Edgardo Bauza acaba de completar la lista de convocados para la próxima doble fecha ante Perú y Paraguay, y el coro de viudas volvió a clamar por el que, dicen, es el nombre injustamente omitido: Mauro Icardi. Un sector de los periodistas –que no el público, me parece– tiene una fijación con Icardi. Y justifican su persistencia en las actuaciones descollantes del joven delantero en la liga italiana.

No sólo Bauza debe explicar por qué no lo convoca, como si rindiera cuentas por un delito. Ya el Tata Martino rezongaba porque le preguntaban más por el nueve de Inter que por cualquier otro futbolista. Y el propio Icardi sumó presión en alguna oportunidad para forzar el llamado, en abierto ejercicio de autobombo acaso recomendado por su esposa y manager.

0014526291Se sabe que Martino le tenía idea a Icardi. Ventiló en alguna entrevista que no veía con buenos ojos ciertos deslices sentimentales del futbolista. Y tal código de cavernícola goza de predicamento –diría que propicia la unanimidad– en el ancho mundo de la pelota.

Es historia antigua: Mauro, como buen goleador, no hizo más que merodear el área a la espera de que el arco se abriera. Fue testigo del último tramo del matrimonio, marchito para entonces, de Wanda y Maxi López, a la sazón su amigo, hasta que encontró el callejón por el cual filtrarse y marcar a puerta. Es decir flechar el corazón de la más insigne botinera una vez que fue libre de ataduras conyugales.

Yo veo a Icardi menos como un latin lover inescrupuloso que como un adolescente enamorado hasta el hueso que intenta comportarse como un marido abnegado, dispuesto a saciar los gustos caros de su princesa y a llenarla de hijos, como tal vez sea el anhelo de ambos.

En el centro del ataque, la Selección tiene, desde hace rato, quizá la mejor cobertura de su historia. Como para ir fogueándolos –y para imprimir una huella personal, indispensable en cualquier etapa inaugural– Bauza recurre además a Pratto y a Alario. Así, una constelación se concentra en un solo puesto.

Pero no creo que el corifeo que lo reclama en cada convocatoria bregue por una reivindicación de su conducta. Por una conmutación de la pena de deslealtad que haga más digerible la moral del vestuario. Me parece, en cambio, que palpitan que, con Icardi en el plantel argentino, el avispero entraría en erupción. Roces, murmuraciones, silencios y gestos sesgados salpimentarían la crónica deportiva a la altura de las demandas actuales y la colocarían por fin en la cima del escándalo permanente.

Por lo demás, a Icardi le ha tocado convivir con una generación de nueves brillante. Por mucho que la reme en el calcio, ¿superan sus performances y sus talentos los de Higuaín, Agüero o Dybala? Sospecho que estos cracks están por encima del soslayado futbolista de Inter.

En el centro del ataque, la Selección tiene, desde hace rato, quizá la mejor cobertura de su historia. Como para ir fogueándolos –y para imprimir una huella personal, indispensable en cualquier etapa inaugural– Bauza recurre además a Pratto y a Alario. Así, una constelación se concentra en un solo puesto.

De todos modos, las voces se alzan por Icardi. Además del solaz por el tinte amarillo, parece haber una insatisfacción perpetua, un resto perverso que obliga a la queja y a la añoranza inmotivada. Si tenemos a los mejores en una posición, por qué la falta se detecta justo ahí. Por qué la sombra del ausente se recorta precisamente en una zona de abundancia. La salvación siempre se conjuga en modo potencial. La portan los que no están, los que quizá nunca vendrán. En fin, la felicidad nunca alcanza, por eso es imposible.