Empecemos por consignar lo obvio: Marcos Rojo no es un gran talento. Incluso, en son de apurar las cosas, es difícil quererlo o afirmar que merece un puesto seguro en la Selección. De hecho, hasta anoche no era uno de nuestros preferidos.
Pero como nosotros nos atenemos al viejo adagio de cuidar a los que están en lugar de pedir por los ausentes, estábamos bien dispuestos con él antes de arrancar el partido frente a Bosnia. Teníamos un poco de empatía, que le dicen, porque lo encajaron en un lugar de la cancha que le es desconocido. Era casi un volante, al estilo Zabaleta pero del otro lado, se mandaba excursiones ofensivas que lo llevaban hasta un poco más adelante de lo que suele moverse,
Y si no mostró ductilidad, al menos en el primer tiempo fue uno de los únicos jugadores del equipo que cumplió con su papel destructor. Se lo veía enchufado, presionando cuando recibía su marca, firme para cortar, zurdísimo.
Por supuesto, se terminó de ganar a la hinchada despejando de rabona desde adentro del área, hecho sin precedentes que puede ser anotado en el libro Guiness de la locura.
Posiblemente respondiera, como bien leyó Diego Latorre en el comentario en vivo de la TV Pública, a sus limitaciones para patear con derecha. Sencillamente se tiene más confianza pegando así, inventando una pirueta de circo.
A nosotros, ese gesto de rebeldía en un conjunto que aburría a todos, nos divirtió, nos gustó y hasta nos puso del lado de este muchacho. Pensamos, ahora, que es el único titular con puesto fijo. Por encima de Messi, podría decirse (bueno, quizá no).
Salimos bancar a Rojo. Bueno, como si lo necesitara después de su partido, que lo convirtió en estrella al menos de la burla social.
Sobre todo nos convencimos de esta cuestión, de bancarlo, cuando nos dimos cuenta de que, con la posible excepción del 10, éste es el único muchacho que no tiene un suplente en el plantel. Salvo que quieran ver a Basanta plantado en el lateral izquierdo, deberían acompañarnos en ésta.