La rubia, como todas las rubias, tenía algo misterioso. Caminaba de un lado a otro de la oficina agitando los brazos, escondida detrás de los gruesos lentes negros.

–No tengo dudas. Lo cambiaron por otro –concluyó su monólogo, con un teatral giro de 180 grados, para quedar parada exactamente frente a mí.

Bajé los pies del escritorio y me incliné hacia adelante. Le miré las piernas robustas.

–¿Es sólo una intuición o hay alguna certeza?

–Físicamente es igual. Hasta en las cuestiones más íntimas. Pero es otro. Estoy segura.

–Cuando lo veo por televisión no parece. Sigue tan provocador como siempre. Y ni que hablar de cuando pide “que la sigan chupando”.

–Justamente. Ahí me di cuenta de que mi Diego ya no estaba. Por primera vez, Verónica había conseguido atrapar mi atención.

–Piense en su historial: ésa no fue una frase a lo Maradona. ¿Qué tienen en común “la mano de Dios”, “le toma la leche al gato” o “se le escapó la tortuga”? Son sutiles y geniales. Y, además, son auténticas. Eso de mamarla fue una grosería. Pero además fue una expresión meditada, preparada, dicha con la precisión de aquel que está desempeñando un papel, cumpliendo un rol.

Las ideas iban, por mi cabeza, de un lado a otro. ¿Maradona secuestrado? ¿Maradona escondido? ¿Acaso muerto? Tenía sentido. ¿Cómo podía ser, si no, que un hombre del fútbol, talentoso como pocos, entrenado por los mejores DT de la historia pusiera a Gago de ocho? ¿Cómo un lírico en su concepción futbolera jugaría con doble cinco? Además… ¿Chaco Giménez, Cristian Álvarez, Campestrini? ¿¿Franco Razzotti?? Todo indicaba un sentido único, pero no era fácil aceptarlo.

–Ya antes había sospechado. Lo llama Grondona, va con Bilardo y convoca a Ruggeri, todas personas que Diego detesta, lo sé perfectamente –agregó Verónica.

–Mire, su novio no es un personaje muy estable en las relaciones humanas. Se hace amigo de cualquiera en dos minutos, y también se pelea en otros dos.

–Antes… Ya no… Mi Diego tenía las cosas más claras…

Fue lo último que dijo. Después sólo pidió ayuda, y se quebró lanzando un llanto contenido quién sabe desde hace cuanto.

Las pistas que me llevaron a la morgue judicial de Glasgow fueron entregadas a cuentagotas por cada una de las personas cercanas a Maradona. Todas coincidían en que Diego había cambiado desde el momento de asumir la Selección, más precisamente después del primer amistoso, el del 19 de noviembre
de 2008, cuando Argentina le ganó 1-0 a Escocia con un gol de Maxi Rodríguez.

Pero el dato definitivo lo entregó Miguel Ángel Lemme.

–Dos horas después del partido, estábamos por subir al micro para regresar al hotel, pero Diego me dijo que quería caminar por su cuenta las calles de Glasgow. “Acá me quieren”, me dijo. Lo vi irse, despacio, apesadumbrado, con las manos detrás del cuerpo, enfundado en uno de esos camperones de la Selección –recuerda Lemme–. Pensamos que iba a festejar, a tomar un poco de aire y cerveza, como se debe hacer en Escocia.

A las cuatro horas nos empezamos a preocupar con Mancuso: no lo podíamos localizar por celular. En el momento que estábamos por llamar a la policía, reapareció con una amplia sonrisa, como si el paseo le hubiera cambiado el humor por completo. Nos llamó la atención que no tuviera la misma ropa, y que no oliera a whisky. “Es que me bañé recién”, explicó. No le creímos.

Ese día, por la noche, hicimos una reunión y por primera vez lo vimos elaborar un plan de trabajo. Disparatado para la Selección, pero un plan de trabajo al fin. Ahí nació la idea de convocar a Ruggeri, de llamar a un centenar de jugadores para hacer pruebas, de dar de baja a Riquelme para jugar sin enganche, de insultar a Pasman, de defender el resultado con esquemas defensivos…

Caminaba por los pasillos de la morgue. ¿Qué respuesta había? ¿Un doble, alguien idéntico al Diez pero funcional a Grondona? Y de ser así, ¿por qué las peleas con Bilardo? ¿Serían una fachada para encubrir la relación real? Quizá la verdad se develó con ese abrazo clasificatorio tras el partido con Uruguay, pero fuimos demasiado ciegos para verla.

De pronto me hicieron pasar hasta el salón de las heladeras, esos nichos de metal que guardan cuerpos en perfecto estado de conservación. El médico de turno puso la llave y de un tirón abrió el inmenso cajón. Un Maradona rapado, blanco como un papel, reposaba en la mesa de metal.

–Estimated time of death, November 19th, 7.30 PM –dijo el forense.

Mi escaso inglés me alcanzó para traducir una sospecha que se transformó en certeza.

Maradona está muerto.

*Detective privado de la agencia Servicios Especiales.