A un año del Bicentenario de la Independencia de la patria, Racing Club, la gloriosa Academia que escribiera alguna de las páginas más brillantes del fútbol amateur hace casi cien años, descendió nuevamente. Lo hizo con honor y ante un rival imposible de superar, Huracán Corrientes, un equipo llamado a hacer historia, a escribir el futuro del fútbol en todo el mundo, gracias a una atrevidísima revolución táctica llevada a cabo por su entrenador, Salvador Menotti, un joven idealista que cree en la revalorización del pasado, y los hermanos Houseman, sus mejores intérpretes. Por lo pronto, el clamor de la tribuna pide a Menotti y a los Houseman para la Selección Nacional. El presidente de la AFA, Julio Grondona (h), pide cautela ya que, como bien aprendió de su padre, todo pasa. Incluso que vuelvan los wines y jueguen todos en un mismo equipo.

 

Paso de la Patria, 22 de junio de 2017

El doctor Von Houseman Jr. no pudo evitar sonreír mientras bebía su botella matinal de aguardiente de guinda. Estaba ojeando un ensayo sobre táctica en el fútbol que le había hecho llegar un sesudo entrenador de Primera B Metropolitana, “un Caruso Lombardi con aires de Bielsa”, que había conocido hace unos años, en Corrientes capital, cuando el primer Bioprototipo Houseman había debutado en un equipo de la liga correntina, causando estragos por la punta derecha, y el Carusito dirigía a otro equipo de la liga.

“Volvió el Loco Houseman”, había sido el original titular de la página de Deportes en la sección Regionales del diario Dos. Sin embargo, la falta de algunas nivelaciones en la salinidad de la tierra, más las complicaciones que entrañaban los asistentes sociales y los burócratas del club, que pretendían que tuviera papeles un fruto de la eugenesia que -literalmente- había brotado de la tierra como un zapallo, hicieron fracasar el proyecto.

Houseman01 tuvo, pues, corta vida, y fue discontinuado por su creador, con la siempre sabia colaboración de la delegación local de Gendarmería. “Por Paso de la Patria podía pasar un elefante rosa fumando hachís en una licuadora, que no iba a ser notado –ni anotado– si no tenía que ser notado ni anotado”, le había dicho un gendarme cuando fue a preguntar por su modelo.

Recordó con un dejo de ira a aquel petiso bocón que había conocido en Corrientes y tiró su ensayo sobre el ancho rellano de la luminosa ventana de la cocina. “¿Cómo ocupar los espacios?”, se preguntaba en su escrito aquel imbécil. Los budistas pasan vidas de meditación para vaciarlos y un argentino mediocre y fanfarrón pretende llenarlos de volantes y, esa maldita palabra, “carrileros”. Sonrió al ver que brotaba otra rubia cabecita de ojos claros de la tierra bregada y lanzó una carcajada ahogada.

La cosecha-promoción 16 crecía firme: cinco blondas testas ya habían asomado. Por eso, el biojardinero las rociaba con un aspersor que contenía protector solar líquido factor UV 7.500. Escanció el resto de la botella, llenando medio vaso, que se mandó a la bodega de un trago. Las cabecitas le parecían ahora siete y las veía más anaranjadas. “Debe ser el protector solar”, se dijo, antes de contemplar orgulloso el suplemento deportivo, que llevaba por título “Huracán de Primera” y exhibía la foto de Garrincha Houseman, Omar Houseman, Oreste Houseman, René Houseman y Oscar Alberto Ortiz abrazándose luego del octavo gol de Huracán Corrientes a Racing, por una de las plazas de la promoción, que ganó el equipo correntino tras vencer 12-11, en Avellaneda y 8-2, en Corrientes capital.

foto1Con un pedo para diez se sintió agradecido a aquella generosa tierra subtropical. Mezcla de sangre y semilla, de técnicas de riego ultramodernas (y de una espeluznante colección de experimentos con seres humanos, realizados por su padre en Polonia entre 1943 y 1945), los híbridos humanoides Houseman crecían y hacían delirar a las masas. Todos rubios, todos wines derechos. ¡Y pensar que todavía hay imbéciles que hablan de bioética! ¡Deberían hablar de bioestética, inmundicia roja y liberal!

