Omar camina con las manos en los bolsillos. Ya está oscuro. Hace frío en Cisjordania la noche del 14 de diciembre de 2008. Pero Omar ya dejó atrás el obstáculo más difícil: afortunadamente, solo perdió las dos horas previstas esperando en el checkpoint. Un carraspeo, la entonación equivocada, abrir o cerrar un ojo más allá de lo recomendable, o el simple mal humor del policía israelí, podrían haberlo dejado retenido ahí por varias horas. Pero no fue así, y enciende un cigarrillo como íntimo festejo. Le queda media hora de caminata para llegar a Ramallah. El viento seco hace que el cigarrillo se consuma rápidamente. Piensa en encender otro, pero prefiere reservarlo.

Ya en la ciudad, hay ciertos lugares en que el alboroto es demasiado grande para un domingo en la noche. Se dirige al restaurante de Nazim. Afuera del local se ve movimiento, gente que discute, algunos gritan, otros gesticulan con las manos al cielo. Incluso hay insultos. Pero Omar no se preocupa porque él ya tiene su entrada en la mano. Se abre paso, firme pero respetuosamente, entre los que reclaman en la puerta.

tinoEl lugar está lleno. Se lamenta haber llegado tan tarde. Tendrá que ver el partido de pie, apoyado en la pared. Sin embargo, cuando Rubén Selman da el pitazo inicial, todo se olvida. Varios sacan sus camisetas: reina indiscutidamente la 25 de Bishara. Omar no lo puede creer cuando el paisano Selman cobra penal para Colo–Colo y expulsión del arquero Felipe Núñez. Gol de Lucas Barrios. No alcanza a entender los insultos en castellano que lanza un anciano enardecido sentado en primera fila. Pero se los imagina. La mayoría putea en árabe. Y después, cuando Selman lo expulsa a Bishara, Omar se enfurece de verdad. Que te robe un paisano es algo que no se puede creer.

Palestino está con nueve. Enfocan, de vez en cuando, la pequeña hinchada árabe, arrinconada en Pacífico Lateral, en un estadio teñido de blanco. Ellos tienen fe. Omar se contagia con un contragolpe del Paco Ibáñez que ataja Muñoz. Ya están todos de pie. El humo ha formado una neblina que dificulta la visión de la pantalla que está al fondo, pero de todas formas, se ve. El público sigue fumando desaforadamente. Quedan solo diez minutos. Y gritan, todos le gritan al Paco Ibáñez que, olvidándose de los calambres, la agarra en la mitad de la cancha y con una media vuelta deja a Luis Mena botado en el suelo, y se va con pelota dominada a encarar a Miguel Riffo y engancha hacia la izquierda para romperle las caderas y ahora queda solo frente al Tigre Muñoz y define abajo, al primera palo; y Omar se vuelve loco, se pone a saltar exigiendo su garganta hasta romperla y abraza y besa a todo el mundo.  Han logrado un empate heroico en la primera final. Todavía queda el partido de vuelta, pero esa es otra historia.

EL SOLO HECHO DE EXISTIR 

El Club Deportivo Palestino es único en el mundo. No hay otro que se llame igual, ni que haga flamear libremente la bandera de Palestina. Y está a trece mil kilómetros de su madre patria. Aunque rehúyan la política contingente, en Palestino tienen perfecta consciencia del enorme potencial simbólico de su camiseta.

Eugenio Chahuán, académico del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, comenta sobre la importancia de Palestino: “hubo y sigue habiendo una negación histórica por parte de los judíos israelíes, fundamentalmente, de la existencia de los palestinos. Y el Club Deportivo Palestino existe desde mucho antes que existiera el Estado de Israel, y más encima en Chile, al otro lado del mundo. Entonces, ahí hay un tema de identidad nacional muy importante, la demostración de que la emigración temprana ya tenía la intención de formar y organizar instituciones que llevaran el nombre y los colores de Palestina”.

