En Noviembre de 1970, en conferencia de prensa, Alberto J. Armando, presidente de Boca Juniors, aseguró:

–El 25 de mayo de 1975, a las 11 de la mañana, daré el puntapié inicial en la inauguración de nuestro nuevo estadio de la Ciudad Deportiva ante 100.000 espectadores sentados.

–¿Y qué pasa si llueve? –lo chicaneó un periodista.

–Si llueve, no pasa nada. Un gigantesco techo corredizo de material plástico se activará y permitirá que de todos modos el partido se juegue.

Por supuesto que la vaga amenaza de un simple chaparrón no iba a amedrentar a Armando, un hombre que siempre tenía una respuesta para todo. Para finalizar, se despidió de los periodistas con una broma inocente:

–Además Boca tiene el triunfo asegurado, en ese primer partido se enfrentaran la Primera y la Tercera… no podemos perder.

armando dami 350El proyecto de la Ciudad Deportiva y el nuevo estadio nació como un sueño que Armando propuso a los miembros de su Comisión Directiva desde que ganó las elecciones que lo llevaron a la presidencia de Boca en 1954. Estaba convencido de que el déficit de la institución residía en la falta de infraestructura para poder desarrollar social y deportivamente al club e incorporar nuevos socios de una clase media en plena expansión. El lugar ideal imaginado para la faraónica empresa en aquel momento –principio de los años sesenta–,  por cercanía barrial y pertenencia afectiva, era Casa Amarilla. Pero después de tres largos años de burocráticas gestiones, la Municipalidad de Buenos Aires adjudicó esos terrenos a una cooperativa para construir viviendas.

Armando no se dio por vencido y, junto a un colaborador cercano, inició un relevamiento de la ciudad para encontrar el lugar que pudiera servir a su proyecto. “Fuimos con el ingeniero Delpinni a buscar los terrenos, sin apartarnos de la zona de la ribera”, le contaba a El Gráfico en 1965. “Estuvimos por Retiro, pero ahí el problema insoluble son las vías muertas. Seguimos toda la tarde dando vueltas con el auto. Llegamos a la Costanera, cerca del monumento de Lola Mora Delpinni me dijo: ‘¡Ahí está el lugar!’ Yo lo único que veía era agua. Por un momento pensé que estaba loco. Pero me explicó que la planta de Segba que estaba frente a nosotros también había sido construida sobre pilotes, ganando terreno al río”.

A Alberto J. Armando lo apodaban El Puma y era una verdadera fiera para los negocios. Moviendo sus influencias (era amigo del radical Carlos Perette, vicepresidente de la Nación y declarado xeneize), consiguió que el Congreso Nacional le otorgara a Boca Juniors ese sector del río de 500 metros de frente por 1.300 de fondo en la Costanera Sur.

combo 350El 28 de diciembre de 1964, Día de los Inocentes, se promulgó la ley 16.575. El Gobierno Nacional donaba agua para ser transformada en 70 hectáreas (40 cubiertas) ganadas al río. Boca Juniors se comprometía, en el plazo de diez años, a llevar a la realidad todo lo que prometía en las 17 carillas tamaño oficio. Allí se detallaba meticulosamente desde el peso de cada uno de los pilares de hormigón armado que servirían de base al estadio hasta la ubicación de los percheros en el vestuario visitante.

Pero ese estadio, aunque fundamental simbólicamente, era nada más que una parte, el toque final que coronaría ese colosal emprendimiento, ese nuevo concepto urbanístico, esa moderna filosofía de vivir que encarnaba para El Puma Armando su Ciudad Deportiva.

Islas conectadas por puentes, fuentes de acrílico con aguas danzantes, muelles deportivos, un acuario con forma de pez, un confitería giratoria en lo más alto de una torre, canchas de tenis, anfiteatros, una capilla, un parque de diversiones, piletas de natación. Todo eso y mucho más sobre un puñado de islas artificiales ganadas al río.

bono2El 3 de septiembre de 1965, el primer camión de tierra desparramó su carga sobre el Río de la Plata. Para ayudar a financiar las obras el presidente Arturo Illia firmó el decreto 1.025 que permitía a Boca emitir una rifa en tres series de 400.000 números cada una, a 27.700 pesos la rifa. El club además emitió bonos patrimoniales que –aseguraba Armando– funcionarían como una poderosa acción cotizando en bolsa. Se pusieron a la venta, por adelantado, palcos, plateas y abonos por 25 años. Para incentivar los emprendimientos personales, Armando rifaba un camión –Ford, Dodge o Chevrolet, a elección– y un juego de cubiertas por mes, con sus correspondientes cámaras, entre los camioneros que donaban tierra.

