Tras el rotundo y sorpresivo éxito de nuestra primera entrega –en la que desasnamos a nuestro público en cuanto al origen de frases como “dos cabezazos en el área es gol” o “técnico que debuta gana”-, y tras confirmar el desconocimiento general de las historias futboleras que determinan el actual lenguaje de los relatores, decidimos continuar con un anecdotario explicativo: de aquí, ni más ni menos, surgen algunos de los lugares comunes que solemos escuchar en la transmisión de partidos.
Ojalá podamos seguir enriqueciendo la cultura popular, erradicando los malos usos del lenguaje que muchas veces se dan por ignorancia etimológica.
Vamos a lo nuestro:
“PENAL BIEN PATEADO ES GOL”
El mito otorga la creación de esta frase al árbitro Nai Foino, que se negó a repetir el penal que Roma le atajó a Délem en aquel Boca-River famoso. Su origen, en realidad, es bien distinto.
Tras cierta inestabilidad institucional en los albores de la Liga mexicana, dos competencias se unificaron en una sola a partir de 1922, cuando los equipos hasta el momento divididos se agruparon bajo la Federación Mexicana de Football Association. Llama la atención el anglicismo, pero eran horas en las que el deporte del país todavía inspiraba buena parte de su modelo de negocio en las florecientes competencias deportivas de su vecino del norte, Estados Unidos (sobre todo el baseball).
Bien al estilo norteamericano, la reciente Federación decidió que se jugarían partidos de Liga, playoffs y una final para definir un campeón. El empate no era la mejor opción para la llamada “temporada regular”, con lo cual se decidió un sistema de desempate que fue llamado “tiros penales”, para diferenciarlo del tradicional “penalti”, ejecutado desde los doce pasos por un pateador que enfrentaba a un arquero.
Los nuevos “penales” se usarían para definir un ganador en caso de igualdad. Se trataba de patear desde la mitad de la cancha, sin un arquero para detener los tiros. Habría tres ejecutantes por lado, y luego uno por equipo en caso de persistir la paridad.
La resolución resultaba bastante sencilla para los ejecutantes, que solían acertar casi siempre. Pero, claro, pronto aparecieron los que buscaron enriquecer las definiciones con algún lujo: estaban los que apuntaban a los palos, los que querían que la bola se acercara al ángulo, los que preferían que tocara el travesaño antes de ingresar e incluso algunos osados que arriesgaban con rabonas, tacos o piruetas circenses en el momento de patear. Los que lograron hacerlo manteniendo su efectividad, rápidamente se transformaron en ídolos de la afición. Otros buscaron imitarlos sin tanto éxito.
Bien al estilo norteamericano, la reciente Federación de México decidió en la década del ’20 que se jugarían partidos de Liga, playoffs y una final para definir un campeón. El empate no era la mejor opción para la llamada “temporada regular”, con lo cual se decidió un sistema de desempate: se trataba de patear desde la mitad de la cancha, sin un arquero para detener los tiros. Habría tres tiros por lados, y luego uno por equipo en caso de persistir la paridad.
Una serie de pateadores menos audaces continuó tirando al centro del arco, casi de rastrón. Eran confiables, pero no generaban ovaciones. Fueron ellos, y los defensores de esa tendencia, los que comenzaron a destacar la efectividad por sobre el floreo de los virtuosos: “La calidad de un penal no depende del modo de ejecución, tampoco importa demasiado por dónde entre la pelota. Un penal bien pateado debe terminar en gol”. Como no había arquero, tampoco se podía justificar mucha discusión al respecto.
La curiosidad reglamentaria duró apenas un par de años. Los relatores de temporadas posteriores tomaron el epíteto alrededor del mundo y lo perpetuaron, incluso cuando había un portero rival involucrado, minimizando la tarea del guardián de la valla.
“CÓRNER MAL TIRADO ES GOL EN CONTRA”
En la década del ’70, Nigeria tenía una Liga recién nacida, de apenas seis equipos. El rol de la competencia interna no era tanto buscar un campeón, un equipo destacado. Se trataba más bien de generar un marco institucional para desarrollar valores que pudieran crecer deportivamente y alimentar al seleccionado, prácticamente inexistente hasta la fecha.
De hecho, Las Águilas (que todavía no se llamaban así) sólo pudieron participar en una de las primeras nueve ediciones de la Copa Africana de Naciones, el torneo más importante del continente que se juega desde 1957: estuvieron en Ghana ’63, donde perdieron los dos partidos disputados.