Además, la existencia de Palestino es consecuencia de otro hecho muy relevante: la chilena, es la colonia palestina más numerosa del planeta, fuera de los países árabes. Se calcula que los descendientes palestinos son alrededor de 500.000, cuyos ancestros llegaron hace aproximadamente un siglo. Y esa colonia también ha logrado una posición económica relevante dentro del país, entonces, a juicio de Chahuán, se produce en Chile una especie de empate: “a pesar de la asimetría, de la capacidad de lobby e influencia internacional que tiene Israel, con el apoyo de potencias occidentales como Estados Unidos, Francia e Inglaterra, entre otros, se ha logrado un cierto equilibrio porque la presencia e influencia palestina es muy importante”.

palestino2Otro aspecto que diferencia a Palestino de otros clubes de colonia, son sus reivindicaciones independentistas –soterradas, disimuladas, escondidas, pero que al fin y al cabo son intrínsecas a su existencia. Unión Española y Audax Italiano, por ejemplo, también son clubes de colonia, fundados por inmigrantes, pero dentro de su naturaleza no existen ese tipo de reivindicaciones. Algunos podrían traer el ejemplo del club Atlanta en Argentina, que tiene una importante influencia judía, pero éste no fue fundado por inmigrantes judíos, no tiene nombre ni emblema que evoque a Israel o al pueblo judío. La influencia de esta colonia sobre el club se dio más bien por la llegada, en los años veinte, de judíos y sefarditas al barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires, donde tiene afincada su sede y estadio el club “bohemio”. Algo similar ocurrió con el Ajax de Ámsterdam y el Tottenham de Londres. Pero, volviendo a Palestino, lo que hace la diferencia es que acá no estamos en Palestina, sino que al otro lado del mundo. Eso lo distingue, por ejemplo, del Athletic de Bilbao, que está en el corazón geográfico de las reivindicaciones nacionalistas vascas.

LA CAMISETA Y EL MAPA 

Sin embargo, no hay que apresurarse. Palestino no tiene un discurso político institucional tan marcado ni evidente, no hay un adoctrinamiento de las reivindicaciones nacionalistas ni a sus jugadores ni a sus funcionarios. En general, han sido cuidadosos para enmarcar al club dentro de una realidad estrictamente deportiva, dejando aparte el tema político. Bueno, casi siempre, porque hubo un par de veces, hace no mucho, en que ya no aguantaron más.

El primer antecedente lo encontramos en la camiseta del arquero Leonardo Cauteruchi, el año 2002, que tenía dibujado el mapa de Palestina en el pecho. Algo de polémica hubo, pero no pasó a mayores. Pero lo del 2014 fue distinto, fue una decisión institucional. Cuando comenzaba el campeonato de Clausura –el cual, por ridículo que suene, parte en el mes de enero–, Palestino estrenó una nueva camiseta que tenía una particularidad: el número uno había sido reemplazado por la silueta de un mapa de Palestina según sus límites originales hasta el año 1946, o sea, antes de que existiera el Estado de Israel por una resolución de Naciones Unidas. Alcanzaron a jugar tres partidos con ella hasta que la comunidad judía puso el grito en el cielo, a través de su legación diplomática: “La Embajada de Israel considera que la utilización del mapa de Israel en la camiseta del Club Palestino es una provocación sin precedentes y especialmente grave por realizarse en un contexto deportivo”.

Y el tema escaló hasta la prensa internacional, haciendo eco de la reacción furibunda del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, que llamó a informar a Israel a sus diplomáticos en Chile para expresarles su descontento con la provocación. “Un club chileno de fútbol indigna a Israel poniendo el mapa de Palestina en su uniforme”, tituló la cadena de noticias Russia Today. El sencillo símbolo del mapa en la camiseta de un humilde –tal vez, el más humilde– club de la primera división chilena estaba en las portadas de todo el mundo.

Tanto revuelo dio lugar a una pequeña sanción económica del Tribunal de Disciplina de la ANFP. Palestino fue obligado a sacar el número uno con el mapa, pero el Presidente del Club, Fernando Aguad, no dio su brazo a torcer e incorporó el mapa, ya no reemplazando al número uno, sino en la parte delantera, junto al escudo. No están habilitados para usarla en el campeonato oficial, pero sí para comercializarla: las ventas de camisetas de Palestino aumentaron más de un 300% luego de la polémica del mapa, y al club llegaron pedidos desde Francia, Marruecos, Turquía, Portugal, Alemania, España, Brasil, Colombia, además del Medio Oriente, por supuesto. Este incidente demuestra que el potencial simbólico de Palestino es tremendo. Y también justifica, en parte, la decisión institucional de no involucrarse en política contingente –con esta pequeña excepción, por supuesto. De persistir en el intento, dejarían de ser un club de fútbol como siempre lo han sido y pasarían a estar en el corazón del conflicto de manera mucho más evidente.

