*A cuento de la insólita goleada 46-0 que le propinó la Selección sub 23 de Vanuatu a Micronesia hace algunos días, decididimos recordar este artículo de 2001. Los periodistas de El Gráfico (varios de los cuales hoy forman en Un Caño) decidieron jugar un partido contra el último de la D con la premisa “nosotros nos juntamos y no perdemos por 30 goles”. Es que Australia le había ganado 31-0 a Samoa Americana por las Eliminatorias y ese resultado provocó el asombro de todos, como el de Micronesia. ¿Cómo terminó este particular match? Pasen y lean.
Noche de domingo. Otra cena post cierre de EI Gráfico en Pepito. Media redacción sentada a la mesa, exhausta y hambrienta, un rato después de la medianoche. Todo está en su lugar. La tele, clavada en Crónica TV, muestra los goles de la fecha, aperitivo del plato más esperado: la trasnoche de tango, animada por señores que cantan debajo de sus quinchos multiformes, azuzados por damas más revocadas que las paredes de un castillo. Ahí está la simpática y tradicional delegación de comerciantes orientales, milenarios parientes putativos del Chino Martínez, que los saluda con una reverencia incomprensible para nosotros, ignorantes mortales de Occidente. Y por ahí anda Félix, nuestro mozo de siempre con su eficiencia de siempre: milanesas para el que pidió bife, puré de zapallo para el que quería una ensalada completa.
-Che, ¿alguien vio los goles de Australia a Samoa Americana? -preguntó Guido Glait, complacido en su coquetería porque la camisa le hacía juego con los manteles.
-Sí, yo lo vi, parecía joda -respondió Maxi Nóbili, mientras atacaba la kilométrica banana frita de su Maryland-. Yo no sé cómo la FIFA permite una cosa así, viejo. i31 se comieron! i31 y en una eliminatoria! De arquero tenían a una sombra chinesca. Te digo más: si armamos un equipito entre nosotros, también les ganamos. iiiSon horribles!!!
Stop. Alto ahí. Alerta rojo. Viejo tic de la altanería futbolera argentina, así en el obrador como en el cuartel de bomberos, así en la remisería como en el supermercado, así en la oficina como en la redacción de una revista: nos juntamos, nos paramos bien armaditos y le pasamos el trapo a cualquier pichi. ¿Liechtenstein, Andorra o San Marino? Pan comido. ¿Samoa, Fiji o República Dominicana? No cruzan la mitad de la cancha. Y que se cuide el Manchester, porque en una de ésas les rasguñamos un empate… Parapetado detrás de la jarra de limonada, extrañamente gélido para un tipo de sangre incandescente como él, se pronunció Piqui Caravario, ex zurdito interesante de las inferiores de Atlanta: “¿Por qué no hacemos un partido contra un equipo de verdad y vemos qué pasa? Hasta podría ser una nota para la revista.” Locura generalizada. Aceptación inmediata. Y una cadena de delirios después de la coincidencia inicial: enfrentar al último de Primera D, al equipo que los números consagran como el más débil de la AFA. Ni que fuéramos periodistas deportivos: nadie sabía qué equipo era. Menos mal que Félix consiguió un Clarín del domingo con la respuesta. El último de los últimos era Deportivo Paraguayo: 10 jugados, 0 ganados, 3 empatados, 7 perdidos, probable pasaje hacia la desafiliación temporaria.
-No podemos perder -inauguró los delirios Nóbili, con esa impunidad que desenfunda cada vez que nos recuerda que fue compañero de Chatruc en las inferiores de Platense. Inútil refrescarle dónde está hoy Chatruc y dónde está él. Con el correr de la noche se cayeron las caretas. Aquellos que desde sus columnas les reclaman lirismo a los equipos ajenos, exigiendo toques y caños acá o en la China, resultaron ser terribles hijos del catenaccio a la hora de elaborar el planteo propio.
¿Para qué dar nombres? Sería echar por la borda 81 años de historia. Pero se escucharon frases de la más baja calaña…
• “Tenemos que pararnos 5-4-1. El asunto es aguantar. Perdiendo 30-0, igual ganamos nosotros.”
• “La cosa es sencilla, loco. Jugamos con una sola pelota y la colgamos de la tribuna. Entre que la van a buscar y volvemos a jugar, se pasa el tiempo.”
