Son las cinco de la tarde del 4 de junio de 1924 en la piscina del Illinois Athletic Club y el gran nadador norteamericano Johnny Weissmuller afronta uno de los días más rigurosos de su entrenamiento. Lo hace bajo las órdenes del polémico entrenador “Big” Bill Bachrach, considerado por la prensa deportiva de Estados Unidos poco menos que un psicópata peligroso: sus nadadores, entre ellos el talentoso Weissmuller, tienen que nadar entre dos y tres kilómetros cuatro veces por semana. Pero ahí no termina el trabajo, o la “tortura”: sus muchachos también deben realizar ejercicios con pesas día por medio. Aunque hoy parezca un delirio, las crónicas de la época señalan que esos trabajos pueden perjudicar gravemente la salud de sus dirigidos.

Johnny culmina su día con un pique (palabra también utilizada en la natación para referirse a los sprints furiosos) de 400 metros contrarreloj en el que marca 5 minutos y 4 segundos. El técnico y el nadador exhausto se miran sonrientes: Weissmuller ya está listo para la gran hazaña de ganar los 100 y 400 metros libres en los Juegos Olímpicos de París, al mes siguiente.
Lo que no sabrían ambos es que, más de nueve décadas después, y en una humilde pileta del Gran Buenos Aires, “Juancito” y sus compañeros de equipo de 12 años -ilusionados con clasificarse para un torneo nacional- desarrollan la primera parte de un día cualquiera de su entrenamiento con más de 10 kilómetros. Los pibes hacen una serie aeróbica de 5×400 con dos minutos de descanso y culminan cada pasada de 400 metros a un promedio de 4 minutos y 56 segundos. La comparación es asombrosa: en cada uno de sus cinco piques, los chicos de 12 años superan el record mundial de los 400 metros que en los Juegos de París logró el fabuloso Weissmuller, luego Tarzán de Hollywod.

¿Qué sucedió entre 1924 y 2015? ¿Se entrenaba muy poco Weissmuller, múltiple campeón olímpico y primer nadador en marcar menos de un minuto para los 100 metros libres, o se entrenan hoy demasiado Juancito y sus amigos en su ignoto club? Seguramente hay algo de ambas cosas. En 91 años cambiaron los sistemas de entrenamiento, los técnicos recopilaron mayor información y el deporte de elite pasó a brindar recompensas que eran impensadas en aquellos años: la esperanza de lucro y trascendencia suelen incitar a no medir consecuencias.

¿Y acaso cambió también la estructura física del ser humano? En este caso, la respuesta suele ser lamentablemente ambigua. Un niño que nada más de 10 kilómetros por día, y que además realiza pesas con un sistema óseo-articular y muscular que no ha completado su desarrollo, suma por día alrededor de 4000 movimientos circulares. En cada uno de ellos, en cada una de las brazadas, los chicos deben vencer además la resistencia del agua. ¿Es esto normal? ¿La articulación del hombro está hecha para semejante carga? Probemos realizar 4000 movimientos circulares con cada brazo mientras caminamos por la calle: les aseguro que no les será fácil.

En su libro Little girls in pretty boxes (“Pequeñas niñas en cajas bonitas”, publicado en 1995), la especialista norteamericana Joan Ryan consultó a veinte ex campeonas de gimnasia, a sus entrenadores y a diversos médicos para escribir sobre aquellas niñas involucradas a temprana edad en el entrenamiento intensivo de la gimnasia deportiva. “Las chicas gimnastas son especialmente vulnerables en el retraso de la pubertad. Con frecuencia tienen sus períodos muy tarde, a partir de los 17 y 18 años, y a veces de los 21, o dejan de menstruar por un tiempo muy extendido. Las niñas, y también los niños, son susceptibles a un retraso en su desarrollo físico a partir de su entrenamiento excesivo. Además las dietas extremas que consumen los pueden llevar a tener depresión y serios desórdenes alimentarios como bulimia y anorexia”, escribió Ryan. Uno de sus consultados, el pediatra William Sears, sostuvo además que esta situación puede causar a largo plazo graves problemas endocrinos, cardiovasculares y respiratorios en los jóvenes atletas.

Un informe de la Academia Americana de Pediatría (AAP) de 2013 nos indica que, cada año,
aproximadamente 3.500.000 niños de 5 a 14 años sufren diversas lesiones mientras practican algún deporte o actividad física. Las disciplinas con más incidencias físicas son el basquetbol con 200.000 atenciones médicas en un año, el fútbol americano con 194.000 lesiones, el ciclismo con 175.000, el beisbol con 117.000 y el patín sobre ruedas con 61.000 casos.

