Daniel Bazán Vera mira por el vidrio de la pizzería hacia la plaza de San Justo, uno de los pulmones por donde respira el partido de La Matanza.
–Cuando era pibe, vivía acá a dos cuadras, en la sede de Almirante Brown. El colectivo dobla ahí en la esquina, entonces yo me sentaba en la plaza y sólo pensaba que el bondi en un rato iba a pasar por Villa Palito, mi barrio.
Los ojos de Bazán Vera tienen el brillo que limitan con las lágrimas. El goleador del Ascenso, categoría proletaria del fútbol argentino, el dueño del récord de 36 goles en una temporada de la B Nacional, la marca que le igualó al Toti Iglesias, su maestro, es un grandote que puede sacar las garras de un oso carnívoro o convertirse en un Winnie The Poo tierno que sólo devora miel.
Bazán Vera nació en Corrientes como el noveno de once hermanos. Sus padres se mudaron a Buenos Aires para trabajar y traían de a uno a los hijos. Daniel se quedó al cuidado de Oscar, el octavo, tres años mayor, con quien mantiene una relación simbiótica. “Me cuidaba, me vestía, me hacía la comida, y por ahí no comía para darme un plato a mí. Oscar me crió”, dice. Su hermano, el amor por su hermano, estará presente en su relato.
–¿Cómo empezaste?
– Empecé tarde, a los 16. No me gustaba. Mis amigos de Villa Palito tenían un equipo y yo los acompañaba. Empecé de cuatro, me enganché y me pusieron de 9. Nos llevaron a una prueba para Almirante Brown. Yo fui por ir, no quería. Y al final el único que quedó fui yo.
–¿Ya hacías goles?
–Sí, pero después estuve como veinte días sin ir. Me fueron a buscar a mi casa, hablaron con mamá, que nunca se había enterado y tampoco me podía llevar a jugar. Entonces me ofrecieron ir a la pensión. Intentaron que volviera a estudiar, pero fue imposible porque me echaron de la escuela por pegarle a una maestra porque lo llevaba de las patillas a mi hermano más chiquito. Y reaccioné. El que jugaba bien de verdad era mi hermano.
–Esa es típica. ¿Y qué le pasó?
–Se tuvo que poner a criarme. Por eso esto es su sueño. Todos sus hijos tienen mi nombre, incluso la nena se llama Daniela. Y yo tengo dos mujeres, pero cuando tenga un varón le voy a poner Oscar. Él hizo un montón de cosas por mí. Íbamos a turnos diferentes para usar las mismas zapatillas porque en casa había un solo par. Pero seguí adelante. Y el Toti Iglesias me hizo debutar en la tercera de Almirante Brown.
–¿Pensás mucho en lo que te faltó cuando eras chico?
–Es lo que me ayuda a crecer. Fideos con manteca no como más. Cuando comía eso decía
que el día que tuviera la posibilidad de no comer más fideos, no comía más. En las concentraciones las pastas del mediodía no las comía.
Bazán Vera nos hace señas en la Rotonda de San Justo para que tomemos hacia la izquierda. Maneja su cupé Peugeot por el Camino de Cintura. Daniel nos lleva a Ezeiza, a la casa de Oscar, para mostrarnos el museo que está armando su hermano. A la derecha, en esa geografía de la desigualdad social, aparece Villa Palito, el territorio donde empezó su historia. Abre la reja y nos lleva al primer piso de la casa, un ambiente amplio gobernado por una pared que tiene una estructura de madera en la que están expuestas las camisetas: Almirante Brown, Germinal de Rawson, Olimpo de Bahía Blanca, Defensa y Justicia, Santiago Morning de Chile, Temperley, Inter Turku de Finlandia, Unión de Santa Fe, Almagro, Tristán Suárez, Atlético de Rafaela y Gimnasia y Tiro de Salta, cada una en sus distintas etapas.