El presidente de Boca se reveló en aquellos años como un auténtico precursor del marketing deportivo y la publicidad para conseguir inversionistas. Cada sector de la Ciudad Deportiva que se iba inaugurando contaba con el respaldo de los medios amigos de Armando (Crónica, Canal 11, las revistas partidarias de Boca) para su difusión. Ofrecía conciertos gratuitos en el anfiteatro, carreras de motonáutica que promocionaba paseando en lancha –creó la escudería Azul y Oro– por los canales del río y concursos de pesca. Organizaba tours, a bordo de un Ford Falcon descapotado, para potenciales socios o patrocinadores. Hizo posar al plantel de Primera División luciendo llamativos trajes color amarillo delante del sector de piletas cubiertas. Toda película argentina de la época que se preciara de moderna o juvenil, incluía una secuencia musical filmada en las flamantes instalaciones.

campeon 69 1000

Las obras avanzaron y la historia argentina también. Contra viento y marea, el sueño de Armando iba tomando forma. El 25 de mayo de 1972, el diario La Nación daba cuenta de los progresos del ambicioso proyecto y de la presencia del presidente de facto Alejandro Lanusse en el acto en el que se colocó el primero de los 1.200 pilotes que sostendrían el estadio. Armando aprovechó la oportunidad para ratificar la fecha de inauguración y del puntapié inicial: el 25 de mayo de 1975, a las 11 de la mañana.

El arquitecto Carlos Costa, director de la obra, ofrecía detalles sobre las comodidades del estadio que se levantaría sobre la isla número siete:

  • Capacidad de 100.000 espectadores sentados con la posibilidad de aumentar a 18.000 personas más en los tramos finales el proyecto.
  • Tres niveles para los sectores de público: bandeja baja, junto a las plateas bajas cubiertas y las descubiertas (29.800 personas), tres pisos de palcos (7.200) y bandeja alta con cuatro secciones (63.000).
  • Acceso del público peatonal por una calle elevada de 40 metros de ancho. Por debajo, acceso de vehículos con 22 carriles de 3 metros de ancho cada uno. El estadio se vacía totalmente en 20 minutos.
  • Estacionamiento para 10.000 autos. Un helicóptero y embarcaderos para lanchas.
  • El espectador más alejado del campo de juego estará a 124 metros de distancia, y el más cercano a 9,50 metros del córner.
  • 4 vestuarios provistos de acceso independiente, servicios sanitarios, baños de inmersión, sala de masajes, sala para médicos, sala para director técnico, sala para periodistas, sala para autoridades, utilería y recinto para precalentamiento.
  • 1.200 puestos para el periodismo en la zona de palcos, 30 cabinas de radio, 10 de televisión. La iluminación del estadio especialmente adaptada para la televisación en color.
  • 2 recintos acondicionados para concentración de planteles con hall privado, sala de estar, sala de juegos, cafetería, 9 dormitorios para tres personas cada uno, servicios sanitarios, dos aulas teóricas para uso de los entrenadores, árbitros, médicos y preparadores físicos, bauleras y depósitos.

estadio 350 2“Las grandes obras son patrimonio de los soñadores y de los locos”, le aseguraba Alberto J. Armando a Bernardo Neustadt en un reportaje televisivo. “Me parece que usted sueña más de lo que debería”, remató el periodista.En mayo de 1973, la empresa constructora del estadio, Christiani y Nielsen, informó a sus cuarenta obreros que no había más plata para pagarles y que se suspendían las obras hasta un nuevo aviso que nunca llegó.

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El domingo 25 de mayo de 1975, por la fecha 23 del Campeonato Metropolitano, Boca empató 0 a 0 con Newell´s, que hizo de local en la cancha de Vélez. El Gráfico calificó como discreto el partido y observó que “los boqueneses reactualizaron viejos problemas de mecánica y de funcionamiento”. Ni una mención a la incumplida promesa de Armando, que todavía ejercía la presidencia del club.

ruinas 350Mientras tanto, en la Costanera Sur, los únicos 30 metros de tribunas del estadio construidas, seguían perdiendo una batalla inexorable contra el olvido y la vegetación en un baldío inundado.

El plazo establecido por el Gobierno Nacional en la ley 16.575 se acercaba y Boca no había cumplido con su obligación de terminar las obras. Armando pidió una prórroga argumentando que los días de lluvia y de huelgas debían descontarse. Intentó justificar que la inflación (996, 89 % entre 1965 y 1974) había sido un factor determinante en los atrasos, sobre el que Boca Juniors no tenía responsabilidad.

Las idas y vueltas se prolongaron hasta 1979. Había pasado Cámpora, había muerto Perón y un golpe militar había tomado “el control operacional” de los destinos de la Patria. Envuelto en juicios civiles y comerciales, dando batalla contra los inversionistas que nunca recuperaron su dinero y con un frente político interno complicado (según el dirigente opositor Pablo Abbatángelo, “antes en Boca teníamos 50.000 socios y ahora menos de 25.000, la mitad más uno se nos fue…”). Alberto J. Armando sintió que su viejo sueño se transformaba en pesadilla.

No pudo resistir las presiones oficiales y se resignó a abdicar de sus dominios. Se rindió. Los terrenos ganados al río y todo lo construido, pasaron a la órbita de la Municipalidad de Buenos Aires. Fue el puntapié final de la Ciudad Deportiva.