En ese contexto, la Asociación decidió crear una Liga y promover ciertos valores más inclinados a la docencia y al perfeccionamiento técnico que a la propia competencia. Uno de los puntos que alarmaba a los dirigentes era la muy mala performance de los suyos en los lanzamientos con pelota parada. Tiros libres y tiros de esquina eran una preocupación constante para los técnicos de turno. Sencillamente se tiraban unos córners horribles.
Para tomar cartas en el asunto, se dictó una regla que a la distancia parece absurda: un tiro de esquina en el que la pelota no ingresara al área sería cobrado como un tanto para el equipo contrario. La ridícula ley se puso en práctica con asombrosos resultados, pero fue sufriendo modificaciones a medida que se demostraba su injusticia. Por ejemplo: si había un pase corto e intencionado a un compañero, el córner se consideraba bien tirado. Lo mismo si el centro era largo pero llegaba un atacante por sorpresa detrás del segundo palo. De inmediato se decidió que si la bola iba a un jugador del mismo equipo, no podía castigarse al conjunto ejecutor.
Al final de la primera temporada, se había cambiado definitivamente la regla para dejarla con un efecto relativo: sólo se convalidaba un tanto para el equipo rival si el ejecutante tiraba la pelota directamente fuera de la cancha, o bien si en el rechazo del córner por parte del equipo defensivo la pelota caía en un jugador dispuesto para el contragolpe.
Aunque sólo se mantuvo por un par de años, el efecto de la norma fue casi inmediato. Contra todo pronóstico, la idea funcionó: la mejoría técnica de los jugadores bajo presión generó buenos ejecutantes. Nigeria ocupó el tercer lugar en la Copa Africana de 1976 y 1978. En 1980 fue local y campeón.
“EQUIPO QUE GANA NO SE TOCA”
Eran tiempos de Guerra Fría, y en Alemania Oriental había una sed desmedida para generar nuevos espías y reclutas del ejército para las fuerzas soviéticas. Los futbolistas, como cualquiera, eran empleados del Estado todopoderoso, y estaban permanentemente expuestos a ser llamados para infiltrarse o luchar en las líneas enemigas. Los jugadores, jóvenes y con aptitudes atléticas, eran bien conscientes de su débil posición. Muchos de ellos, incluso, elegían el exilio para evitar esa posibilidad.
La cuestión se volvió grave a mediados de la década del ’50 cuando varios conjuntos de la DDR-Oberliga, la Liga de la República Democrática, se vieron mermados por la ausencia repentina de sus figuras que huían a destinos capitalistas en los que su talento era recompensado y desaparecía la amenaza velada de abandonar la actividad para servir políticamente al país. Los dirigentes del fútbol pidieron respuestas al Partido. Después de todo, había equipos del Ejército y de la Policía Secreta: el fútbol en aquel momento era tan político como todo lo demás.
En Alemania Oriental se tomó una medida extrema para evitar futuras fugas de futbolistas. El equipo que fuera campéon de la Liga se aseguraría una inmunidad particular: ninguno de sus jugadores sería incorporado al servicio de espionaje ni incluido en las fuerzas militares. La solución del poder era dejar en paz a los vencedores, para que se ganaran su propia seguridad desde la habilidad deportiva.
Se tomó una medida extrema, para evitar futuras fugas. El equipo que fuera campéon de la Liga se aseguraría una inmunidad particular: ninguno de sus jugadores sería incorporado al servicio de espionaje ni incluido en las fuerzas militares. La solución del poder era dejar en paz a los vencedores, para que se ganaran, en conjunto, su propia seguridad desde la habilidad deportiva. Una solución digna del socialismo. La orden, traducido al criollo, era así: el equipo que gana no se toca.
Las autoridades del Partido cumplieron con su promesa cuando se coronó el Wismudt Karl-Marx Stadt, en 1955. De hecho, el equipo con nombre de líder comunista volvió a coronarse, con su formación íntegra, en los dos años siguientes. Era previsible, porque sus rivales se veían mermados por la selección de sus figuras para el servicio secreto: incluso, el subcampeón fue siempre distinto. Se decidió, a partir de 1957, condonar también al que terminara segundo en la competencia, que entonces fue el ASK Vorwärts Berlin. Resultado: el ASK fue campeón de 1958, ‘60 y ‘62; volvió a ser subcampeón en el ’59, cuando el campeón fue… el Wismudt Karl-Marx Stadt.
Por alguna razón, la frase se transformó y hoy se utiliza de forma casi unánime como un mantra para sostener a las formaciones titulares si se impusieron en un partido cualquiera.
*Todos los datos para esta nota fueron extraídos del libro “Universal history of football” de Frederick Malky. Editorial Penguin. 2012.