“Falta la de Atlanta, esa no la vamos a poner”, aclara Bazán Vera. Aparece su hermano, y muestra la obra con orgullo. Todavía está a medio terminar, pero a mediados de julio piensa inaugurarla. “Vamos a cortar la cinta y habrá fiesta”, dice Oscar. Hay gigantografías de Bazán Vera, fotos con la madre, notas en los diarios, trofeos, pelotas, camperas de entrenamiento, camisetas de rivales… Nada improvisado. De algún modo, es un museo del Ascenso.
–¿Hubieras cambiado algo por jugar en Primera?
–Me hubiera gustado jugar en Primera para que mi hermano me viera contra River o Boca. Sólo por eso. Pero con Almirante Brown estoy casado, como una pareja que se casa y se separa, y después se vuelve a juntar. Salir campeón fue sacarme una espina. En el momento que menos me lo esperaba, Giunta me llamó y me dijo que quería que fuera el capitán y que demostrara el sentimiento que tenía por la camiseta. Se la jugó. Los hinchas se habían enojado porque un día pateé un penal jugando para Tristán Suárez. Yo te demuestro de otra forma que quiero al club. No le hice juicio, le devolví los pagarés, jugué gratis… A mí me contrataron para hacer goles, soy el encargado de patear y lo voy a patear. Y no te lo voy a gritar. Almirante Brown, para mí, es lo máximo.
–¿Te dolieron mucho esas puteadas?
–Fue un sector. Me puteaban porque sabían que conmigo no podían hacer negocios. Cuando ascendimos a la B Nacional, nos vinieron a pedir plata para viajar. Yo junté a mis compañeros, estaban los de la barra, y les dije que yo no ponía un peso. Si quieren al club que pongan plata de sus bolsillos o que hagan dedo. Un sector me entendió y otro no, y fue el que me denunció (N. de la R.: Un grupo de barras dijo en Olé que los hermanos Bazán Vera habían pactado con otra facción para desbancarlos). La primera vez en la historia que denuncian a un jugador. Insólito. Fijate que en los dos años que estuve en Almirante no hubo problema de tribuna. En Chacarita se cagaron a tiros se mataron, en Chicago se metieron hasta en un hospital, acá hace diez años que hay problemas y no hubo ni un
rasguño, nos conocemos todos. Sabemos cómo son y es una pena. Hoy el club está jugando a cancha cerrada y va a descenso directo. No tiene ingresos y no hay plata. Con esta situación nos vamos a la B Metro. Y digo nos vamos porque soy hincha. El alquiler de la cancha de Tristán Suarez lo pagué yo.
–¿Qué es el gol para vos?
–Yo entreno para hacer un gol. Al principio, si mi equipo ganaba 5 a 0 y yo no hacía un gol, me ponía triste. Cuando pasan los años, lo ves de otra forma. Yo no sabía
que iba a lograr lo poco o mucho que logré. Mi hermano lo tenía claro desde el primer día. Guardó la camiseta de Almirante Brown cuando debuté y dijo que iba a ir para su
museo. Y ahí está.
–Tienen un vínculo muy fuerte.
–Nuestra relación no es de hermanos, es de padre-hijo. Para mí, es mi papá. Y no tengo nada que reprocharle a mi papá porque lo quiero. Pero mi hermano es un tipo especial. Cuando estaba casado y yo jugaba en Rawson, dejó su familia y se fue a vivir conmigo porque yo extrañaba. Una vez jugamos con Olimpo contra Villa Mitre, empatamos, yo hice los goles, me hicieron notas, toda la gente saludando, tuvimos que ir caminando hasta casa porque no teníamos ni para el taxi. Llovía. Llegamos al departamento empapados tomamos mate cocido. Y él me dice: “Pensar que hace quince minutos estábamos en la gloria, y miranos ahora”.
–¿En tu carrera la cabeza fue el recurso más usado?
–Yo soporto más errar un gol con el pie que con la cabeza.
–¿Por qué?