Jr. salió a la cancha y vio que se entrenaban bajo la atenta mirada de su hermano menor, Ludwig, en una especie de pista de césped de cien metros subdividida en ocho carriles. Cada carril medía 30 centímetros y había dispuestos sobre él 142 conos que formaban dos pares de 71. La distancia entre cada par de conos era 1,5 milímetro mayor que el diámetro de una pelota número 5. Cada Houseman05 debía recorrer, pelota al pie, los cien metros por un carril sin derribar ni un solo cono. Por supuesto, ninguno falló.

En esta pequeña chacra, cercana a Paso de la Patria, se estaban gestando recuerdos del futuro, pensó con amargura Jr. quien era absolutamente consciente de que el sincretismo era el único camino posible para escribir su historia. Las segundas partes no sólo nunca fueron buenas, básicamente fueron imposibles. Por eso, el retrato de Himmler se encontraba debajo de un lienzo cuyo motivo era el rostro del Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas (“un auténtico patriota”, según su padre). Su experimento hablaría en nombre del buen fútbol, de los principios olvidados… y rendiría silencioso tributo a una tradición familiar de hombres de ultraderecha y de punta derecha…

Y al diablo con lo demás: los derechos humanos eran las lágrimas de los pueblos débiles.

 

Buenos Aires, 28 de junio de 2017

Clavó el enter en el teclado de su ordenador e hizo un chasquido de satisfacción con su lengua. A los 56 años no se acostumbraba a armar los textos hablando y luego corregirlos en pantalla, Mariano Hamilton seguía prefiriendo el antiguo arte de la dactilografía. Se arrellanó en su silla ergonómica de la redacción de Un Caño y contempló, conforme, el análisis táctico que había hecho sobre la increíble manera de disponerse en la cancha de Huracán Corrientes, que jugaba con cuatro wines derechos, un wing izquierdo y dos volantes de ataque. Sólo defendía con dos, ¡Con tres como mucho, cuando el 5 se decidía a bajar! Así marcaban los equipos de la época del amateurismo, hacía 100 años, ¡y sin embargo, les pintaban la cara a todos!

Hamilton sacudió su melena rubia, hundió sus dedos en ella y volvió a sonreír durante unos minutos, feliz con la vida. Sonrió con ganas. La historia era completa por donde se la viera. Además de estar frente a un equipo que podía cambiar 50 años de fútbol en un partido, el origen de sus jugadores estaba plagado de mitos y leyendas, como que los pibes Houseman no eran hijos de madre sino de horrorosas prácticas eugenésicas, supuestamente llevadas a cabo por el hijo legítimo de un nazi que había sido colaborador de Mengele. Así había salido publicado en la revista número 29, y hasta el diputado Máximo Kirchner, presidente de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara baja, había pedido informes a la Nueva República Democrática de Alemania y al Centro Simón Wiesenthal sobre el supuesto doctor Alfred Von Houseman y sus, también supuestos, ensayos de la eugenesia junto con Mengele.

Un Caño, como el doctor Petrocelli, un abogado televisivo de fines de los años 70 del siglo pasado que vivía en una casa rodante en el desierto, se permitía dar otra versión de los hechos. Hamilton no dudaba de que el informe sobre el presunto nazi loco que había llenado de hijos (y de wines) la provincia de Corrientes, realizado a partir de una investigación de un estudiante de periodismo, oriundo de Paso de la Patria y nieto de alemanes, iba a armar revuelo y aumentar el número de suscriptores de la revista. Aparentemente, el alemán que murió sobre fin del siglo pasado, más que de la eugenesia y de las prácticas del doctor Mengele, era fanático de las morochas correntinas, que le hacían perder el cinturón con demasiada frecuencia.

