de una historia de caballerosidad inglesa: Wenger, después de todo, es francés. Se trata, apenas, de un fútbol que entiende de justicia.
* Nota publicada en la edición número 45 de Revista Un Caño, en marzo de 2012.