Penal para Boca. Benedetto agarra la pelota y se prepara para patear contra el arco de Casa Amarilla. Con el atardecer de fondo, vemos la acción reunidos -ante una pantalla de 80 pulgadas que ligamos de canje durante el Mundial- en la flamante redacción de Un Caño, un luminoso piso 18 en una moderna y vidriada torre en el barrio de la Chacarita.
Mientras el goleador se seca la transpiración con la manga izquierda y se prepara para festejar sacando la lengua, una gráfica de Fox Sports Premium -la televisación privada prometió este tipo de diferenciales para convencernos de pagar- cuenta que tiene un 100% de efectividad en sus últimos tres penales. El dato es incompleto, no dice si son sus últimos tres penales en la Superliga, en Boca, en el año o en ese arco. Ni si antes de esos tres había errado o nunca había pateado. Pero es un dato, esos tres los tiró al mismo lugar. Tres pelotas verdes se apilan en el cuadrante inferior izquierdo de un arco de pixeles. Relator y comentarista siguen su danza de habladurías, que incluye un intento de humor político, ajenos a todo esto.
Benedetto patea fuerte, abajo y a la derecha del arquero como anticipaba la placa que nadie menciona. El 1 fue a ese lugar pero no pudo contra la potencia del disparo. El grito de gol se estira hasta que casi todos los futbolistas vuelven al centro de la cancha. La transmisión repite el tanto desde otros ángulos. El comentarista elogia la potencia del 9 de Boca y destaca que el arquero “intuyó bien”.
El comentario me provoca un espasmo. Las uñas prueban la calidad del cuero ecológico negro del sillón en el que estamos sentados. Me quejo contra la pantalla, como buen televidente del siglo XX. Imagino que algún productor se debe estar lamentando el tiempo que se pasó buscando ese dato y armando esa gráfica para que sus propios compañeros la ignoren. Encima, para quedar expuestos ellos mismos. También pienso en Benedetto, que tiene el mérito de patear siempre igual pero tan fuerte y tan preciso que no alcanza con saberlo. Y pienso en Roberto Ramírez, el 1 del Tomba, y en sus entrenadores de arqueros en Godoy Cruz. El laburo de la semana resumido a un pálpito, una chance de color en la ruleta. La vieja idea, que ya refutamos, de que los penales son una lotería.
A mi lado, Luis Bagnola, que no se separa de su lata de gaseosa y su alfajor de chocolate, me da la razón. Parado, a un costado, Mariano Hamilton me recuerda lo difícil que es comentar un partido de fútbol por TV pero me asegura que les tuvieron que haber avisado, al relator y al comentarista, que iban a poner una placa con esos datos. No entendemos, entonces, porqué no lo aprovecharon para lucirse.
A nuestras espaldas, Maratón levanta los ojos -por primera vez en la tarde- de unos planos de construcción para unas grandes tiendas. Más que el gol, le llama la atención la discusión que tenemos. Nos recuerda que durante el Mundial un rubio relator hizo algo parecido. Dijo que un futbolista pateaba los penales casi siempre al medio y la gráfica internacional lo desmintió al instante. Primero nos dice que fue en Argentina-Nigeria pero confrontada con su habitual buena pero imprecisa memoria nuestra compañera de redacción chequea y nos confirma que, en realidad, fue durante la final entre Francia y Croacia.
La final del mundial nos deja una pieza de colección. Un buen ejemplo de la diferencia entre trabajar sobre tu percepción o recuerdos y trabajar con datos para analizar cualquier cosa. pic.twitter.com/rdjkj31Xtr
— Luciano Galup (@lgalup) 15 de julio de 2018
Los casos son iguales, pero las rutinas periodísticas los diferencian apenas. El relator del Mundial quedó en orsai por la señal internacional, probablemente ajena a su equipo de producción. Pero vio la placa, asumió el error y lo rectificó hasta donde pudo: “Ahí está donde ha pateado Griezmann. En realidad, le pegó a todos lados” (a todos lados menos al medio). Aprovechó el dato. El domingo, con la producción de su lado, los periodistas de Fox redujeron el trabajo, de los futbolistas y de sus propios compañeros, a una mera intuición.
Un par de ejemplos pavos de que esta bendita profesión puede ser tan exigente como nosotros queramos que sea.