Néstor Ortigoza es un volante ancho que maneja los tiempos en Rosario Central como lo hizo en el pasado en San Lorenzo y en Argentinos Juniors. Por él pasa la pelota. De él salen los pases, sencillos casi siempre. Efectivos. Racionales. Razonables. A través de él circula el juego. Gracias a él se marca el ritmo. Con él surge cierta identidad. Junto a él sobrevienen las victorias, los puntos y la punta en un torneo sin equipos sobresalientes, como la Superliga. Pero también vinieron en épocas pasadas en competencias diversas y con compañeros distintos. Copa Libertadores. Torneo local. Gloria al crack que no sabe errar penales. Ortigoza es un reloj.

Ortigoza, gordo como está, o como es, qué importa, tiene una virtud difícil de encontrar en el fútbol mundial, ni digamos ya en el argentino: es un hombre que entiende el juego y hace jugar mejor a sus compañeros. Puede ser lento en términos de desplazamiento, pero sabe dónde pararse y cómo correr, cuándo tocar y a dónde quedarse. Tiene criterio, bah, y una personalidad innegable para cargarse los trámites de partido al hombro. También habilidad asombrosa para que los movimientos de su equipo fluyan en el compás que él marca. Ortigoza le da organicidad al equipo, logra que el juego asociado cobre sentido.

Hay pocos jugadores así. Riquelme es el epítome. Gago tiene la misma cualidad. A su alrededor, todo.

La presencia de estos futbolistas no siempre es positiva en el funcionamiento colectivo. Independientemente de su talento, los clubes que cuentan con ellos deben saber aprovecharlos. Bauza, claro, sabe usar a Ortigoza. Lo exprime. Le da un rol fundamental para que sea protagonista. Y el hombre de la selección de Paraguay le responde cómodo. Así sabe jugar. Ya había hecho lo mismo junto al Patón, con excelentes resultados.

San Lorenzo, con ellos, armó un rendimiento constante muchas veces alineado con el estilo que le otorgaba Ortigoza desde el medio. Quizá por eso el costo de su salida resultó tan alto: el Ciclón quiso seguir jugando como lo hacía con Ortigoza, sin Ortigoza. En lugar de cambiar el estilo intentó mantenerlo sin el hombre que le daba forma. No funcionó.

En Boca pasa algo similar con Gago. Cuando está –y está bien- Boca es un equipo determinado. Cuando no está, Boca intenta ser el mismo equipo sin éxito. El problema de Boca no es Gago sino cuando Gago está mal.

¿Pero qué se hace, entonces cuando falta el reloj?

Después de las lesiones que lo dejaron casi sin jugar a fines del año pasado, Central tiene un chiche nuevo que ahora entiende cómo usar. Por el momento, es una maravilla. Algo que le sirve y mucho. Un lujo provechoso. Y debe disfrutarlo mientras dure. Maximizar el idilio a fondo.

Tiene una sola desventaja: qué hacer cuando no lo tenga. Cómo aprender a jugar sin él.

“Cuando te regalan un reloj, te regalan un pequeño infierno florido”. Cortázar escribió un texto de una fuerza increíble con respecto al tema, el Prólogo a las instrucciones para dar cuerda al reloj. Tener un objeto magnífico conlleva –por fuera de cualquier beneficio- una responsabilidad atronadora y cierta esclavitud.

“Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes”, enumera Cortázar. El compañero Mariano Mancuso sostiene que la analogía Ortigoziana es errónea, porque el texto de Cortázar se ajusta perfecto al concepto de fetichismo de la mercancía, de Marx. Pero él es culto y yo soy exageradamente nostálgico: me preocupa muchísimo qué va a pasar con eso que todavía no fue, y toda la tristeza que inevitablemente sucede a un pico de euforia justificado.

Y siento en algún punto que el paralelo es preciso. Porque Ortigoza es un reloj, que además se para en el centro del mundo y revierte el protagonismo. Él usa al club para regresar a la escena: a los títulos de diario y el liderato de un torneo.

No te hicieron un regalo precioso, Central. Tú eres el regalado. A ti te regalan para el cumpleaños de Ortigoza.