El primer cuarto de hora de Chile fue brillante. Esos quince minutos mostraron a un equipo que sabía muy bien lo que quería y que sabía muy bien cómo hacerlo. Chile fue un equipo valiente, decidido a jugar con todos sus jugadores de campo en terreno rival. Metió una presión tan alta y con tanta gente que habría asfixiado al mejor Barcelona.

golParadójicamente, ese primer cuarto de hora mostró a otro equipo que también sabía muy bien lo que quería y que sabía muy bien cómo hacerlo. Alemania quería jugar a salir limpio, pero también quería esperar. La primera parte no le funcionó porque fue muy superado por el rival y la segunda le salió por obligación. Si no podía salir no le quedaba otra que esperar. Y Alemania esperó con la tranquilidad del que sabe que cuando sea su turno, no va a fallar.

Cada vez que Alemania falló, obligado por Chile, no sufrió grandes consecuencias. A la primera que falló Chile, a guardarla. Un error individual le ganaba al colectivo. Era lógico que Chile sintiera ese golpe.  Matemática psicológica pura: si estás más cerca de meter el segundo que el primero y por un error no forzado quedás 0-1… Si no sentís el golpe no sos un equipo de fútbol. Y cuando eso sucede, se aparece todo lo malo, como el cansancio extra por haber ido al alargue contra Portugal mientras Alemania había resuelto su cruce con México al trotecito.

Con Alemania satisfecho por la ventaja y Chile desorientado por la situación, el partido entró en una meseta. Hasta que en los últimos 20 minutos Chile decidió tirar a la cancha lo que le quedaba. Medel desde el fondo, Vidal desde todos lados y Alexis desde su gambeta intentaron revivir a los demás y estuvieron a punto de lograr un empate que merecieron ampliamente. Sin embargo, que no lo hayan conseguido no cambia la ecuación: Chile fue un dignísimo competidor, un grandísimo subcampeón. Y de Alemania basta decir que fue campeón con un equipo B mientras otras grandes selecciones no son capaces de ganar nada con sus mejores estrellas. Por eso: un aplauso para los dos.