Aún más extrema, una investigación de la Universidad de Carolina del Norte reveló que en Estados Unidos, durante la última década, murieron 121 alumnos de colegios que practicaban fútbol americano en la liga escolar -un escalofriante promedio de doce por año- y más de 70 han quedado inválidos con lesiones gravísimas. Sin ir más lejos, solo durante octubre de 2014, tres jóvenes murieron en apenas una semana producto de diversos traumatismos. Uno de ellos, Demario Harris, de 16 años y alumno del colegio Charles Henderson de Alabama, se desmayó en un entrenamiento luego de un choque con otro adolescente y falleció a los pocos minutos en el campo de juego. Su entrenador, Brad Mc Coy, señaló lacónicamente: “Es extraño, fue un contacto típico”.

Pero el tema excede a Estados Unidos, por supuesto. La ONG “Save the Children”, con sede en Europa, denunció en 2008 que el 30% de los niños sufren serias lesiones cuando son introducidos en programas para deportistas de elite de hasta 35 horas semanales de entrenamiento. El problema es general porque semejante rutina puede resultar habitual a partir de chicos de 6 años. El informe también señala que, en otras disciplinas del mundo como el may thai, boxeo tailandés con pies y manos, los niños combaten desde los 12 años y se entrenan en academias y gimnasios desde los 5 (en este caso se carece de estadísticas confiables que revelen el daño que ocasionan esas prácticas en el país del sudeste asiático). A su vez, en 2005 el gobierno de los Emiratos Árabes Unidos prohibió el uso de niños como jinetes en las populares carreras de camellos, aunque hoy aún se emplean chicos de 9 años en carreras en otros lugares del Tercer Mundo como Sudán, Bangladesh y Pakistán.

El entrenamiento en levantamiento de pesas, que a veces es una disciplina en sí misma y que en otras forma parte del proceso de fortalecimiento para la gran mayoría de los deportes, es responsable de más del 30% de las lesiones reportadas en el estudio de la AAP. Son comunes las lesiones vertebrales: los discos de la columna pueden volverse más delgados y hasta más frágiles si no se presta la amortiguación necesaria para evitar lesiones, al tiempo en que también existe el riesgo de espondilolisis, fracturas espontáneas por sobrecarga en la espalda.

Ya en Argentina, el deporte con más estadísticas al respecto es el más practicado, el fútbol, en el que por ejemplo, en el curso de dos años, de 1998 a 1999, fueron atendidos en un solo club 106 niños de 13 a 15 años con diversas lesiones, incluyendo cuatro fracturas de tibia y peroné por estrés. Se han observado también muertes y numerosas lesiones invalidantes en adolescentes practicando rugby, aunque más allá de esos casos notorios, el abandono temprano del deporte en numerosas disciplinas (antes de los 20 años) es una constante que merece una cuidadosa revisión de los procesos de entrenamiento existentes para niños y adolescentes (ver: “Planificación del Entrenamiento y Análisis Pedagógico”, Madrid, 1999, Editorial Gymnos, de F. Navarro y O. Arsenio).

Recuerdo en mis comienzos como entrenador de natación que varios padres de niños y niñas de 9 a 12 años me preguntaban si conocía “alguna cosa” para darles a sus chicos que les mejorara el rendimiento. A partir de ese inquietante pedido, nos podemos imaginar el universo de alternativas desastrosas que se abren. ¿Significa todo esto que no es conveniente hacer deporte en la niñez? Todo lo contrario: el deporte mejora la salud y la calidad de vida, e incide notablemente en los procesos de socialización necesarios en la niñez. El problema surge con la magnitud del entrenamiento, con las fallas en la aplicación gradual de esas cargas, con la falta de conocimientos de muchos técnicos y con la desaprensión de los padres (o del entorno del niño) obsesionados con la posibilidad del éxito deportivo y económico.