 

Buenos Aires, 30 de junio de 2017

Se reproducen a continuación una versión abreviada del artículo de análisis de Hamilton y la nota sobre las verdades del doctor Houseman, publicados en la edición N° 115 de Un Caño.

Corrientes hizo la revolución. Por Mariano Hamilton.

Haciendo a un lado todos los detalles jugosos que rodean esta historia, y lo que vimos de los partidos del Nacional B en los informes audiovisuales tendenciosos, nunca completos y hasta irónicos sobre “el equipo que gana por penales”, que difundió Megacorp hasta el hartazgo, hablar del fútbol de Huracán Corrientes es hablar de otra cosa. Es, a lo mejor, volver a hablar de fútbol con la inocencia recuperada, la que nunca tuvimos quienes crecimos y nos formamos profesionalmente escuchando mitos y mentiras sobre la imposibilidad de hacer algo distinto (…).

Cuando la mayoría de los equipos adoptó la WM que utilizaban los equipos profesionales ingleses, el dibujo táctico que reinó en los años 40 y con en el que tuvo lugar la presunta época de oro del fútbol argentino, los franceses idearon “El torbellino”, un recurso de movilidad permanente en el frente de ataque que, en un principio, desconcertó a los tres defensores del entonces nuevo sistema táctico. Frente a los cerrados esquemas de 4-4-2 actuales que, en los hechos, se han convertido en ocho defensores dispuestos en dos líneas, la Rueda mágica de Huracán Corrientes nos voló el balero a todos (…).

El Gringo Ortiz, un wing izquierdo que se formó con los cuatrillizos Houseman, ha de haber aprendido ciertos trucos de sus compañeros de infantiles e inferiores, ya que posee una habilidad que recuerda la de otro wing izquierdo, homónimo pero negro como el carbón, juega pegado a la raya izquierda, mientras que Garrincha y Oreste Houseman se pelean por la raya derecha, jugando Garrincha unos diez metros por delante. Dos metros a la izquierda, en paralelo, se disponen Oreste y René Houseman, armando un cuadrado mágico sobre la punta derecha, en el que cambian de posición, girando en un sentido o en otro, pero siempre tocando los cuatro puntos, con traslado de pelota. Increíble pero real, es imposible sacárselas. Pueden pasarse 15 minutos así, mientras los 11 contrarios intentan sacársela. Así las cosas, en un cuadrado de diez por diez terminan bailando todos los rivales al ritmo del dribbling de los cuatro hermanos morochos como un carboncito. Cuando se cansan, dan un pase atrás de 30 metros y Carrascuela o Bigatti tienen el campo y el arco rivales vacíos y a su disposición (…).

foto2Cuando el contrario decide plantarse en sus puestos y tomarlos en zona, el cuadrado mágico se convierte en una formación móvil. Los cuatro entran en el área, dribbleando y relevándose para que no se desarme la formación y, generalmente, les cometen penal. Si esto no sucede, cuando se aburren, patean y convierten o lateralizan hacia la izquierda, para la proyección del Gringo Ortiz, quien se va hasta el fondo de la raya izquierda y se suma a los Houseman, formando el “pentágono de la muerte”, que funciona de modo similar al cuadrado pero con cinco. Ocho de cada diez jugadas terminan en gol, previo penal, producto de la exasperación de un zaguero desmadrado (…). © Un Caño

Un extraño socio de Mengele. Por Nicolás Durkheim.

Las gentes sencillas prefieren decirle alcoholismo, a secas. La licenciada Ivana Weisman, quien nunca conoció otra Corrientes que la avenida porteña comprendida entre Sarmiento y Lavalle, publicó recientemente en la sección Opinión del diario El Litoral, una explicación lacaniana sobre los motivos que llevan al doctor Von Houseman Jr., un mediocre médico que nunca ejerció la medicina y vive a expensas de su hermano, un ingeniero agrónomo que se dedica a la explotación del campo familiar, a ver rubios a los morochos y a creer que lo que es genética pura es en realidad el fruto de complejos y macabros procesos frankensteinianos.

