Desde hace mucho tiempo me sorprende la capacidad que tienen los futbolistas para contar con una inteligencia disociada. Normalmente me doy cuenta de esta cuestión con tipos absolutamente brillantes adentro de la cancha que encadenan actitudes idiotas en su vida cotidiana.
Quiero aclarar antes de que se empantane la cosa: no hablo de conocimiento académico, de acumulación de datos. Es injusto pedirle a un jugador de primer nivel que sea un buen orador, o que maneje nociones de filología y hable de corrientes contemporáneas de pensamiento o teorías económicas. Sobre todo porque si quieren llegar a la perfección con la pelota, suelen abandonar sus estudios en edades tempranas. No voy a eso. Hay una idiotez y una inteligencia anteriores a cualquier libro. Vinculadas con el manejo personal, la supervivencia y la resolución de problemas.
Creo que un buen ejemplo de un idiota sorprendentemente vivo en cancha sería Ever Banega, un cinco lúcido, de buen toque que lee el juego casi como armador -con lo difícil que es eso cuando uno está ahí, en el pasto- y que sin embargo se atropella a sí mismo con el auto en una estación de servicio.
Podría nombrar a Mario Balotelli, cariñosamente apodado Bolutelli por parte de nuestra redacción, que incendió su casa tirando fuegos artificiales bajo techo. Pero ahí entra a tallar la cuestión de si efectivamente el delantero italiano es inteligente adentro de la cancha. La respuesta sería: a veces.
El que es siempre inteligente a la hora de jugar con la pelota en los pies es Luis Suárez. Porque busca el espacio a partir del control, te desorienta haciendo fácil lo más complicado y -salvo en algún ataque de egoísmo goleador- suele tomar decisiones acertadas cerca del área. Porque tira diagonales enloquecedoras y hace goles decisivos y transforma equipos más o menos en rivales definitivamente duros, como hizo con Uruguay y con el Liverpool en buena parte de la temporada.
Sin embargo, al muchacho se le cruzan los cables de la naturaleza y le pega un mordiscón en el hombro a un defensor italiano.
Hagamos un punto acá para analizar la jugada. Suárez estaba forcejeando en el área un poco inútilmente, como para acumular rispideces, digamos, porque la pelota salía para el lado izquierdo de la cancha y él andaba por el medio, casi en el borde del área chica. No estaba peleando posición, no estaba buscando anticipar, no estaba desacomodando a Chiellini. Futbolísticamente, no estaba logrando nada. Ni siquiera incomodar una presunta intervención del rival. Sin embargo, zácate.
¿Qué estaba pensando Suárez? Si es un crack que sabe explicar sus decisiones futboleras, ¿cómo explica esa boludez infinita? ¿Qué quiso hacer? ¿Para qué morder? Si estás caliente con el otro por una cuestión anterior, ¿no es más normal tirarle una trompada, pegarle un planchazo, un codazo, escupirlo? No sé, cosas más normales que hacen los jugadores normales.
Que ya le haya pasado en ocasiones anteriores acentúa la incógnita. ¿Qué estaba pensando Suárez? Si es un crack que sabe explicar sus decisiones futboleras, ¿cómo explica esa boludez infinita? ¿Qué quiso hacer? ¿Para qué morder? Si estás caliente con el otro por una cuestión anterior, ¿no es más normal tirarle una trompada, pegarle un planchazo, un codazo, escupirlo? No sé, cosas más normales que hacen los jugadores normales.
Que haga tonterías fuera de la cancha es más corriente, pregúntenle a Banega. Pero el uruguayo mete la pata fuerte en su propio terreno, en el rectángulo que delimita su campo de sabiduría. Evidentemente, Suárez es excepcional incluso cuando incurre en una estupidez: es excepcionalmente estupido en la materia que mejor maneja.
Para colmo, en un gesto que no sabemos si lo encarcela o lo hace zafar, ¡se agarró los dientes! Y lo hizo con bastante ahínco como para que la prensa internacional supiera que algo había pasado con la dentadura de ese hombre que a duras penas puede cerrar la boca.
Horacio Elizondo explicó en un programa nocturno de TyC Sports cómo esa actitud también es precautoria: “Puede alegar que chocó los dientes contra el hombro de Chiellini. No hay imágenes que presenten evidencia incontrovertible de su mordisco”, explicó. Bajo esa visión, FIFA no lo sancionaría.
O sea que Luisito fue vivo, piola, rápido, inteligente si se quiere, también en esa. En el post de su locura inexplicable. Bueno, eso lo hace más inexplicable todavía. ¿Cómo podés tener la velocidad mental para darte cuenta que te conviene fingir una falta contra tu propia dentadura pero no la suficiente entereza como para evitar un mordisco que puede dejar a tu Selección con diez y a vos -incluso a tus compañeros, si te expulsan y los obligás a jugar con diez- definitivamente afuera del Mundial? Que reciba o no un castigo no cambia la apreciación.
A veces pienso en las charlas de la concentración argentina y me imagino los diálogos que pueden tener Agüero, Lavezzi, Messi y Di María, que además se han declarado más de una vez como muy amigos. Pocho, Fideo, Kun y Leo, un ensayo sobre el vacío. También pienso en lo que puede sentir Mascherano, por afano el más luminoso de la Selección, en medio de esas tertulias entre partido y partido.
Y mi respuesta es siempre la misma: no importa. Porque Agüero una vez contó que él se guiaba por el sol para saber si lo marcaba un defensor. “Si veo que la sombra viene de la derecha, engancho para la izquierda”. Es que se sabe que, cuando van al estadio, esos tipos que difícilmente hilvanen dos frases saben mucho más que cualquier otro. Por eso su calentura con los mamarrachos de escritorio que tratamos de entender su juego: “Nunca te pusiste los cortos, nunca pateaste una pelota”.
Por eso la respuesta de Suárez, que se confunde y piensa que su inteligencia en la cancha lo protege de un despropósito y para defender su postura se escuda en esa academia inversa que los jugadores le enrostran al resto de los mortales. Y dice una frase, una sola frase como para dejar todo atrás y ni siquiera reflexionar acerca de su naturaleza un poco caníbal y en una probable suspensión: “Pasan miles de cosas en la cancha”.