En 2009 se disputó en Mar del Plata el Sudamericano juvenil de natación en el que se me ocurrió realizar una encuesta entre los nadadores y técnicos participantes de nuestro seleccionado. El tema era muy simple: cuántos metros nadan por sesión y cuántas veces lo hacen por semana. Las respuestas fueron preocupantes por las enormes disparidades en una misma selección nacional. En un extremo, había un 30% de chicos que sólo nadaban entre 15.000 y 20.000 metros por semana repartidos en tres días (demasiado poco a mi juicio) en una pileta de 25 metros. En el extremo opuesto, alrededor de un 20% de los jóvenes entrenaban hasta 18.000 metros todos los días (un exceso para la edad y las marcas que realizaban) en piletas de 50 metros.

En gran parte de los casos, las grandes diferencias en el volumen de trabajo previo no se notaron en los resultados de la competencia. Lo que está claro es que en la mayoría de los países europeos líderes, al igual que en Australia, China y Japón, esa situación sería impensable ya que existe cierta unificación de criterios y una planificación consensuada. Solamente en Estados Unidos, país del libre albedrío en entrenamiento deportivo, nos encontraríamos con semejantes disparidades: el tema es que los norteamericanos tienen casi 500 veces más nadadores que nosotros y se permiten con asiduidad perder talentos por mala praxis o desconocimiento de sus técnicos.

Cuando leemos los largos procesos de entrenamiento de algunas estrellas del deporte que alcanzaron fama y dinero, no reparamos que buena parte de ellos estuvieron desde los 6 o 7 años sometidos a intensas presiones físicas y psicológicas impropias para la edad. Es un problema en el que muchos no reparan: ante el logro y la gloria nos olvidamos o no entendemos que, cualquiera fuera el deporte, nadar, correr, realizar movimientos de alta destreza en una viga de equilibrio, empuñar una raqueta o realizar innumerables lanzamientos al aro, arco o saques pasando una red durante seis a ocho horas diarias, requiere además del esfuerzo físico un segundo sacrificio, el que estos chicos renuncien a otras áreas de su vida que generalmente no podrán recuperar jamás.

Se habla entonces del éxito de aquel deportista que llegó a lo más alto, y hasta se ponen de manifiesto situaciones patológicas de sus padres o de sus primeros entrenadores como un anecdotario de hechos graciosos y dignos de emulación. Sin embargo, en ningún momento se habla de la enorme masa de jóvenes que quedan en el camino por lesiones crónicas y por hastío hacia ese deporte. Es cada vez más frecuente la literatura especializada que previene sobre esta mala praxis aceptada a causa del triunfo, no importa cómo, y que hasta soporta el doping como elemento válido. Asimismo, la ausencia de un entrenamiento formativo técnico del niño y la destrucción de las etapas en su vida (que suelen ignorar las fases sensibles de cada individuo) desencadenan lesiones de diversa gravedad que limitan el futuro deportivo. En este sentido, la cada vez más notoria falta de maestros para la iniciación en muchas disciplinas y su reemplazo por meros adiestradores condicionan al niño deportista hasta muchas veces impedirle un tránsito más seguro y racional.

Esto no es un limitante para que, por ejemplo, el canal Disney proponga en un dibujo animado a Kick Buttowski como un niño capaz de realizar deportes de alto riesgo, en tanto que las series japonesas de fútbol, vóley y artes marciales también enseñan a sus pequeños espectadores a que, si no tienen ambición de triunfo, no tendrán nada. Se podría especular con que, según las estructuras político-sociales de cada sociedad, el tratamiento dado al alto rendimiento puede diferir, y sin embargo eso no ha resultado históricamente así. Los países del área socialista implantaron entre las décadas de los años 60 y 80 un programa de doping protegido que alcanzó la elite de su deporte y que causó afecciones en miles de jóvenes, y en ciertos casos la muerte.

Por la misma causa, en la China de los años 90, el atletismo y la natación presentaron primero resultados extraordinarios y al poco tiempo sufrieron suspensiones masivas de técnicos y deportistas. De la actualidad ya hemos hablado en buena parte de los países capitalistas en los que el único problema no es el doping sino también los programas de entrenamientos inadecuados o directamente brutales que dejan en el camino a cientos de miles de niños.

Ante esta difundida visión de lo exagerado o riesgoso presentado como el inevitable rumbo hacia el éxito, será cada vez más difícil intervenir para evitar efectos no deseados en los niños en su camino al alto rendimiento. El deporte de elite ha instalado en la sociedad y en los medios uno de sus aspectos menos positivos: el de ser una mercancía valiosa al alcance de la mano por todos aquellos que estén dispuestos a sacrificarse, aunque ello sea su salud física y emocional.


Artículo publicado en Informe Escaleno, en enero de 2015.