En el fútbol de un país en el que los partidos se juegan con una sola hinchada, resulta casi lógico y natural que no haya hinchada, ni cancha, ni pelota, ni goles, ni nada en la consagración del campeón. Ayer, Boca alcanzó el título desde afuera, viendo por TV cómo San Lorenzo le ganaba a Banfield. Y en el fútbol de un país que cada vez apunta más al negocio de las transmisiones (se viene el “pague para ver”, como se sabe) también resulta natural que todo pase por la pantalla. El día que explotó la cancha de Arsenal donde se jugó un partido importante para el futuro, lo de la pantalla en la consagración de Boca parece armado a propósito por los dueños del poder político y mediático.
A vuelo de pájaro se recuerda que Boca salió campeón en la cancha de Racing, jugando contra River en un mano a mano, en el 76; que ganó el título del 69 en un 2 a 2 contra River en el Monumental, con dos goles de Madurga; que fue campeón en el 62, en la cancha de Boca, una semana después del penal que Roma le atajo a Delem; que se consagró con un empate en la Bombonera contra Racing, en el 81; que fue campeón en Racing en el 2008, pese a perder con Tigre… y así se podrían repasar todos sus títulos.
Campeón en la cancha, los jugadores con la camiseta puesta, dando la vuelta olímpica sobre el césped. Eran otros tiempos, aquellos en los que se cantaba “dale campeón… dale campeón….”
Ayer los hinchas cantaban en Bahía Blanca para las cámaras de la televisión y la vuelta olímpica simbólica la dieron algunos futbolistas, en un hotel, tapados por una sábana (el fantasma del descenso, en obvia alusión a River) en el colmo del absurdo. Así son las cosas en estas épocas en los que el odio vence al amor; más que celebrar los triunfos propios se festeja el infortunio de los otros. En la intimidad, seguramente dirán que están respondiendo al periodismo que no se cansó de señalar a River como más equipo que Boca y a pronosticar, hace un poco más de un mes, que el equipo de los Mellizos no tenía ninguna chance de salir campeón. No hubo nadie que frenara la poco feliz idea de las sábanas, ni los cantos agresivos contra River. Todo se explica mucho más si se recuerda que hace poco, en un programa de televisión el presidente Daniel Angelici denostó al titular de River por “frío”.
En un marco extraño Boca salió campeones, pero vale preguntarse en qué momento llegó al título en realidad. ¿Fue cuando lo pasó por arriba a Independiente, terminó con las dudas que había dejado su empate sobre la hora contra Huracán y recuperó la confianza en su juego? ¿Fue cuando los Mellizos se decidieron a poner al colombiano Wilmar Barrios en la mitad de la cancha? ¿Fue cuando sumó los puntos que había que sumar en la primera parte del campeonato, con Tevez en el equipo? ¿Fue cuando River empató contra Central en el partido en el que podía haber saltado a la punta? ¿Fue cuando finalmente se armó la línea de cuatro en los dos últimos encuentros? ¿Fue cuando el plantel se dio cuenta que el encuentro contra Independiente era una instancia clave y no un partido más?
Boca salió campeón de un torneo largo (si se hubiera jugado con el sistema anterior, salía dos veces campeón) y está bien que haya sido así. Supo sobreponerse a las circunstancias adversas, como las derrotas con Talleres y River y los inesperados empates contra equipos supuestamente más débiles como Patronato, Rafaela y Huracán, y en el momento de mayor exigencia hizo valer el oficio de sus futbolistas.
En un torneo tan extenso, parece haber quedado en el olvido que Boca cerró en el 2016 con cuatro triunfos consecutivos que lo llevaron a la cima: Le ganó 2 a 1 a San Lorenzo, 4 a 2 a Racing, 4 a 2 a River y 4 a 1 a Colón, una racha impresionante, de la mano de Gago, que había vuelto en su mejor nivel tras una lesión, y de Tevez.
Boca salió campeón y los números avalan que fue el mejor, más allá del bajón que iba coincidiendo con la levantada de River. Fue el que logró más puntos, el que ganó más partidos, el que hizo más goles.
Está bien que Boca haya sido el campeón. Se lo merecía. Lo feo es que haya sido así, sin juego, sin fútbol, sin pelota y con una sábana en la cabeza de los jugadores y no una gloriosa camiseta azul y oro en el pecho.
*Columna publicada originalmente en el diario Página 12.