¿Recuerdan aquel dibujo animado producido por Steven Spielberg? Se transmitió entre el 95 y el 98. Eran dos ratones albinos alterados genéticamente que vivían en los laboratorios Acme. En cada episodio, Cerebro ideaba un plan para conquistar el mundo, cosa que, naturalmente, nunca llegaba a ocurrir. Cerebro era un ratón de inteligencia superior. Con su cola abría la jaula donde vivían, tenía una cabeza inmensa debido, justamente, al tamaño de su cerebro. Sufría del complejo de Napoleón –el complejo de inferioridad que afecta a la gente de baja estatura–, y eso en gran parte era lo que ponía en peligro el éxito de sus planes. Otras cosas que impedían que Cerebro conquistara el mundo eran los errores de Pinky, la poca inteligencia de los seres humanos o, simplemente, la mala suerte (el propio Napolén dijo en cierta ocasión que el éxito de sus campañas se debía a su talento natural para el mando, pero también a que había tenido buena suerte).
¿A qué viene este recuerdo extemporáneo? A que tengo la firme sospecha de que el plan de rescate de los treinta y tres mineros chilenos fue concebido, digitado, pensado, perfeccionado, establecido y llevado a cabo por Marcelo Bielsa y no por el presidente chileno Sebastián Piñera Echenique, desde ahora simplemente Piñera. Como todo político, Piñera no aspira más que dominar el mundo, pero su escaso cerebro no le permitió llevar a cabo el plan sin la ayuda voluntariosa y desinteresada de alguien a quien las ideas le sobran y puede derrocharlas. Además, es de derecha, y ya sabemos que los políticos de derecha saben hacer jaulas, pero no abrirlas. Exactamente como hacía Pinky.
Marcelo Bielsa tiene que haber sido el Cerebro, porque todo se desarrolló en el mismo escenario genéticamente alterado en que suele vivir el DT argentino, acostumbrado a actos heroicos a partir de medios y personas poco inteligentes (no me refiero a los chilenos en particular, Dios me libre y me guarde; hablo de los seres humanos en general, del resto del mundo, de todos los que no son Marcelo Bielsa).
Mi presunción no puede ser otra cosa que cierta, y la prueba de la que dispongo es que Bielsa actuó desde la más negra sombra, a diferencia de Piñera, que brilló con la luz de los que no fueron iluminados con el talento y la locura y la obsesión por el trabajo. Sólo un obsesivo por excelencia puede organizar algo que ni siquiera la más perfecta planificación puede poner en práctica sin alteraciones, sin un mínimo susto, sin un pálido cambio de frente.
Revean la larga –larguísima, eterna– escena del rescate de los treinta y tres mineros del desierto de Atacama. Ahora no piensen, simplemente imaginen a Marcelo Bielsa sentado, sosteniéndose la cabeza con una mano, lápiz en mano, pensando, pensando, dibujando, pensando. ¿Lo vieron? Bien, ahora hagan lo mismo con Piñera. Inténtenlo. Otra vez. ¿Vieron que no hay caso? No se puede imaginar algo así. Es como tratar de imaginarse una noche brillante iluminada por el sol, una primavera otoñal, un diamante blando… Cosas así.
Marcelo Bielsa fue el factótum, el cerebro que si no domina el mundo es porque no está interesado en el asunto, porque dominar el mundo le depararía demasiado trabajo que atentaría contra fines mejor remunerados y mucho más satisfactorios –la Selección de Chile es uno, pero hay más, siempre hay más–. Piñera fue solamente el instrumento, el títere. ¿No vieron que hasta las palabras de Piñera parecían escritas por Bielsa?