El club ocupa el nombre, los colores, exactamente la misma bandera que Palestina. Son muy pocos los lugares en el mundo donde esta bandera puede flamear libremente como lo hace en el Municipal de La Cisterna. Lo más probable es que los colonos fundadores de Palestino nunca se hayan imaginado el lugar que su club terminaría ocupando en el mundo.

EL ORIGEN 

La historia nos obliga a volver a la época del Imperio Otomano. No vamos a exagerar tampoco, no iremos al siglo XIV donde comienza su expansión, ni hablaremos de la caída de Constantinopla ni de la fabulosa multiculturalidad de ese reino que tenía su capital en Estambul. Tampoco vamos a ahondar en su enorme extensión, comparable al Imperio Romano, que iba desde Europa del Este, los Balcanes, África del Norte y parte del Medio Oriente. No, lo que nos importa comienza en el año 1517 cuando los turcos –sí, al fin y al cabo, el Imperio Otomano son los turcos– conquistaron Jerusalén y con ello Palestina cae bajo su dominio.

Los turcos eran –en su gran mayoría– musulmanes, pero durante cientos de años hubo un clima de cierta tolerancia y respeto a las minorías religiosas (léase judíos y cristianos). Sin embargo, ya al final del Imperio y sobre todo con la Primera Guerra Mundial, arreciaron las persecuciones contra los cristianos ortodoxos en Palestina. Y claro, no olvidemos que el Imperio Turco era aliado de Alemania en esa guerra brutal, entonces muchos jóvenes prefirieron escapar antes de ser empujados a la muerte bajo la bandera de un ejército ajeno.

Fue entonces cuando miles de palestinos cristianos decidieron partir al exilio. Seguramente zarparon desde el puerto de Haifa, rebalsando los sótanos de los barcos, peleando el alimento con ratones, cucarachas y otras alimañas. Y, al final de una travesía eterna, terminaron en Chile. ¿Por qué Chile? Tal vez, justamente, porque estaba al otro lado del mundo. Y también porque los recibió con los brazos abiertos. Muchos llegaban a Buenos Aires, pero ya eran demasiados los inmigrantes: italianos y judíos repletaban los puestos de trabajo y agotaban las oportunidades. Lo curioso es que estos palestinos llegaron a tocar la puerta mostrando el único pasaporte que tenían: el turco. Por eso les decimos turcos a los palestinos, y por eso el mote no les cae nada de bien. Lina Meruane lo resume magistralmente en su libro Volverse Palestina: “El nombre enemigo impreso como una maldición eterna sobre el borroso mapa de aquella inmigración”.

Pero siguieron las vueltas: el Club Deportivo Palestino fue fundado el 20 de agosto de 1920 en la ciudad de Osorno. ¿Por qué en Osorno? Ahí se realizaban unas olimpiadas de colonias extranjeras. Jóvenes atléticos que atravesaron el mundo para no ser enrolados a la fuerza por el ejército del Imperio Otomano decidieron fundar un club, allá en Osorno, simplemente porque no tenían quién los representara en aquellas olimpiadas. Querían participar, sentirse igual de inmigrantes que los españoles, italianos, alemanes y tantos otros.

Pasaron más de treinta años en el amateurismo con un plantel conformado en su mayoría por jugadores árabes. Hasta que el año 1952, luego de haber ganado nuevamente las olimpiadas de colonias, los invitaron a formar parte de la naciente Segunda División. Llegaron a la final del campeonato, y le ganaron en definición a penales por 4 a 2 a Rangers de Talca, en el estadio de la Braden Cooper en Rancagua, y con eso ascendieron a Primera División del fútbol chileno. Ahí los empresarios textiles de la colonia se entusiasmaron con el equipo, lo que se tradujo en aportes en dinero y gente en las tribunas. La plata se gastó en millonarias contrataciones. Así fue cómo armaron un equipazo el año 55, donde descollaba el argentino Roberto Coll que venía del River Plate de Alfredo Di Stéfano, José Manuel Moreno y Ángel Labruna. Fueron campeones.

