Juárez y Menotti se fueron de Newell’s después de esa decepción (Nota de la Redacción: el título de Central en el Nacional 71 con la palomita de Poy), Juárez regresó a Salta y llevó a Juventud Antoniana al Nacional, mientras que Menotti fue técnico en Huracán. Mientras predicaba su doctrina romántica, con su cara de halcón, su aire intelectual y su hábito de fumar, parecía la encarnación del bohemio argentino. Para él, no tenía sentido el fútbol sin belleza. “Para aquellos que dicen que todo lo que importa es ganar, quiero advertirles que siempre gana alguien –dijo–. Por lo tanto, en un campeonato de treinta equipos, hay veintinueve que deben preguntarse: ¿qué dejé en este club?, ¿qué traje a mis jugadores, qué posibilidad de crecimiento les di a mis futbolistas?… No me rindo al razonamiento táctico como la única manera de ganar, más bien creo que la eficacia no está divorciada de la belleza…”

Menotti lo demostró al llevar a Huracán a ganar el Metropolitano en 1973 con un enfoque inicialmente ofensivo, ton atractivo que los hinchas de otros clubes iban al Estadio Tomás Adolfo Ducó para mirar. “Menotti siempre insistió en el concepto de pequeñas coaliciones”, explicó el mediocampista Omar Larrosa. “(Carlos) Babington y yo, Russo y Babington, Carrascosa y Russo”. Ese era un equipo lleno de creadores legendarios, liberados por un plan defensivo bien definido basado en el poder y la agresión de Basile, que había dejado Racing en 1970.

Babington se fue a Alemania Occidental con Wattenscheid 09 en 1974, pero sólo después de considerar seriamente un traslado a Stoke City para poder experimentar la vida en la tierra de sus antepasados: fue apodado El Inglés y fue retratado en un notable dibujo de El Gráfico en 1973 como un caballero victoriano, con sombrero de copa, capa y monóculo. Para Miguel Ángel Brindisi, con las mejillas anchas y con una sonrisa que parecía permanente, el pleno reconocimiento sólo llegó más tarde cuando formó la dupla con Diego Maradona en Boca, pero era un jugador cuya delicadeza de toque parecía no estar en concordancia con su porte robusto.

René Houseman surgiría como uno de los grandes héroes bohemios del fútbol argentino. Era pobre, creció en la villa del Bajo Belgrano, aprendiendo a jugar en la calle y trabajando de noche repartiendo carne antes de que fuera contratado por Los Intocables, un club juvenil del barrio. Firmó con Defensores de Belgrano en 1971 y con Huracán dos años más tarde. Los directores del club estaban preocupados por las historias de su consumo excesivo de alcohol y lo llevaron a un departamento alquilado para tratar de alejarlo de lo que consideraban malas influencias. Pronto regresó a casa. Siguió bebiendo; él admitió que se convirtió en una adicción. Tan dependiente era, dijo, que jugó un partido contra River Plate borracho. “La noche anterior fue el cumpleaños de mi hijo”, explicó en una entrevista con la revista EFDeportes. “Mis compañeros de equipo me dieron como veinte duchas frías y un montón de café, pero no sirvió. No pude comenzar el juego y continué durante la segunda mitad con el marcador cero a cero. Me pasaron la pelota, gambeteé a tres defensores, al arquero y pateé la pelota adentro. Mis compañeros de equipo me dicen que me caí al suelo y empecé a reírme. Después fingí una lesión, se sacaron y me fui a casa a dormir. No recuerdo nada de eso”.

Es una linda historia, que encaja en las tradiciones más grandiosas de bailarines de tango de la época de oro y grandes bebedores de vino, pero, lamentablemente, no es una que resista análisis. El cumpleaños del hijo de Houseman el 3 octubre. La única vez que Huracán jugó con River –suponiendo que él recordara correctamente la secuencia– a principios de octubre de 1978 fue el día 6, pero en esa ocasión perdieron 1 a 0. La única vez que les ganaron 1 a O mientras que Houseman estaba en el club fue el 2 de julio de 1980. Si la historia tiene algo de verdad, el gol en cuestión debe haber sido su apertura del marcador en el 1 a 1 contra River del 22 junio de 1975 o su gol de volea en el 2 a 1 en la derrota ante River el 6 de noviembre de 1977. El primero se parece más su descripción del gol, despejando, rodeando al arquero y anotando. En ninguna celebración, al menos en lo que fue registrado por las cámaras de televisión en el momento, se cayó al suelo, en ninguno de los dos partidos empezó en el banco y en ninguno de los dos partidos fue sustituido. El partido de junio de 1975 es quizás el más probable, dada la naturaleza del gol, pero otros detalles parecen haberse acumulado más tarde.

Por más que haya sido adornado el incidente, no había dudas sobre el talento de Houseman, su ritmo o los problemas que tenía con el alcohol. Terminó ganando cincuenta y cinco partidos para Argentina y fue aclamado como el mejor wing de Argentina desde Corbatta, quien, por supuesto, tuvo sus propias batallas con la bebida. A diferencia de Corbatta, Houseman buscó ayuda, pasó tres semanas en el Hospital Durand y afirmó ser abstemio desde los treinta y siete años. Más allá de lo que haya sucedido después y por mucho que el alcohol pudiera haberlo afectado, siempre fue adorado en Huracán por su rol en el equipo de 1973.

“El fútbol argentino se dio cuenta muy rápidamente de que este era uno de los grandes equipos”, dijo Hugo Tocalli, por aquel entonces arquero de Nueva Chicago. “Desde Racing en el 66, Argentina no había visto un equipo extraordinario. Huracán fue el primero. Y después de la escuela de Estudiantes, Huracán fue como una resurrección, porque era atractivo”.