• “Tenemos que chorear un minuto después de cada gol. Le protestamos algo al árbitro, vamos caminando muy despacio hasta el medio… Ni en pedo nos pueden hacer un gol cada tres minutos como le hicieron a Samoa.”
El compendio de barbaridades sólo se interrumpió con una sentencia incalificable de Maxi Nóbili, un goleador -al menos así se autodefinió- capaz de decir lo que jamás se le escuchó a Batistuta: “Si me ponen dos pelotas como la gente, en cero no terminamos. Una es gol, seguro”.
La elección del entrenador fue todo un tema. Algunos se inclinaban por ofrecerle el cargo a un profesional reconocido. Incluso se tiraron nombres: el Profe Córdoba, Carlos Bilardo y Orestes Katorosz. “Para ellos -expuso Piqui con el tono y la gestualidad de Mariano Grondona- sería una magnífica oportunidad de demostrar su capacidad. Para dejar clara su incidencia en un equipo, qué mejor que tratar de inculcarle un planteo adecuado a burros como nosotros.” Pero la idea fue rápidamente descartada. Nobleza obligaba: si no íbamos a meter el perro con los jugadores, tampoco lo haríamos con el entrenador. Para que el desafío tuviera entidad, la lista de buena fe debería conformarse con tipos que laburaran en El Gráfico. Nada de truchar pasaportes. “El técnico tendría que ser Eduardo Verona”, sugirió alguien, argumentando sus profundos conocimientos del juego. “Y que Perugino escriba la nota.” (iiiSalvado!!!)
-Ojo con Verona, negro. Va a querer que juguemos al achique y nos vamos a comer ochenta -lo defenestró Diego Melconian, al tiempo que deglutía la quinta bola de helado dietético de crema sobre un colchón de panqueque de manzanas. Verona, ausente en esa cena, tomó la novedad con agrado, pero pronto entendería que sus medidas tendrían menos fuerza que las de López Murphy. Convengamos que su discurso empezó mal: “Yo no voy a formar el equipo, porque no sé cómo juega cada uno. Tampoco voy a hacer los cambios, porque eso siempre es para quilombo. Pero me gustaría transmitirles una idea, una actitud estimulante. Sería conveniente jugar lo más lejos posible de nuestro arco. Y para eso tendríamos que achicar para pod…”
El discurso quedó trunco. Uno a uno, los players se fueron alejando con excusas triviales: “Estoy cerrando una nota”, “me voy a una producción”, “pongo una ficha en el parquímetro y vuelvo”, “me olvidé la leche en el fuego”. En realidad, escucharon la palabra achicar y, tácitamente, le dieron la derecha a la Subcomisión de Fútbol. Que no fue otra cosa que un cabildo abierto en medio de la redacción, opinando a borbotones e imaginando jugadas de ciencia ficción. Un par de noches después, en una mesa de Locos por el Fútbol, el trío Glait-Nóbili-Melconian trazó la estrategia definitiva. Acaso inspirados en la famosa servilleta de Corach, tomaron un individual de papel y en el dorso dibujaron el planteo: cinco atrás -tres centrales y dos laterales volantes- para minimizar el ancho de la cancha, letal para tipos que sólo se hacen los vivos en Fútbol 5; dos volantes tapones, con un mix de entrega y manejo; dos enganches, lentos pero de buen pie; y un solo punta. La sensatez de Nóbili naufragó cuando hubo que ponerles nombres propios a los puestos: “Hay un problema. Yo soy el mejor arquero y el mejor delantero, pero tengo que jugar en un puesto solo. ¿Qué hago?” Los otros dos se lo quedaron mirando. Al final, Nóbili decidió que sería más útil arriba, cosa que estaba por verse. Al menos resultó útil coordinando, junto al Perro Cedeira y María Ordás. En cinco llamados telefónicos se abrochó todo: Vélez ofrecía la Villa Olímpica, Adidas ponía las camisetas, Musashi aportaba la bebida y Luis Oliveto venía a dirigir con dos juezas asistentes: Salomé Di Lorio y Vanesa Rubino. Todo okey para salir a la cancha.
