Ya era noche cerrada en De Grin Bar, el irish pub más prominente de Pompeya, en Uspallata y Chiclana. Allí se sirven con profusión antiguos whiskies argentinos –y otros licores de marcas fenecidas– entre su selecta clientela de literatos, filósofos, directores técnicos y espías internacionales, entre otros.

Exactamente luego de clavarse el quinto Royal Command, el Fino Chabolas, suboficial retirado de la Provincia, se puso a disertar a propósito de las imágenes que devolvía TN desde un LCD situado en un elevado rincón, donde las botellas de matarratas juntaban telas de araña. “Son pandillas de ratas”, describía Muammar Khadafy, parado sobre el muro de un castillo cerca de Trípoli, a los jóvenes que pretenden acabar con su régimen, “no representan a nadie, son una minoría terrorista, quieren hacer del país un emirato islámico conducido por Osama bin Laden”.

“¿Saben quién tiene la culpa de que la CIA haya elaborado un informe secreto asegurando que los jóvenes libios son de Al-Qaeda?”, interrogó retóricamente el Fino a los parroquianos. “Bilardo”, sentenció, y se hizo silencio.

Chabolas hizo un relato de cómo la CIA sindicó a un informante sudamericano de uno de los hijos del dictador norafricano, Al-Saadi-Khadafy, volante por izquierda y salvaje represor de la sublevación en la ciudad de Benghazi, como la fuente que señaló el alineamiento de los líderes juveniles de la pueblada libia con la organización que se cargó el World Trade Center de Nueva York hace casi diez años.

Miguel Ángel Lemme (el mismo que estuvo en el staff de Diego y fue parte del cuerpo técnico del Narigón cuando éste dirigió la Selección de Libia en 2002) le avisó a Bilardo que Libia estaba cayéndose a pedazos. El Narigón lo llamó a Al-Saadi a su teléfono móvil y así encendió una grabadora en una oscura habitación de uno de los cuarteles de la CIA en Albuquerque, Nuevo Méjico. “Cómo estás, Saadi. Vos, tranquilo, y acordate: computación e inglés. La campaña de difamación contra mí que hizo Clarín fue insoportable, así que cuidate de Clarín, o como se llame ahí, y si lo que leés te produce acidez, Alka-Seltzer. ¿Sabés? Ya tengo más de once mil videos…”. Aquí se interrumpió la señal y la incomunicación se hizo más pronunciada.

Cualquier argentino reo, con calle y mucho fútbol encima, tiene serios problemas para entenderle una sola palabra a Bilardo, quien puede deglutir frases enteras, escupiendo una síntesis caprichosa y muy personal de las sílabas que suenan. Augusto Rocamora de la Guardia Vieja, nieto de hondureños y erudito en lengua española, hizo lo mejor que pudo con las grabación defectuosa y el dossier de la Agencia sobre Bilardo.

“Carlos Bilardo, agente encubierto del gobierno argentino en la asociación de fútbol, protector del agente castro-chavista Diego Maradona, ex funcionario kirchnerista en la provincia de Buenos Aires y enemigo acérrimo de la Sociedad Interamericana de Prensa (denuncia sistemáticamente complots del diario Clarín contra su persona desde hace veinticinco años) le aseguró a uno de los hijos menores de Khadafy que posee más de diez mil cintas de video sobre la Jihad juvenil en los países árabes y los modos de penetración corrosiva por parte de Al-Qaeda…”, decía parte del informe de inteligencia estadounidense elaborado por Guardia Vieja.

“¿Descabellado?”, le espetó el Fino a algún incrédulo que se atrevió a poner en duda su relato. “¡Descabellado! Decime, entonces, ¿de dónde carajo salió este rumor?”, y tiró sobre el mostrador el Clarín del día siguiente. “Las conexiones de Cristina con Al-Qaeda y la crisis en Libia”, decía el título principal.