Después nos vamos acercando a una historia más conocida por el hincha: el equipazo de la década de los setenta. El capitán era, ni más ni menos, que el mejor jugador chileno de todos los tiempos: Elías Ricardo Figueroa  Brander. Pero don Elías no jugaba solo, también estaban Oscar Fabianni, Rodolfo Dubó, Edgardo Fuentes, Manuel Araya y muchos más que hicieron de ese Palestino uno de los mejores equipos chilenos de la historia. El campeón del 78, el que todavía mantiene el récord de 44 partidos invicto, el que llegó al triangular que definió las semifinales de la Copa Libertadores del 79.

Imaginemos por un instante qué habría pasado en Palestina si hubieran tenido la posibilidad de ver los partidos de ese equipo del 78 en pantallas gigantes, como lo hicieron el 2008. Cómo habrían gozado, cómo se habrían olvidado de la ocupación, de la guerra, del terrorismo, de la represión, disfrutando, simplemente, con ver jugar a Elías y Fabianni con la camiseta de su querida Palestina.

¿UN CLUB CHILENO? 

Apenas sabían hablar el idioma. Seguramente, allá en Palestina, nunca habían escuchado de ese extraño deporte donde once tipos se pasaban corriendo detrás de una pelota. ¿Por qué se les ocurrió, al poco tiempo de haber llegado, fundar un club de fútbol? Quizás andaban sin mucho que hacer y en vez de tomar el tranvía decidieron caminar, y se detuvieron unos instantes cuando pasaban cerca de una cancha de fútbol, y se preguntaron qué atractivo podía tener ese ridículo juego, hasta que su mirada pasó desde los jugadores al público y notaron cómo gritaban, cómo discutían, cómo se enterraban las uñas en la palma de la mano cuando atacaba el equipo contrario, y tuvieron ganas de sentirse como ellos, esos extraños chilenos, y sentarse también en las graderías de madera a gritar, a discutir, a enterrarse las uñas.

24Según Eugenio Chahúan, la fundación de Palestino “fue una forma de participar, de integrarse, de utilizar los mismos lenguajes, las mismas formas de reunión que utilizaban los chilenos”. Pero eso fue hace casi cien años y los que atravesaron el mundo para llegar a Chile y fundar el club hace rato que se transformaron en polvo. Los miles de palestinos son nietos o bisnietos de los que llegaron tanto tiempo atrás. Y tan exitosa fue la iniciativa de sus ancestros de integrarse a la comunidad chilena, que la mayoría de ellos se ha chilenizado casi por completo, convirtiéndose en hinchas de equipos más populares. También, al mismo tiempo, el paso de los años ha ido atenuando el sentido de pertenencia a esas raíces, convirtiendo a Palestino en un equipo “palestino-chileno”, de igual forma que la Unión Española y Audax Italiano ya no tienen tanto que ver con sus respectivas colonias. Sin embargo, tal vez el hecho de que la colonia sea tan numerosa ha traído como consecuencia que Palestino goce de una simpatía inmensa en todo el país. ¿Alguien se alegra porque pierde Palestino?

Y la chilenización no solo se da a nivel de hinchas, sino también con los jugadores del primer equipo. En un principio abundaban los apellidos árabes, pero ahora en el primer equipo de Palestino, tras el reciente retiro de Roberto Bishara, no hay ninguno.

LA CISTERNA 

El ruido de las manos de los jugadores chocando unas con otras al saludarse en la mitad de la cancha antes de empezar el partido. El sonido del impacto –nítido, elocuente– del empeine del Leo Valencia cuando le pega a la pelota para lanzar un pelotazo largo en busca de alguna dentellada del Tiburón Ramos. Las instrucciones de Darío Melo a Diego Rosende para que cuide la marca –clarito se escucha: “¡cuidado con tu espalda, por la concha de tu madre!”. Las pisadas de Jason Silva cuando se frena para intentar un enganche frente a un defensa rival.

palestino3El silencio de La Cisterna permite que broten los sonidos propios del fútbol. Poca gente. Hay apoyo, pero podríamos decir que es un apoyo individual que se traduce en múltiples puteadas al árbitro y los rivales de turno. Quienes putean de esa manera son, principalmente, los de marquesina. Tienen una ubicación privilegiada y una caja de resonancia dada por el techo de la tribuna. El partido es contra Magallanes por la Copa Chile. Al borde de la cancha se prepara para ingresar en Magallanes el delantero José Luis Villanueva (sí, el mismo que jugó en Católica, en Racing, incluso en la selección chilena), luciendo su envidiable cabellera plateada, y un hincha furibundo de nariz prominente se lleva las dos manos como megáfono y lo llama: “¡José Luis! ¡José Luis!” Una, dos, tres, doce veces hasta que por fin Villanueva, que está a no más de diez metros, gira la cabeza. “¡Te creís Beckham, pero erís un malo culiao no más!”. Y la marquesina explota en carcajadas. Y todos se turnan para putearlo con ese cariño malo del que lo vio debutar en esa cancha hace más de quince años.

