Hace 15 años, el Fenerbahce llevaba 24 partidos invicto. Pero como nada es para siempre, un día le tocó perder. La racha la cortó el Besiktas, uno de sus clásicos rivales en la Liga de Turquía. Y la hinchada del equipo de una de las zonas más bonitas de Estambul, a partir de ese día, cada vez que se enfrentan, muestra una bandera para burlarse. Cualquiera que no sepa sobre la cultura del país diría que ese trapo es la bandera de Japón porque, de hecho, es idéntica. Sin embargo, ese círculo rojo que en la bandera japonesa representa al sol, en Turquia significa nada menos que… sangre. Y no quiere decir que va a correr sangre, como una amenaza que podría hacer una barra argentina a sus propios jugadores por no ganar un clásico. Ese punto rojo es la sangre por la virginidad perdida. Así contada la historia, y siempre según los cánones que se manejan dentro del folklore futbolero, se podría decir que los hinchas del Besiktas cargaron a su rival con cierto ingenio.
Tuvieron que pasar 15 años para que alguien levantara la voz. Un equipo turco de fútbol femenino que se formó hace poquito se manifestó en contra de algo que, por habitual, no deja de tener connotaciones horrorosas. Ese comunicado de prensa, que dice algo así como “No aceptamos que usen nuestros cuerpos para insultar a un rival”; nos obligó a buscar algo sobre la historia de ese país para entender el significado de esa bandera. Y esa cargada, que sin la información suficiente podría parecer naif, cambia por completo el concepto con todas las piezas del puzzle sobre la mesa.
En algunas ciudades de Turquía se mantienen ciertas tradiciones que parecen difíciles de creer y casi imposibles de entender en estos tiempos (¿en todos?). Los padres de las mujeres eligen a los futuros maridos de sus hijas. Por supuesto: la opinión de las niñas (en muchos casos ni siquiera pasaron los 18 años) importa poco y nada. Muchas veces, los padres prefieren que sus hijas no vayan más al colegio y optan por educarlas para que sean buenas esposas. Porque, para ellos, eso es la dignidad familiar. Y no importa que sus hijas pierdan su propia dignidad, básicamente porque ya no tienen la capacidad para tomar decisiones. Por no elegir, no pueden elegir ni qué ropa ponerse.
Aunque esta práctica ya es lo suficientemente nefasta y retrógrada, hay más. Y peor. Obviamente, estas niñas deben llegar vírgenes al matrimonio. Esa castidad no será una cuestión íntima entre los integrantes de la pareja. No: será una cuestión familiar, una cuestión de todo un pueblo, una cuestión de estado. La mañana siguiente a la noche de bodas la pareja deberá colgar la sábana con sangre para que las familias vean y confirmen la virginidad de la mujer. Y acá volvemos a la historia del principio (ojalá pudiéramos decir “de este cuento”): la cargada que podía sonar ingenua implica crueldad y muchas veces muerte para esas chicas si no aparecen las sábanas con manchas rojas. (Si a alguien le interesa saber más sobre estas costumbres todavía vigentes en Turquía puede ver esta gran película: https://www.youtube.com/watch?