La hora señalada Jueves 26 de abril. Tres de la tarde. Cielo despejado. Veinte grados. Tarde apta para la práctica del buen fútbol. La onda es el vestuario compartido. Paraguayo y El Gráfico en uno. Oliveto y sus asistentes -turnándose, of course- en el otro. La camarita de Pablo Llonto recorre la intimidad y lo registra todo. Mariano Hamilton se maquilla las piernas con Ratisalil y enarbola una arenga interna: “Che, no hagamos papelones. Si nos bailan feo, nos la comemos como duques. Nada de reaccionar”. Todos le dicen que sí, aunque manejan una certeza: si alguien paga dos pesos para ser el primero en reaccionar, ése es Hamilton. Nóbili no para de sorprender. Está a full. Se compró botines, estrenó lentes de contacto y en el bolso, al lado de las vendas, trajo un kilo de bananas. “Hay que comer potasio”, dice. Y empieza a convidar. Vía celular se confirma la inesperada deserción de Fabián Casas. El equipo ha perdido a su noveno suplente, pero mantiene el espíritu en alto. Sobre todo después de la llegada de Melconian, enviado especial a La Paz para cubrir Bolivia-Argentina. Ni la huelga de Aerolíneas lo pudo frenar. El Zoilo Horovitz cubrió cinco mundiales, pero no puede manejar la excitación. Está desbordado por el entorno, por la trascendencia del partido. Inquieto, mientras le pone el rollo a la cámara le hace una consulta de rigor al cronista: “¿Qué ataque querés que haga?” Increíble: a Bolivia fue Melconian, pero el apunado es el Zoilo. Mientras Paraguayo hace el calentamiento en una mitad, El Gráfico busca tréboles de cuatro hojas en el otro campo. No es indolencia, sino un reconocimiento muy minucioso. Fabián Mauri, nuestro arquero, parece sorprendido: el segundo palo queda más lejos de lo que él pensaba. Fastidio Glait, que se pasó la semana amenazando con desertar por un incomprobable dolorcito en el tobillo, ahora se hace el langa. Le echó el ojo a la promotora de Musashi y se le acerca con una infantilada, mezcla de infantilismo y pilada:
-“¿Vos nos vas a dar de tomar?”.
La chica le sonríe porque para eso le pagan.
-¿Cómo te llamás? -Natalia.
-Bueno, te veo en el entretiempo.
-Bueno, hacé goles.
Eso y decirle “salí de acá” era lo mismo.
El pitazo de Oliveto convoca a los dos equipos hasta la mitad de la cancha. Todos los protagonistas escuchan el mensaje enternecedor: “Yo les diría que hagamos el régimen de la pe: sin patadas, sin protestas y sin pelotudeces”. Ahora sí. Todo listo. El rejuntado del laburo contra un equipo de verdad. El empirismo contra el mito.
-¿Quién mueve?
-Muevo yo, Mauro: Maxi Nóbili.
Nunca es triste la verdad…
Los muchachos de Paraguayo jugaron con total seriedad. Desde el banco, la dupla Jerez-Agüero metía fichas para que así fuera. Los técnicos daban indicaciones como si jugaran con Acassuso, el capo de la D: “iOjo que te ganan la espalda!”, “iTuru, mové a los centrales!”, “iNegro, achicá más rápido!”.
Las diferencias físicas y de concepto quedaron claras desde el principio. Ellos manejaban el ritmo, los espacios y la pelota. Distraían por un sector, cambiaban el ritmo y definían por el otro. Al morocho Banegas no se la quitaban ni con una orden judicial. El Polaco More iba y venía como si tuviera patines, El Turu Paredes aparecía por todas partes. Y los cambios de frente eran mortales. Cuando los nuestros creían que tenían a la zanahoria acorralada sobre un costado, ellos metían un cruce de 50 metros y los diez conejitos tenían que ir hasta el otro lado, que estaba allá, bien pero bien lejos.
El Turu metió el primer gol a los 9 minutos. Y El Gráfico asustó a los 13, con un tiro de Nóbili que el arquero Ruiz Díaz arañó en el ángulo bajo. Después de los 30, con el resultado 3-0, asomaron los primeros síntomas de ahogo y empezaron los cambios, que serían ilimitados, tal la única licencia admitida para el enfrentamiento. Pero en el minuto 32 se produjo una jugada memorable. El Negro Banegas fue a buscar una pelota que parecía perderse al lateral. Detrás de él, como una locomotora desbocada, venía Guido Glait. Sin mirarlo, apenas intuyéndolo, el Negro pisó la pelota para atrás, sacó el cuerpo y la fue a buscar del otro lado. El caño fue tremendo. Limpito, celestial. Vejado en su orgullo, Glait cerró los ojos y resopló con resignación. Cuando los abrió, notó que Llonto había filmado la jugada en primer plano y se sintió el ser más vulnerable de la Tierra. Sabía lo que le esperaba. “Tranquilo, Guido, que peor fue el de Román a Yepes”, trataron de alentarlo desde el banco. Natalia se reía a carcajadas.
