En 1976 River y Boca se encontraron en la final que indicaba el reglamento del Campeonato Nacional. Un solo partido en cancha neutral, alargue y penales. Fue la única vez en la historia que se registró esta circunstancia. En su libro “La Final” de editorial Aguilar, el periodista Diego Estévez reconstruye los antecedentes con los que llegaban los eternos rivales al momento de verse las caras y describe minuciosamente cada fotograma de esa película en la que se convirtió el partido, presenciado en  plena dictadura por  90.000 espectadores que desbordaron la cancha de Racing.

El autor accedió al testimonio de varios de los protagonistas, incluyendo los imprescindibles recuerdos del árbitro Arturo Iturralde, decisivo en la jugada que definió el campeonato.

Para sumar un elemento que potencie esa caracterización de culto que se forjó este partido, debe consignarse que no existen registros fílmicos de la jugada del gol de Suñe que inclinó la balanza para Boca. De ese misterio también se ocupa Estévez, además  de reflexionar sobre el incontenible avance de la cultura del aguante y la traumática experiencia que padecen algunos futbolistas al momento de abandonar el fútbol.

 A continuación un pequeño anticipo del libro.  Se van a quedar con ganas de seguir leyendo.

 

libro350(…) A las cinco de la tarde se abren las puertas del cilindro, pero las colas serpentean desde hace rato en las calles del barrio. Se grita por Boca y también por River. No hay incidentes. La convivencia es normal, lo cual es llamativo si se tiene en cuenta la realidad del siglo XXI. Algunos de los 350 policías —hoy en día, una cifra irrisoria— son, quizás, los más exaltados: el palpado de armas es poco amable, el ingreso de paraguas y banderas de palo está prohibido y hasta el mínimo desacuerdo se dirime con un palazo. Dos cosas quedan claras: el entusiasmo es indetenible y la organización, un caos…

Dentro del estadio, el espectáculo emociona. Los de Boca, en la bandeja superior, llenan las populares con avidez y no dejan de saltar. Los de River, en la inferior, responden a puro grito, y cientos invaden la platea lateral más cara. Los lugares libres van desapareciendo, la gente comienza a ponerse de pie y los pasillos de las plateas se vuelven peligrosamente intransitables.

Ya son casi las ocho de la noche. Falta una hora y, afuera, las colas serpenteantes dejaron paso a una marea humana que pugna por ingresar. Adentro, el clima impacta: el cemento vibra tanto que algunos pedazos de revoque de la bandeja superior caen peligrosamente en la inferior, donde las discusiones por la propiedad de una platea se dirimen a gritos y, en algunos casos, a trompada limpia.

De pronto, el “Mariscal” Perfumo, capitán de los “millonarios”, asoma por el túnel local y los de River descargan un arsenal de papelitos. Falsa alarma: Perfumo desaparece por el túnel central, el del árbitro. Casi al instante, Rubén Suñé -capitán xeneize– repite la maniobra y los de Boca también caen en la trampa.

La espera se hace larga. Las cámaras de Canal 7 se aprestan, mientras cronistas y relatores de radio de todo el país se apretujan en las escasas cabinas de transmisión, de cuyos techos la policía debió desalojar a una turba de colados. En el campo, más de ciento cuarenta fotógrafos buscan la mejor posición.

Hasta que, exactamente a las 21.03, cuando la tensión ya no se aguanta, la silueta inconfundible del “Pato” Fillol emerge del túnel local, y tras él, todo River. La bandeja inferior del Cilindro estalla. Tres minutos más tarde, el “Loco” Gatti pisa el césped con todo Boca detrás. Ahora los que es-tallan son los de arriba (y algunos de las plateas de abajo). No hay sorteo: para eso fueron Suñé y Perfumo al camarín del árbitro, Arturo Ithurralde. Los equipos posan para la posteridad y los fotógrafos, ahora sí, pierden toda compostura. La búsqueda del mejor ángulo provoca empujones, malas caras y caídas. Lentamente, el campo de juego se despeja. La mente de todos se turba, se empantana. Por eso, seguramente, es que nadie puede imaginárselo, porque no siempre es fácil darse cuenta, tomar conciencia de que uno es testigo o protagonista de un hecho histórico. Boca y River están por jugar la final del Campeonato Nacional de 1976. Noventa minutos a todo o nada, a un solo partido y en cancha neutral. Si empatan, habrá media hora de alargue. Y si siguen sin sacarse ventajas, deberán ejecutar penales. De los más de trescientos cincuenta partidos disputados entre ambos, ésta es la única final. Nunca sucedió antes, ni volverá a suceder. Por eso es que la mente está empantanada, la respiración, contenida y la boca, reseca. Y si todos estaban en un solo cuerpo, ahora se reunieron en su centro vital: el corazón, que bombea como un desesperado y ruega por ese pitazo inicial que pareciera no llegar nunca…

Fuente: La Final de Diego Estévez. Editorial Aguilar – 2015