En el habla frecuente de los futboleros podemos encontrar un par de frases que parecen dogmas reglamentarios, máximas repetidas sin pausa pese a su efectividad adivinatoria dispar. Por ejemplo, la célebre “dos cabezazos en el área es gol”. O la nunca bien ponderada “es medio gol” cuando hoy un tiro libre en las inmediaciones del área y un pateador más o menos hábil.
Lo que no mucha gente sabe es que, en realidad, este tipo de frases tienen su origen en reglas caducas, utilizadas alguna vez en lugares remotos del mundo para intentar dar un nuevo atractivo al fútbol regional, como de vez en cuando intenta hacer la FIFA.
El ejemplo más reciente es el del Penal Largo, ese experimento que alguna vez repasamos y que ocurrió en el Chile de 1990 (foul en los últimos 25 metros era cobrado como tiro libre sin barrera desde la medialuna), aunque esa modificación no cuajó en el lenguaje popular. Algo que sí ocurrió con algunos hechos anteriores. A saber:
“DOS CABEZAZOS EN EL ÁREA ES GOL”
El origen de este epíteto se dio en la lejana India, en la década del ’60. Después de que el seleccionado asiático jugara aquel primer partido famoso de 1948 en el que sus jugadores no usaron zapatos, siguieron años en buen nivel. El equipo rechazó la invitación al Mundial de 1950 en Brasil, ganó los Juegos Asiáticos de 1951 y participó en las dos siguientes citas olímpicas: Helsinki ’52 y Melbourne ’56, donde terminó cuarto.
Sin embargo, el interés de la población por el deporte fue mermando en la nación a medida que se consolidaba en su independencia del imperio británico. Es por eso que la Federación intentó una medida desesperada para aumentar el promedio de gol. En una Liga en la que el juego aéreo resultaba preponderante, se intentó premiar a los que buscaran el arco rival de manera sostenida. Por eso se dictaminó que dos cabezazos dentro del área serían contados como un tanto a favor del equipo en ataque, incluso si la pelota no terminaba en la red.
Si bien es cierto que aumentó desmesuradamente la cantidad de futbolistas que fueron a buscar los centros en los córners, el resultado estuvo lejos del esperado: el área se llenó de marcadores precavidos, los delanteros buscaban a sus compañeros con cabezazos de emboquillada y la búsqueda del gol quedó relegada a un segundo plano. Después de todo, era más difícil acertarle al hueco que dejaba el arquero rival que a la cabeza de un compañero, mejor o peor ubicado.
El 63% de los partidos jugados ese año terminó igualado 0-0. La regla duró apenas un torneo y quedó olvidada. El cricket se hizo rey en India. La frase quedó para la historia, casi como una burla que después fue tomada en serio.
“TIRO LIBRE EN EL BORDE DEL ÁREA ES MEDIO GOL”
Capricho de un dictador, tras el muy buen papel de Corea del Norte en el Mundial de 1966, el entonces Líder Supremo Kim Jong-Il intentó agregarle pimienta a la competencia local con un retoque reglamentario pensado para agilizar el juego y –cuándo no- premiar a los conjuntos que apostaran a la ofensiva. Para ello hizo pintar en todos los campos de juego un “tercer área”, con líneas en paralelo al área grande y en contacto tangencial con la medialuna: un rectángulo más grande que incluía la medialuna y sobresalía más o menos un metro de los laterales del área. Cualquier foul dentro de esos márgenes era considerado como “medio gol”, aunque el tiro libre se pateaba normalmente y podía derivar en gol, saque de arco, córner o una tapada del arquero. Es decir que un tiro libre bien ejecutado podía llegar a valer un gol y medio. Pero el medio era seguro, por regla.
La intención era que, en caso de empate, el “medio gol” sirviera para determinar quién fue el ganador del partido. Se acababa así prácticamente con la posibilidad de un empate. En las raras ocasiones en las que se cometía dos veces un foul en el sector delimitado por la nueva línea de cal, se otorgaba un tanto al equipo atacante, pero desaparecía la “ventaja invisible” en caso de igualdad. Es decir: el medio gol pasaba a ser un gol entero. El empate seguía siendo una posibilidad porque además de que ambos equipos podían recibir medio gol a favor en el mismo partido, los encuentros también podían salir dos medios a uno, es decir, 1-1.
Pese a la muy buena recepción en el país, la FIFA vetó la posibilidad de incluir la regla en el resto del mundo.
“TÉCNICO QUE DEBUTA, GANA”
Parece mentira, pero en Uganda, en la década del 50, ser dueño de un equipo de fútbol equivalía también a ser el entrenador. Esto derivó más de una vez en comportamientos irregulares por parte de los hombres que detentaban el total del poder: dejar de pagarle a un jugador porque no se entrenaba según los gustos del mandamás, o bien echarlo porque contestaba de una forma que no gustaba al técnico, o vender un arquero a un equipo rival porque se comió un gol tonto.
Los dirigentes de la Asociación local buscaron erradicar una conducta extendida, que no podían modificar directamente sin meterse en los estatutos del club. Entonces surgió una de las reglas más extrañas de la historia del fútbol. Cualquier equipo de Primera que presentara un entrenador debutante en un partido oficial, se quedaría inmediatamente los dos puntos que en aquel momento recibía el ganador del encuentro.
Se presentaron dos problemas. El primero, es que –después de algunas protestas- se determinó que la regla no sellara la suerte del conjunto rival. Es decir: ganaba el de nuevo DT, pero el otro no perdía. Con lo cual el partido se jugaba de todos modos. Si se imponía en el resultado el equipo a priori ganador, se quedaba con los dos puntos ya otorgados. Si perdía, los dos equipos sumaban dos puntos. Pese a que deportivamente siempre convenía ganar –así el equipo rival no trepaba en la tabla- este tipo de partidos dio lugar a muchísimas especulaciones, ya que en varias oportunidades los conjuntos con técnico nuevo fueron sospechados de dejarse perder a cambio de dinero. Después de todo, sumaban como en una victoria de todas maneras.
El segundo problema, y bastante más severo, es que lo que al principio pareció una solución a los mandatos eternos de los dueños de equipo se transformó en su antónimo. Previsiblemente, todos los equipos comenzaron a presentar un DT debutante en cada partido. Los sucesivos parches dictaminaron –primero- que el técnico tenía que ser un debutante absoluto, no sólo en el club (fue un desastre: ignotos muchachitos ocuparon el banco de los grandes del país mientras los entrenadores reconocidos estaban en el desempleo) y más tarde un cupo máximo de DTs nuevos en una temporada por equipo.
La regla se levantó cuando los presidentes, entrenadores en la sombra, empezaron a cambiar de DT cada vez que se venía un duelo con los rivales directos para obtener un título o pelear por la permanencia de categoría. La frase, de alguna forma, llegó a nuestras pampas para sobrevivir hasta hoy.
Todos los datos para esta nota fueron extraídos del libro “Universal history of football” de Frederick Malky. Editorial Penguin. 2012.