Hoy se cumplen 450 años desde la última vez en la que Argentina Fue campeón del mundo. Sé que ya a nadie le importa el fútbol. Que muchos ni siquiera saben qué es el fútbol. Pero a mí siempre me interesó ese antiguo deporte. Supe de él cuando hacía mis estudios superiores, gracias a un buen profesor de Historia que tenía en aquella época. De más está decir que jamas lo practiqué. Que jamás tuve en mis manos un balón. El espacio físico necesario para jugarlo es hoy impensado. Por lo menos en la Tierra.
El fin de este complejo año 2436 me permite jugar con la exactitud de esos cuatro siglos y medio que han pasado de aquel lejano 29 de junio de 1986. Ese día, en un país llamado México (investigando las coordenadas entiendo que ese país quedó sepultado luego de Las Grandes Inundaciones) un pueblo del sur del planeta se consagraba como el mejor equipo de fútbol.
Si mi objetivo es comprender cómo vivían aquellos antiguos habitantes de la Tierra, creo indispensable analizar la dimensión que este deporte ocupaba en sus vidas.
Con el tiempo, comprendí que el estudio de la relación entre fútbol y comportamiento humano me permitiría abordar la problemática de ese período de la historia de una manera sumamente interesante sin perder precisión en los resultados finales.
Por lo que he estudiado, los puntos importantes eran dos: a) el nivel de identificación con los protagonistas era extremadamente alto, y b) la cantidad de tiempo físico y mental que se le dedicaba mostraba valores excesivos. En parte, es por esto que elegí aquel pueblo del sur para la investigación: su relación con el fútbol era tan exagerada que dejaba ver con total claridad los rasgos fundamentales que me interesaba estudiar.
En el fútbol, el título mundial era mucho más que un galardón. Representaba el dominio, La supremacía sobre el resto El derecho a reclamar y a exigir el reconocimiento, la gloria, De allí es que inicié el recorrido de la investigación en 1986, cuando Argentina logró su último campeonato oficial. Luego, rápidamente, pasé al momento decisivo, ocurrido 32 años después, cuando conseguiría un tercer título mundial. Título que primero desataría la euforia del pueblo. Título que después le sería arrebatado. Título que se erigiría, ni más ni menos, en el momento que los historiadores toman como el fin del fútbol como deporte.
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El de Lionel Messi fue el primer caso de alteración genética que se conoció. No sería el único. Pero si el que quedaría como símbolo del final. No solo por ser el primero, sino por lo que significaba su figura. En ese entonces era considerado el mejor futbolista del planeta. Miles de niños en todo el mundo lo tenían como un modelo a seguir. Un sueño al cual llegar. Messi era la imagen del fútbol. De un fútbol que emulaba y hasta superaba al virtual. Era la imagen de un fútbol creado en la imaginación.
Todos disfrutaban sus capacidades aun cuando nadie podía explicar la capacidad física de aquel pequeño ser humano. Tampoco nadie se atrevió nunca a imaginar un engaño, una intervención a la naturaleza. Sus mejoras, año tras año, eran atribuidas a la evolución natural y al exigente entrenamiento.
Luego de México 86, las desilusiones de un pueblo tan identificado con el fútbol como el argentino llegaron una tras otra. Además de la faltarle primeros puestos en las competencias que castigaba el ego de aquellos hombres, la ausencia de una figura con la cual sentirse identificados y protegidos generaba un enorme vacío a los aficionados.
El doctor C. S. Rabildo no solo era ambicioso, egocéntrico y sin escrúpulos. Era, ademas, pionero en el área de la genética. Era el candidato ideal para encabezar aquel proyecto ideado desde hacía tiempo: “construir” L111 nuevo ídolo.
El objetivo final no se reducía a convertirlo en el mejor jugador de fútbol del planeta, sino que debía llevar a la Argentina nuevamente a lo más alto. Estuvo cerca cuatro años antes, en el campeonato mundial de 2014, obteniendo otra vez más un segundo puesto. Pero fue en 2018 que el sueño podía transformarse en realidad.
El proyecto comenzó en 1997. Lejos de la ciudad capital (denominada “Buenos aires”) para evitar llamar la atención de los principales medios de comunicación. La búsqueda inicial del doctor Rabildo no llevó demasiado tiempo y terminó con el reclutamiento de veinte niños menores de 10 años. Según él, esa era la edad adecuada para que el proceso fuera un éxito. El contacto con los padres de los pequeños lo hacían empresarios relacionados el fútbol que tentaban a las familias con promesas de llevar a sus hijos a jugar a los clubes más importantes del mundo.
