Un futbolista de los 60. Un jugador que cuando terminaba el partido siempre arrojaba a las tribunas una camiseta, una media, un botín, un elemento de su equipo. Era un ritual que hizo durante cuatro o cinco años y que causaba asombro a los periodistas deportivos que consideraban a Perotutti como un tipo muy dado a la hinchada y que por eso arrojaba sus prendas.
Después él empezó a arrojar prendas de los compañeros también. Y lo que empezó a llamar la atención era que todo lo que arrojaba iba siempre a un sector determinado de la hinchada. Después empezó a arrojar pelotas. Hasta que un día se supo que Perotutti lanzaba las cosas a ese mismo lugar porque allí estaba su hermano. Hermano con el que Perotutti puso una casa de deportes en la zona de Zárate, más conocida como “Perotutti ermanos”, así, sin hache, lo que hacía más llamativo el local. Ese negocio llegó a venderle ropa deportiva a Onganía en el 68.
Con el tiempo Perotutti fue asesinado por un comando, del que no voy a decir la filiación política porque no quiero mandar en cana a los compañeros. Resulta que fue sorprendido por un proyectil que le arrojaron a la salida de la cancha. No fue un balazo, fue una pila que le produjo un tembleque que lo llevó a caminar mareado por una avenida típica de Zárate hasta que lo atropellaron dos camiones a la vez. Esto también despertó cierta extrañeza social y física, porque no se entendía bien cómo era posible que a una misma persona la atropellaran dos camiones a la vez.
El otro Perotutti quedó shockeado por la muerte del hermano, pero como siempre tuvo ambiciones comerciales, esto de quedar shockeado le empezó a dar vueltas, a dar vueltas, y después fue el propulsor, el de la idea del shock de Susana Giménez, y se llenó de plata.
El hermano de Perotutti, con los años, murió en el ostracismo. Devorado por una ostra.