Alfredo Di Stéfano , formado en las divisiones inferiores de River Plate, había debutado en primera -jugando sólo un partido- en 1945. Después de un año a préstamo en Huracán, donde marcó 11 goles, volvió a ponerse la banda roja reemplazando nada menos que a Adolfo Pedernera. Tenía 21 años, cara de pibe y para colmo rubio, pero esa camiseta no le pesó ni un poquito. “Aserrín, aserrán, cómo baila el alemán” o “Socorro, socorro, ya viene la saeta con su propulsión a chorro” le cantaban los hinchas. Tuvo una gran temporada y Guillermo Stábile, el entrenador del seleccionado argentino, lo convocó para el Sudamericano que se disputaría a finales de 1947 en Ecuador.
En ese caluroso diciembre de Guayaquil, Di Stéfano tuvo con la camiseta argentina, un intenso y apasionado romance de verano: 384 minutos y seis goles. Llegó como suplente de René Pontoni y no jugó en el debut frente a Paraguay (ganó Argentina 6-0); dos días después contra Bolivia, entró a los 30’ por René Pontoni y marcó el sexto gol argentino (7-0). Contra Perú jugó todo el partido, marcó un gol y Argentina ganó 3 a 2. Marcó el único gol argentino en el empate con Chile y tres más en el 6 a 0 a Colombia. Jugó 65 minutos contra Ecuador (2-0) y lo reemplazó Pontoni.
La final fue frente a Uruguay y Di Stéfano evocaba así, en su autoboigrafía, el que sería su último partido con la camiseta nacional :
No salí de titular. Jugó Pontoni y lo sustituí en la segunda parte. Ya ganaba Argentina 2-0. Entro yo… y gol de Uruguay (2-1). “¡Uy!, ¿para qué habré entrado?”, me preguntaba. Pero entonces hicimos el tercero (Loustau). En el transcurso del partido hubo problemas, como siempre, hubo lío entre Argentina y Uruguay. Se peleaban y después resulta que eran íntimos amigos todos. Las calenturas de los partidos entre los jugadores en América del Sur llegan a un punto en el que son incontrolables. Después resulta que termina el partido, todos se arrepienten, toman mate juntos, se toman una caña juntos… Con la diferencia de que la “caña” de allí es aguardiente y no cerveza.
A mí no me gustaba participar de esas peleas. No ganabas nada. El día de la final me senté encima del balón. Algún fotógrafo me sacó una foto. Había un uruguayo al lado mío, el Negro Terra. Uno había agarrado el banderín de córner, el otro también con palos… Hubo problema con el fotógrafo porque sacó la foto de la pelea y le dieron con el banderín en la máquina. ¡Pobre fotógrafo! Terminó el partido y siguió el pique. Volvimos al hotel y continuaron las amenazas. “Te espero en la esquina”, “te espero allí…” Al final, nada, lo de siempre: quedar mal con el público y después, en privado, se encontraban y se comían un asado juntos. ..