Eduardo Pino Hernández fue un puntero derecho que se destacó en la década del 80. Primero en Vélez, de donde surgió, y luego en San Lorenzo. También jugó en Racing, en Unión, entre otros, y se retiró a comienzos de los 90, en Chacarita. Seis años después de su despedida como futbolista, se incorporó a Vélez, igual que cuando era un niño, para trabajar como entrenador de las Inferiores.
Cuando se le pregunta por el mejor recuerdo que le dejó el fútbol, Pino habla de algunos goles importantes que metió, pero, enseguida, piensa y aclara: “Es muy reconfortante que cada chico que llega a Primera me regale la camiseta”. Entre esos “chicos” se puede nombrar a Otamendi, Torsiglieri, Escudero, el Churry Cristaldo, Ricky Alvarez y… Mauro Zárate, uno de los hijos pródigos que, después de casi una década por Europa, acaba de volver al club que lo vio nacer.
Cuando Zárate era Maurito y estaba dando los primeros pasos en Liniers, cruzó su camino con Pino Hernández. Para entender la filosofía de este formador de cracks basta con citar su lema: “Formación por sobre resultados”. Y el propio Hernández contaba sobre aquella época: “No le apuntamos al resultado, le apuntamos a la formación. Estamos en contra del resultado en el fútbol infantil. El resultado atenta contra la formación y es el mensaje que tratamos de transmitir. Es un error caer en una sed de éxitos que no contribuiría en nada al club. Si nosotros le metemos la presión de ganar, el pibe no crece bien. Los clubes son la continuidad de la escuela y nosotros debemos formar jugadores sin descuidar a la persona”.
En eso andaba Pino, trabajando con los chicos de Vélez, con la categoría 87 más precisamente. Y el Zárate juvenil tenía tanto talento como egoísmo. Ya de chico era capaz de resolver las cosas solo adentro de la cancha y por eso no le pasaba la pelota a nadie. Entonces a Pino se le ocurrió hacer un “experimento”. Sin que se diera cuenta Mauro, el técnico les dijo a dos chicos que estaban en el mismo equipo que, disimuladamente, dejaran la cancha. Zárate, obvio, ni se enteró. Unos minutos después hizo lo mismo con otros dos. Zárate, como si nada. Y así, de a poco, fue sacando de a dos chicos hasta que Mauro se quedó jugando solo. O sea: siguió jugando igual que cuando tenía diez compañeros alrededor.