“Intenté todo para volver a ser el mismo, busqué atención psicológica por cuenta propia. Es muy frustrante, pero estoy en el punto en el cual no puedo continuar. Los últimos dos años han sido los peores de mi vida”.

Con estas palabras, John Thompson anunció su retiro precipitado del fútbol profesional. Antes de aquel 17 de agosto de 2011 que cambió su vida, Thompson era un tipo común, un defensor central del montón que había tenido su época de gloria en 2003, cuando representó en un partido a la Selección de Irlanda. Luego llegarían el Nottingham Forest y el Notts County, para arribar finalmente al Mansfield Town y así completar su paso por los tres equipos de Nottingham. La vida para él estaba bien así.

thompson-narizPero todo cambió aquella tarde, durante un amistoso de pretemporada entre el Mansfield y el Ilkeston FC del ascenso inglés. Thompson, quien acababa de incorporarse a su nuevo club, recibió una falta durísima de Gary Ricketts que le causó una severa fractura de nariz. “Nunca debió pasar algo así en una cancha. Me sometí a una compleja cirugía que me dejó 60 puntos de sutura en la cara y durante un mes sólo pude comer a través de un sorbete”, explicó el defensor irlandés, esperando todavía un pedido de disculpas por parte de su agresor.

Superada la operación, los médicos explicaron que la evolución de Thompson había sido muy favorable y le dieron vía libre para volver a jugar. Cuatro meses después de la patada que le voló la nariz en mil pedazos, su cuerpo parecía estar listo para regresar a una cancha. Su cabeza, en cambio, no.

Había perdido confianza, sentía temor dentro de la cancha, miedo a que volvieran a romperle la nariz. Y otra vez ese dolor… “Al poco tiempo de regresar, los ataques de pánico se volvieron frecuentes y no podía dormir las noches previas a un partido”, confesó el jugador nacido en Dublin.

Pero Thompson se propuso superar el trauma. Aún era joven. Tenía 31 años y un tiempo más para dedicarle al fútbol. Sin embargo, lejos de cumplir este deseo, los dos años que siguieron fueron los peores de su vida.

Visitó psicólogos, conversó con su esposa noches enteras de insomnio, recibió el consejo de buenos amigos… Dentro de la cancha, nada cambió. La paciencia duró hasta que se quebró en el interior del futbolista. Pasaron veintiún meses de aquella lesión, el defensor se cansó de intentarlo y decidió retirarse definitivamente del deporte profesional.

No más súplicas a sus compañeros para que procuren no rozar su nariz, no más rivales que amaguen con darle un golpe en el rostro, no más cabezazos temerosos en las áreas. Thompson dejaba de ser un jugador de fútbol, pero ya no le importaba: dejaría de pensar en ese infierno nasal tan temido. Volvería a ser un hombre común. Volvería a ser un hombre feliz.


NdE: Este artículo fue publicado originalmente en el número 61 de la revista Un Caño, julio de 2013.