“Verlos jugar era una delicia”, afirmó un editorial de Clarín. “Llenó las canchas argentinas de fútbol y después de cuarenta y cinco años le devolvió la sonrisa a un barrio con la cadencia del tango”. Tan seductores eran que cuando golearon a Rosario Central por 5 a 0, los hinchas rivales los aplaudieron. “El equipo estaba en sintonía con el gusto popular de los argentinos”, dijo Babington. “Había gambeta, toque, caño, sombrero, pared, desborde”.

Huracán comenzó la temporada de 1973 con una victoria por 6 a 1 sobre Argentinos Juniors, luego ganó 2-0 en Newell’s, 5-2 en casa ante Atlanta, 3-1 en Colón, 5-0 contra Racing y 1-0 en Vélez, antes de finalmente perder su primer punto en un empate 3-3 de local contra Estudiantes. “Después de ese comienzo, especialmente en las victorias como visitante, nos dimos cuenta de que éramos capaces de pelear por el título”, dijo Larrosa. “Pero Menotti siempre nos dijo que pensáramos en el partido siguiente y no en el campeonato, ajustando los detalles para jugar mejor. Ese fue el objetivo más importante, seguir jugando bien. Siempre pensé en ganar el campeonato, porque había jugado en Boca y esa es la forma en que se piensa en Boca. Normalmente estábamos nerviosos antes de cada partido, pero en la cancha nos divertíamos, disfrutábamos cada pase”.

Sólo cuando perdieron por 4-1 en Boca en la decimoséptima ronda de partidos hubo dudas reales. “Lo consideramos un accidente, eso no debía cambiar la forma en que hacíamos las cosas –dijo Larrosa–. Teníamos que pensar en el siguiente partido, olvidarnos de ese accidente, y seguir adelante. Y eso es lo que hicimos”. La pérdida de seis jugadores –primero Houseman, Brindisi y Avallay y, más tarde, Babington, el mediocampista de contención Russo y el lateral izquierdo Carrascosa para unirse a la selección nacional en los preparativos de la Copa del Mundo– significó que Huracán trastabillara un poco hacia el final, pero el marco táctico fue lo suficientemente fuerte como para superar las ausencias. Boca de hecho marcó siete más que los sesenta y dos goles de Huracán esa temporada, pero era el estilo lo que importaba; y ahí siempre había habido indulgencia en la edad de oro. ¿A quién le importaba si no era el fútbol más eficiente? Era hermoso y ganó. Un penal de Larrosa al final del partido definió el título del Metropolitano con una victoria 2-1 sobre Gimnasia La Plata con dos partidos restantes.

 

El año siguiente dio pruebas adicionales de la solidez del método de Menotti. Newell’s en aquel entonces estaba dirigido por Juan Carlos Montes, el número 5 del equipo que había perdido en la semifinal dos años antes, pero el equipo estaba basado en los principios que Menotti había dejado planteados. Jugando fútbol abierto y fluido, encabezaron un grupo en el Metropolitano y Central fue el otro. Se unieron a un cuadrangular final junto a los equipos que habían terminado segundos en sus grupos, Huracán y Boca Juniors. Newell’s ganó los dos primeros partidos, mientras que Central venció a Boca pero perdió ante Huracán. Eso significaba que un empate de Newell’s contra Central en el partido final les daría el título. Sin embargo, justo antes del descanso, Gabriel Arias puso arriba a Central desde el punto del penal y, a mitad del segundo tiempo, Carlos Aimar añadió un segundo gol. Un triunfo de Central habría significado un desempate setenta y dos horas más tarde. “Imagine cuál habría sido la moral del equipo si hubiésemos perdido”, dijo Zanabria. Sin embargo, a los pocos segundos del gol de Aimar, Armando Capurro metió uno. “Eso nos dio más energía –continuó Zanabria–. E imagine lo que significaba ganar el campeonato en su estadio, con un empate tardío…”

Las imágenes no son tan oscuras como en la palomita de Poy pero es bastante difícil de distinguir, filmada con una cámara situada en algún lugar entre el poste y el banderín del córner. La pelota cae entre un montón oscuro de jugadores entre los cuales la figura alargada de Zanabria emerge. Patea pareciendo que va a levantar la pelota pero patea con fuerza. El remate es directo y, desde afuera del área, pasa justo debajo del travesaño. “Había hecho disparos desde esa distancia antes –dijo Zanabria–. No fue la primera vez que lo hice, pero o veces terminaba en la tribuna y, a veces, bueno, no es que apuntes ahí, apuntás ahí en tu cabeza, pero a veces el pie hace otra cosa. Y fue un gol magnífico”.

Fue y llegó con sólo dos minutos restantes, causando problemas en la tribuna y el partido debió ser suspendido. El resultado se mantuvo, sin embargo, y Newell’s obtuvo su primer título.

***

Capítulo 32 del libro Ángeles con caras sucias, la historia definitiva del fútbol argentino, escrito por el inglés Johnatan Wilson, el mismo autor de La pirámide invertida. Dice el prólogo de un libro en el que recorre la historia del fútbol argentino en 670 páginas muy intensas que “ningún país intelectualiza tanto su fútbol ni ama tanto sus teorías y sus mitos. El fútbol en la argentina es abiertamente cultural, abiertamente político. Los presidentes conocen su poder y buscan aprovecharlo, los inescrupulosos movilizan a las barras bravas, en apoyo. Los filósofos, mientras tanto, descartan títulos, generaciones enteras de éxito, porque se ganaron de ‘forma equivocada’ (…) Pero si bien este libro es una historia del fútbol, tan entrelazados están los ámbitos políticos y socioeconómicos, tan inextricablemente está el fútbol ligado a toda la vida política, que este es también un libro sobre la Argentina”.