Por un segundo cierren los ojos e imaginen a Charly García o a Spinetta participando de un entrenamiento de la selección argentina. Por más extraño que parezca, algo así sucedió en Brasil durante la Copa del Mundo de México 1970 con Wilson Simonal, uno de los artistas más reconocidos de aquella época, que poco tiempo más tarde sería el protagonista de la caída más estrepitosa que se recuerde hasta hoy.

simonalCarioca, flamenguista rabioso y amigo de Pelé, Simonal irrumpió con todo a mediados de la década del sesenta con un puñado de discos y hits como “País tropical” (escrita por Jorge Ben, pero grabada en primera instancia por el propio Wilson) que lo catapultaron a la fama. Tan grande era su figura que en 1966 la cadena Record, una de las más importantes, lo convocó para conducir su propio programa. Era la primera vez que un negro se ganaba su espacio en el horario central de un canal de aire.

En las vísperas del Mundial de México, se convirtió en una especie de embajador oficial de la verdeamarela. Fue invitado de honor a tierras aztecas para realizar una serie de shows, grabar un disco (México ’70, que recién llegaría a su país natal varias décadas después) y participar activamente de la concentración de la selección en un rol de animador. Todo esto, claro está, con el aval de João Havelange, por aquel entonces mandamás de la Confederación Brasileña de Deportes, que quería mantener al grupo unido y motivado.

Su amistad con O Rei le abrió muchas puertas y su desfachatez se encargó del resto. “Todos los jugadores de fútbol quieren ser cantantes y todos los cantantes quieren ser jugadores de fútbol”, dijo alguna vez Pelé. Y Simonal, que al llegar a México fue recibido como si fuera un integrante más del plantel, no era la excepción. Con gran aceptación dentro del equipo, encontró en Jairzinho y Carlos Alberto a sus socios ideales. Ellos tres eran los encargados de llevar adelante una de las principales cábalas antes de los partidos: el tradicional samba. Simonal Fatos e FotosTan importante era su participación para el grupo que no solo se limitaba a la música: también se le animó al fútbol. Cuenta la leyenda que una tarde, con la aprobación del entrenador Mario Lobo Zagallo, el plantel le tendió una pequeña trampa. Uno de los jugadores fingió una lesión que eventualmente lo dejaría afuera del Mundial. Sin demasiado tiempo para llamar a un reemplazante, le preguntaron a Simonal si estaba dispuesto a ponerse los cortos. El artista, un enfermo del fútbol y bastante egocéntrico, aceptó sin pensarlo. Apenas soportó veinte minutos de exigencia física profesional antes de desmayarse a causa del cansancio. Cuando se despertó, después de un largo rato, todos los futbolistas se reían. El cantante seguía convencido de que iba a participar de la Copa del Mundo.

El éxito de Wilson Simonal crecía a un ritmo frenético y parecía no tener fecha de vencimiento. Pero el golpe de la caída se hizo sentir. En los primeros años de la década del setenta, su nombre se vio vinculado al Departamento de Orden Política y Social (DOPS), un organismo del gobierno utilizado fundamentalmente durante la dictadura militar con el objetivo de controlar y reprimir movimientos políticos y sociales contrarios al régimen que desde 1964 manejaba el destino de Brasil. Todo se derrumbó en 1971, cuando Raphael Viviani, un contador al que Simonal había despedido poco meses antes porque pensaba que lo estaba estafando, denunció que había sido secuestrado y torturado por dos miembros del DOPS que respondían a un pedido expreso del músico. Y ya nada fue igual. La degradación artística y humana fue tan grande que ya no lo invitaban a los programas de televisión, nadie editaba sus discos y hasta se le complicaba presentarse en vivo: nadie quería compartir escenario con él.

De la noche a la mañana, el primer popstar negro de Brasil se convirtió en un paria y fue sentenciado a pasar el resto de su carrera en el ostracismo. En 1974, junto a otros cuatro involucrados en aquel episodio, fue condenado a cinco años y cuatro meses de prisión, aunque sólo pasó nueve días en la cárcel hasta que le concedieron un hábeas corpus. En 1976, la carátula de la causa cambió y su pena fue reducida a seis meses en régimen abierto. Para fines de ese año, Simonal ya había arreglado todos sus problemas con la justicia, pero la condena sería eterna. Durante las dos décadas siguientes, apenas consiguió lanzar unos pocos discos que pasaron inadvertidos. Para esa altura, los grandes shows en estadios llenos eran cosa del pasado. A duras penas conseguía tocar en lugares más chicos, como boliches o bares. Su voz, además, ya evidenciaba las consecuencias de la depresión y el consumo desmedido de whisky, vicio que se profundizó durante los últimos veinte años.

El calvario finalizó el 25 de junio de 2000, cuando –a los 61 años- una cirrosis hepática, producto de su adicción al alcohol, terminó con su vida. Apenas 60 personas asistieron al entierro de quien alguna vez había sido una de las principales estrellas del país. En 2002, amigos y familiares consiguieron que se reabriera el proceso para comprobar si efectivamente Wilson Simonal había sido colaborador de los militares. Tras un año de investigaciones, la Comisión de Derechos Humanos de la Orden de Abogados de Brasil (OAB) aseguró que no existían registros de que el músico hubiera sido informante durante la dictadura, algo que sirvió, a pesar de la demora, para redimir su imagen pública.