Mientras el tiqui-tiqui de Paraguayo hacía estragos, lo nuestro pasaba por la dignidad. Se mantenía el orden elemental para reducir espacios en campo propio, pero las líneas estaban demasiado retrasadas. Y el pressing adversario abortaba cualquier intento de hacer cuatro pases seguidos. Eso sí, a los 39 se les filtró una contra y Nóbili quedó solo para definir. Cuadro de situación: posición ganada, defensor fuera de acción, arquero jugado, pelota picando y perfil de zurda, que es el suyo. El Oso Arturo la metía con los ojos vendados. Maxi la colgó en una nube. El primer set -perdón, el primer tiempo- terminó 6-0.
“Bien, bien, Samoa Americana se fue al descanso con 16 adentro. Estamos diez goles bajo el par”, comentó el Chino Martínez como si fuera un cronista de Golf Digest. “Me desvanezco”, admitió Pipa Cantore, blanco como las prendas que lava el jabón de Fabián Gianola. “Parecen cincuenta”, bramó Glait, que los contaba una y otra vez y siempre llegaba al mismo resultado: once. “Tenemos que salir un poco más”, razonó Favro, aunque no quedó claro si hablaba del equipo o de las escapadas nocturnas de entre semana. “Yo quiero ganar”, dijo muy serio Melconian, todavía afectado por las garras del soroche boliviano. Riéndose de la lógica, que imaginaba a gente arrastrándose por el campo, El Gráfico jugo mejor el segundo tiempo que el primero. Perdido por perdido, el equipo adelantó las líneas e hizo la Gran Verona: achicó. Pero achicó con una ferocidad tal que le provocó un susto a Oliveto: “Había veinte tipos en diez metros. Ustedes salían en estampida. Pensé que me iban a atropellar”. El achique contrarrestó parte de la dinámica de Paraguayo y permitió compartir la posesión de la pelota, algo que a Verona se le reconoció tardíamente, camino a casa.
Entre los 15 y los 18 El Gráfico jugó tres minutos memorables. Toque, circulación y llegada. Le pegó de afuera Fabián Bustos y atajó Gauna. Inventó Caravario adentro del área y el arquero evitó el golazo con la puntita de los dedos. Pero el sueño de la remontada terminó de repente. Salieron de contra y nos clavaron el octavo, justo a los 18. A los 33 se produjo una jugada que pudo haber cambiado el partido. Nóbili picó apareado con un defensor, pisó el área como Van Basten, enganchó como Romario y cayó como Nóbili. “iiiPenal!!!”, gritaron desde el banco. Oliveto, imperturbable, dijo “siga, siga”. Y a los suplentes los ganó la intolerancia: “iSi era Boca bien que se lo cobrabas, juez!” Una pena. Si nos poníamos 1-10, en los últimos 12 minutos podría haber pasado cualquier cosa.
Después del pitazo final recurrimos al comisario deportivo para que confirmara el resultado a los efectos del Prode: “El Gráfico 0, Deportivo Paraguayo 12”, espetó secamente. La prueba había concluido. El rejuntado del laburo no pudo con un equipo de verdad.
Estuvo lejos del papelón de Samoa Americana, pero perdió claramente. Luego de los saludos de rigor y del intercambio de camisetas, los muchachos de Paraguayo se fueron chochos de la vida. “Tendrían que estar contentos. Si hubieran jugado Ramírez y Delgado, que están lesionados, les hubiera ido peor”, dijeron a modo de despedida. Pobre de ellos, ni se imaginan lo que les espera…
Antes del partido, el departamento legal de El Gráfico hizo las averiguaciones pertinentes. El sábado anterior, contra Juventud Unida, habían expulsado a Jorge Guzmán, suspendido provisionalmente por el Tribunal de Disciplina. Guzmán jugó contra El Gráfico -está en la planilla que ellos mismos entregaron- y la protesta ya camina hacia la calle Viamonte. Cúneo Libarona nos aseguró que vamos a ganar los puntos. Los reglamentos se han hecho para ser cumplidos. Y ésta no será la excepción.