Weisman no sólo es, según sus detractores, “la última lacaniana virgen”, sino que es la última lacaniana a secas. Explicar los delirios fantasiosos de un alcohólico grave a partir de un superyó nazi es, cuanto menos, curioso. Ahora, esbozar una supuesta tendencia al alcoholismo de los wines derechos por un superyó nazi virtual es un delirio más loco que el propio Von Houseman Jr., quien cree ver cabezas de niños en los zapallos, pistas de entrenamiento en campos sembrados y señalizados, y discontinuación de modelos humanoides en un hermanastro tránsfuga, que huyó a la frontera con Brasil, contrabandeando mercancías varias.

Albert Von Houseman llegó al país en 1947, en el mismo barco en el que supuestamente llegó Mengele. Un par de frases intercambiadas al pasar, en la cubierta, fue la relación más estrecha que tuvieron estos dos alemanes. No hay ningún documento, testimonio o si quiera, sospecha de que Von Houseman tuviera relación alguna con el régimen nazi. Es más, según testimonios de la época, se trataba de un hombre tranquilo que vino al país atraído por las promesas de prosperidad y por una hermana que vivía en el Bajo Belgrano, a dos cuadras de donde luego se instalaría la villa. Tenía apenas 24 años, además (…).

Terminó sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires y vivió en Buenos Aires hasta 1965, donde abrió un consultorio que funcionó por más de diez años. Algunos vecinos sobrevivientes cuentan que el médico alemán era muy aficionado a visitar unos piringundines que funcionaban en la villa del Bajo. Más que un fanático del arte del music-hall, lo era de las muchachas de piel color tierra. Hay quienes dicen que su estancia en el barrio coincide con el nacimiento de un gran wing derecho que empezaría su carrera en las inferiores de Excursionistas.

Albert, en su Hamburgo natal, desde muy pequeño descolló como wing derecho en un club infantil de un barrio del que sólo quedaron escombros tras los bombardeos angloamericanos del 45. Aparentemente, la llevaba atada y nunca se la podían quitar. Las medidas de guerra suspendieron el fútbol y le pusieron un final anticipado a lo que podría haber sido una carrera brillante; una esquirla que casi obliga a amputarle la pierna izquierda, lo dejó rengo e imposibilitado de jugar al fútbol.

Pródigo como Urquiza entre las chinas de la patria, sus genes de wing derecho están diseminados por todo Corrientes. Los hermanos Houseman de Huracán, los únicos hijos extramatrimoniales que reconoció además del malogrado Albertito, el contrabandista, son fiel testimonio de esta hipótesis, más plausible aunque menos cinematográfica que las explicaciones que esbozan con mayor o menor descaro Von Houseman Jr. y la licenciada Weisman (…). © Un Caño

 

Paso de la Patria, 2 de julio de 2017

En una semana la patria cumplirá 201 años de vida “independiente”. No es seguro que Von Houseman Jr. llegue a celebrarlos. Obdulio Varela Mujica, jardinero de la casa familiar, ubicada en la chacra “Mein Wing”, renunció a su puesto, cansado de las “locuras” del hermano de Don Luis. Según Varela Mujica, Jr. lo despidió por maltratar a sus criaturas. Cansado de las locuras del curda, prefirió renunciar a tener que aguantar otra explicación de don Luis sobre el idealismo extremo de su hermano. Aparentemente, la medida que desbordó el vaso de su paciencia fue ver a Jr. acariciando un zapallo y, entre llantos y vómitos, escucharle prometerle (¡al zapallo!) que él lo haría jugar en la Primera de Boca. Luego, cuenta Varela Mujica, escuchó un ruido seco como de un disparo de pistola.

Publicada en UN CAÑO #22 – Febrero 2010