En el resto del estadio se ve una concurrencia bastante más familiar, mucho más que en los partidos de los equipos grandes. Pero parecen más tranquilos, seguramente hay parientes de los jugadores o chicos de las divisiones inferiores.

A primera vista, la presencia de la colonia parece más evidente en la marquesina. En el resto del estadio hay muchos –podríamos decir que la mayoría– que no tienen ascendencia árabe, pero que al cabo de escasos minutos de conversación, manifiestan un firme compromiso con la causa palestina. Muchos se hicieron hinchas con ese equipo fabuloso de Elías y Fabianni que humilló a todo Chile durante la mítica campaña del 78. Todo niño, por naturaleza, es impresionable y la elección de un equipo de fútbol es un compromiso inmensamente superior a cualquier otro. Muchos cambian de pareja, de religión, de opinión política, de opción sexual, pero cambiarse de equipo es otra cosa. Y esos niños que se maravillaban con el mejor jugador de la historia de Chile, jamás se imaginaron que terminarían viendo un partido con trescientas personas en La Cisterna. Pero siguen haciéndolo. Y esperan toda la semana, ansiosos, como si volvieran a ser esos niños del 78, para que de una vez por todas llegue el domingo y puedan sentarse en esas graderías de piedra. Esos hinchas nada tienen que ver con la colonia, pero es tanto el cariño que le agarraron al equipo que solidarizan profundamente con la causa palestina. Así como hay miles de descendientes de palestinos que ahora hinchan por Colo-Colo o por la U, también es cierto que hay un puñado de fanáticos que se han vuelto palestinos por adopción.

Abundan las consignas a favor de Gaza, unos levantan la camiseta mostrando el mapa, otros exigen el fin al genocidio. El hincha de Palestino, en su gran mayoría, apoya la causa. Tal como cuenta Felipe Núñez, el jugador que llega al club no percibe su dimensión política, al menos no al principio. Pero cuando lleva dos o tres temporadas y comienza a interactuar más seguido con los hinchas, va dándose cuenta del real peso, del sentido de jugar con esa camiseta tan cargada de significado. Aunque esta relación, según critica el mismo Núñez, tiene obstáculos: “Muchas de las actividades del club se hacen en el Estadio Palestino, que el común de los chilenos relaciona con gente pudiente, con un sector muy cerrado de la sociedad, y creo que Palestino debería representar todo lo contrario”.

Sin embargo, el discurso institucional no es el mismo que el de sus hinchas. Se puede ver a los dirigentes con la causa atragantada, la sienten inflando sus venas, seguramente se muerden la lengua para no citar a una conferencia de prensa y denunciar lo que está pasando en la tierra de sus ancestros. Pero callan, se ven obligados a ensayar una sonrisa desabrida y a cambiar de tema. Palestino no se mete en política, no es un equipo militante; como institución, deben mantenerse al margen. Tal vez su potencial simbólico es tan grande, que una militancia más activa podría tener consecuencias insospechadas, incluso provocar una reacción aún más violenta en el otro lado del mundo.

Hacia afuera hay mesura, templanza, contención. Pero en la interna las cosas están cambiando y en los últimos años, bajo la presidencia de Fernando Aguad, se han dado pasos concretos para hermanar a Palestino con su madre patria. Al famoso tema del mapa se le suma el hecho de que el sponsor principal de su camiseta es el Banco de Palestina. Además, en el año 2013 el club organizó una visita de su capitán, Felipe Núñez, junto a las divisiones inferiores, a las tierras de Palestina. Aunque llevaba diez años siendo arquero de club, Núñez confiesa que “con el viaje uno siente otra responsabilidad y le da otro matiz al tema de vestir la camiseta de Palestino”. Y ese impacto también lo vivieron los juveniles que lo acompañaron, quienes en su gran mayoría no pertenecen a la colonia, pero que seguramente asimilaron lo que significa ponerse esa camiseta mucho mejor que varios de los jugadores del primer equipo.

