Una Copa del Mundo en el Conurbano. La idea es propia de un cuento de Sacheri o de Fontanarrosa, pero unos días atrás se hizo realidad en Brasil. Es que algunas de las ciudades sede del último Mundial no tienen el glamour de las urbes que albergaron los torneos de Alemania, Japón o Francia. Un campeonato de este tipo en América Latina significa acercar a la elite del fútbol internacional a sitios impensados, a localidades más parecidas a José C. Paz que a París.
Cuiabá es el caso más significativo. La capital del estado de Mato Grosso es un destino con cierta trascendencia turística, pero que no se puede comparar con el resto de las sub-sedes. No tiene playas, ni montañas, ni un clima agradable, ni maravillas arquitectónicas. Es una ciudad pequeña, que vive de la agroindustria sin grandes lujos ni mucho menos.
Es considerada la puerta de entrada a la selva amazónica y está ubicada en una riquísima llanura aluvial donde predomina la flora acuática. Sus mayores riquezas tienen que ver con la naturaleza y la variedad de ecosistemas que la rodean, pero en el casco urbano propiamente dicho no hay demasiado para hacer. Más que sufrir el calor agobiante de esta zona del planeta.
Cuando se planeó esta Copa del Mundo, una de las grandes preocupaciones de los organizadores era llevar el fútbol a cada rincón del país. Quizás este haya sido el principal acierto de la CBF y de la FIFA. Los 64 partidos se repartieron por toda la amplia superficie de Brasil y casi nadie se quedó sin ver el gran torneo. Gracias a esta idea, Cuiabá se convirtió en la sede más occidental del certamen y en la representante del interior profundo de la nación.
Hasta ahí, todo muy lindo. Los matogrossenses disfrutaron de cuatro partidos de la primera fase y además tuvieron uno de los Fan Fests más multitudinarios, ya que más de 40 mil personas se juntaron para ver en el Parque de Exposiciones cada uno de los partidos de la Selección de Brasil. Fue un mes de fiesta, quizás el más importante de la historia de Cuiabá. Pero ya se terminó y ahora es momento de pensar en el legado.
El Arena Pantanal comenzó a constuirse en 2010 y costó 245.000.000 de dólares, un 67 por ciento más de lo que estaba proyectado. Se protestó por el gasto como en todo Brasil, pero a la vez se celebró el hecho de recibir un Mundial. Muchos pensaron en lo que pasaría en el futuro con esa construcción gigante y un poco desubicada, pero otros sólo querían disfrutar la Copa.
El estadio está ubicado sobre la Avenida Agrícola Paes de Barros, una de las principales arterias de la capital, pero lejos del centro comercial. Rodeado de algún que otro edificio y de casas bajas, el Arena se destaca y mucho en la geografía de Cuiabá. Es el tipico estadio FIFA: ultramoderno, cómodo y con accesos simples y seguros. En el Mundial se vio repleto en los cuatro encuentros y la ciudad recibió con orgullo a las doce hinchadas que allí llegaron.
El problema “explotó” tras la goleada de Colombia sobre Japón, porque ese día terminó la Copa para el Arena Pantanal. Cuiabá tiene cuatro equipos: Operario, Mixto, Dom Bosco y Cuiabá EC. Los tres primeros son los clubes históricos de la ciudad y el último fue fundado en 2001 para que sea el representante del fútbol cuiabano en los torneos nacionales. Hoy, ni siquiera están todos en la primera división del campeonato Mato-Grossense y a lo máximo que han llegado fue a la Serie C del Brasileirao.
El promedio de expectadores en los partidos del estadual y de los torneos de ascenso es de 2000 personas. Sucede que, a diferencia de lo que se ve en otros estados, muchos de los habitantes son hinchas de los grandes de Río de Janeiro y Sao Paulo y eso les quita trascendencia a los clubes vernáculos. Por ejemplo, al último clásico entre Mixto y Operario asistieron sólo cinco mil torcedores.
Entonces, está claro que el Arena Pantanal es demasiado estadio para el fútbol de la ciudad. De hecho, ya se confirmó que su capacidad quedará reducida a 28.000 espectadores, para bajar un poco el costo de mantenimiento, que es de 3 millones de reales por año. Cuando se construyó, se privilegió la ventilación, ya que la temperatura media es de 32 grados. A pesar de los esfuerzos, el calor es insufrible incluso en las tribunas.
El fútbol local es una de las posibles utilidades del Arena Pantanal. Y la más lógica. Las otras son un poco más sorprendentes. Antes del Mundial, se pensó en transformar el estadio en una cárcel, para aliviar un poco la superpoblación del sistema penitenciario brasileño. El proyecto también se presentó en Manaos, otra de las sedes mundialistas conflictivas. Sin embargo, la idea no superó la imaginación de un juez y fue descartada.
La otra propuesta, bastante plausible, es convertir el recinto en el nuevo hogar del campeón brasileño de fútbol americano. Sí, así como se lee. Cuiabá Arsenal es el mejor equipo del país y atrae a unas cinco mil personas por juego. Las autoridades municipales buscan darla aún más trascendencia a esta disciplina y utilizar el nuevo estadio puede ser una buena forma de hacerlo.
Manaos, Natal y Brasilia son las otras ciudades que ya tienen un nuevo “elefante blanco” en sus calles. En la capital no hay gran preocupación, ya que el Mané Garrincha se utilizará para actos oficiales, conciertos y también se invitará a clubes cariocas y paulistas para que sean locales allí. El problema en Manaos y Natal es similar al de Cuiabá. Allí deberán apelar al ingenio para que estos modernos estadios no se conviertan en tan
sólo un recuerdo mundialista.