–Porque con la cabeza yo sé que no puedo errar. Vos me decís si quiero un pase al pie o a la cabeza, y yo te digo a la cabeza. Sé queun 90% de los casos te hago el gol. “Si
mandás un buen centro vení a buscarme porque es gol”, les decía a mis compañeros. Cuando me tiraban un buen centro, yo iba y los buscaba: “Abrazame y reíte, que salís en
la foto” (risas).
–¿Entrenaste mucho la cabeza?
–A mí el Toti siempre me decía que si la pelota iba por derecha, yo tenía que ir a la izquierda. Porque la pelota va a pasar, y cuando girás tenés de frente al defensor, a tus compañeros, al arco… Y siempre es mejor correr para adelante que correr para atrás.
–¿Por qué tanta pica con Atlanta?
–Jugué ahí. Llevaron los mejores jugadores de cada equipo y no le ganábamos a nadie, éramos una banda. Una revista de Atlanta me preguntó de qué cuadro era. Almirante Brown, dije. Y me empezaron a putear. Yo era uno de los jugadores más caros del plantel, el equipo ganaba y no se generaba plata para pagar. Un día estaba entrenando, fueron treinta de la barra y cada vez que dábamos la vuelta me puteaban. En un tiro agarré y dije: Muchachos, no puteen más; si quieren cuando terminamos de entrenar vienen de a uno, mano a mano, y de acá a Luján”. Me decían que me iban a matar. Yo tengo mil batallas.
Entré a la ducha con zapatillas, cosa que si entraban ya estaba listo. Y entraron.
–¿Y qué pasó?
–Y bueno, ahí me dieron un poco.
–Hace poco tuvieron que parar un partido.
–Sí, porque cantan. Si vos le decís algo te suspenden, te sacan puntos; ahora, cuando vas vos te insultan, te tratan negro, de villero. Y eso también es discriminar.
–Vos dijiste que no te molesta.
–No me molesta que me digan villero. No me molesta nada. Pero también hay que ser justos. Pero si me vas a seguir preguntando de Atlanta cerramos la nota (risas).
–Te pregunté porque contaste que no pusiste la camiseta…
–No, una vez veo un tumulto y era mi hermano a las piñas con la barra. Él y un amigo más. Yo quería saltar el tejido y no precisamente para separar. Y da la casualidad que, sin rescindir contrato, aunque yo ya sabía que me iba, vienen a jugar a Casanova. Entonces me subí al paravalanchas de Almirante Brown. Y ese día no vino ninguno. Cuando voy me putean, pero si me pasara hace diez años atrás, te juro que salto el tejido y no queda ninguno. Yo ando por todos lados solo. Con los hinchas de Morón, por ejemplo, tenemos códigos. Me putean en la cancha a morir, pero yo vivo en Castelar y todo bien. Cuando voy a jugar contra ellos, debo ser de los que más insultan. Pero estoy tranquilo porque sé de dónde viene, el folklore me gusta. Cuando veo que me estoy zarpando, bajo un cambio.
–¿Vas a volver a Almirante Brown como presidente?
–Cuando lo dije, a mucha gente le molestó. A otros no. Yo sé que el verdadero hincha de Almirante me quiere. El que quiere hacer negocios, no. Porque conmigo no los va a hacer. Sé que voy a ser presidente. No te digo ahora porque soy joven, pero en algún momento sí. Hay que saber administrar, ser leal. No ir al club pensando en que vas a ganar plata. Si entrás con diez, te tenés que ir con siete. Conozco dirigentes que tenían un 504 y ahora andan en una lancha. Hoy el club no tiene ingresos. Con la dirigencia de ahora tengo una buena relación. Hay cosas que comparto y cosas que no. Están haciendo magia, el club juega a puertas cerradas, y por culpa de esos que me denunciaron a mi no pudimos jugar un ascenso a Primera.
–Tenés 40 años. ¿Cuánto hay de Bazán Vera como jugador?
–Yo me siento con ganas. Me tengo que operar de la rodilla derecha y tengo para dos meses. Yo le digo a mi hermano que voy a volver mejor que en los últimos seis meses. Puedo seguir dando alegrías.
Entrevista publicada en UN CAÑO#61 de julio de 2013.