Sólo algunos pocos países tenían la tecnología en aquel tiempo para llevar adelante ese innovador estudio médico. Por ese motivo y, con la excusa de transformarlos en estrellas mundiales, los niños eran llevados a distintas ciudades europeas para comenzar el proceso de “mejoramiento genético”, como lo denominaba el doctor.
El tratamiento era sumamente primitivo pero revolucionario para aquel momento. Básicamente consistía en intervenir la placa motora, la interfaz existente entre las motoneuronas y las fibras musculares. Así se mejoraba la transmisión del impulso nervioso que conduce a la liberación de neurotransmisores a la membrana postsináptica de la célula muscular, que al contener receptores que reconocen esta señal, desencadenan una respuesta específica y mejorada. En otras palabras: mayor velocidad y mejor reacción.
Cuando los organismos de control descubrieron estas alteraciones biomecánicas, la crisis se desató. Lo primero que hizo la federación fue quitarle ese tercer campeonato mundial e inmediatamente después desafilió a la Argentina, quedando excluida de todo tipo de torneo oficial.
Aunque hoy parezca imposible, esos pobladores amaban el deporte, vivían a través del fútbol. Sólo comprendiendo esto, se entiende que sufrieran un verdadero colapso nacional luego de tal hallazgo. Lo primero que los abordó fue la sorpresa. Pero, lentamente, esta se fue disipando para dejar paso a la indignación lógica que genera el engaño. No el engaño a los rivales (algo extrañamente aceptado en ese tiempo), el engaño a ellos mismos. A sus sueños. El engaño que vieron reflejado en los ojos de sus hijos. Pequeños niños traicionados por su propio ídolo. El panorama en la Argentina era devastador. Escasas veces en la historia, algo que no estaba relacionado con una guerra generaba el mismo escenario.
Poco a poco, el fútbol se despegó de la vida cotidiana de aquellos habitantes. El interés por esa actividad se fue esfumando. Si bien el epicentro de la crisis fue en aquel país del sur, rápidamente el desastre se propagó al planeta entero. Las investigaciones siguieron y aparecieron muchos más casos. Portugal. Alemania. Brasil. Casi todos los países tenían algún jugador alterado genéticamente. Los límites de la ambición habían sido cruzados. Los valores deportivos ya no existían. El afán mercantil los había destruido.
Acorralados en el intento de salvar el negocio, surgieron mercaderes que, durante un pequeño periodo, se adueñaron de un juego que había quedado a la deriva y lo convirtieron en un show. Un espectáculo que carecía de todo tipo de control. Fue grotesco y decadente. Un final que no merecía.
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El fútbol fue símbolo de una era. Parte importante en la vida simple y básica de aquel momento. Sus protagonistas eran modelos a copiar por los más jóvenes. Como alguna vez, aún mucho más atrás en el tiempo, lo habían sido los guerreros en el campo de batalla. Esos héroes casi mitológicos que representaban el espíritu nacional de los pueblos. A principios del siglo XXI, los futbolistas ocuparon ese sitio.
Ya sólo quedan apenas rastros de aquel antiguo deporte en la Tierra. Dicen que algunos perdidos y olvidados pobladores que habitan en los Salares Orientales todavía lo practican. Casi como un antiguo ritual. Para no olvidar cómo fue su vida alguna vez en este mundo.
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Escribo estas últimas líneas de mi informe camino a aquellas olvidadas tierras orientales Debo ir allí. Estoy obligado a ir allí. Una fuerza que no puedo identificar me atrae inexorablemente. Viajo con la intención de encontrar a aquellos hombres que mantienen ese especial contacto con el pasado a través de un simple balón hecho de cuero. Durante el transcurso de esta investigación, mi forma de ver el mundo ha cambiado. La simple curiosidad que sentía en el comienzo mutó en algo mucho más complejo. Mi rígida y ahora modificada estructura de pensamiento ha sentido el desequilibrio… que, lejos de molestarle, disfrutó la inestabilidad.
Es peligroso, lo sé. Pero es algo nuevo para mí. Es una sensación que no había experimentado antes y ya no tengo posibilidad ni intención de detenerme. He hecho contacto con un sentimiento primitivo, arcaico. Vuelvo a sentir…a vibrar como lo hacían mis antepasados. Y es gracias al fútbol que puedo hacerlo. Por eso voy a buscarlo. Antes de su total extinción. Para rescatarlo del pasado.
Para que me rescate de este ya insoportable presente.
*Publicado en el libro Pelota de Papel – Cuentos escritos por futbolistas. Editorial Planeta (2016)