LA SELECCIÓN 

A Roberto Bishara le dolía todo el cuerpo. Veintiséis horas arriba del avión se había demorado en viajar desde Santiago a Tel Aviv. Hablamos del segundo semestre del 2008, en la mitad de ese épico campeonato cuya final se terminaría viendo en Ramallah. Caminaba por el aeropuerto de Tel Aviv, tal vez rengueando un poco por la pierna dormida, típica de los viajes transatlánticos en clase turista. Era la primera vez que iba a jugar por la selección de Palestina. Se reinauguraba el estadio Faisal Al-Husseini, a solo 600 metros del muro que divide Israel y Cisjordania, dos años después de haber sido destruido por un bombardeo israelí. Era, ni más ni menos, que el primer partido que jugaba Palestina como local en su historia. El rival era la selección de Jordania, o al menos eso era lo que Bishara trataba de explicarle, semi desnudo, a los policías israelíes, que ya llevaban más de dos horas interrogándolo en una oscura sala del aeropuerto Ben Gurion. No le creían, cuenta el Tito, sonaba a excusa terrorista, en sus mentes simplemente no era posible que existiera una selección de Palestina, porque para ellos Palestina no existía. Tuvo que olvidarse de su maleta y su cámara de fotos, pero finalmente lo dejaron pasar. Y Bishara, que un año más tarde llegaría ser capitán de la selección, pudo jugar ese partido épico contra Jordania que terminó empatado a uno.

Pero no es el único. Son varios los chilenos que han jugado por Palestina: Edgardo Abdala, Leonardo Zamora, Alexis Norambuena, Patricio Acevedo, Pablo Abdala, el recién nacionalizado Matías Jadue, entre otros. Sin embargo, hay uno solo tan emblemático como el Tito Bishara: Roberto Kettlun lleva más de veinte partidos por la selección y juega en el Hilal Al-Quds de la liga local.

Si hay una camiseta con mayor poder simbólico que la de Palestino, esa es, precisamente, la de la selección de Palestina. La selección existe porque la FIFA es de las pocas entidades que reconoce la existencia de Palestina. En sus partidos, igual que en los de su club hermano al otro lado del mundo, también flamea oficialmente la bandera de Palestina.

Si hay un lugar donde es difícil jugar al fútbol, ese es Palestina. Roberto Kettlun cuenta: “Muchas veces se bloquea el equipamiento que nos manda la FIFA, ya sea para entrenadores o material deportivo. Cuando se traen especialistas para que les den cátedra a nuestros entrenadores, los rechazan en la frontera y no los dejan entrar. También organizamos torneos y mandan a la mitad de los equipos rivales de vuelta”. Sin embargo, a pesar de las trabas, de la represión, de jugar muchas veces con cohetes silbando sobre sus cabezas, este año lograron clasificar a la Copa Asiática del 2015, en el mayor logro de su historia deportiva. El fútbol crece, avanza, se multiplica especialmente ante la adversidad.

Más que las defensas rivales, el gran enemigo del equipo son los checkpoints de los israelíes que limitan la libertad de movimiento dentro de territorios palestinos. Muchos se quedan sin entrenar porque los dejan retenidos varias horas sin razón aparente, cuenta Bishara. De hecho, el año 2010 retuvieron a 10 jugadores de la selección de Palestina en uno de esos controles. Y el Tito Bishara ya estaba sentado en el avión, esperando que comenzaran las 26 horas de vuelo, más los exhaustivos interrogatorios, para ponerse su camiseta, cuando lo llamaron por teléfono para avisarle que el partido se suspendía. El avión no había despegado. Pidió bajarse. No lo dejaron. El piloto, sentado en su cabina, preparando la nave para el despegue, vio aparecer a un árabe ofuscado que hacía exigencias fuera del protocolo. Con calma, pidió al resto de los pasajeros que abandonara el avión. Tenía, frente a él, a un árabe en actitud sospechosa de terrorismo. El piloto y la tripulación pidieron ayuda a Policía Internacional, quienes se llevaron detenido al sospechoso, para tranquilidad del resto de los pasajeros, que esperaban conmovidos en la loza. Roberto logró contener su enojo; al menos lo habían bajado del avión. Después de un buen rato, logró que entendieran su problema y fue dejado en libertad.

Además de las dificultades de movimiento hay otra peor: la muerte. Bishara recuerda un día en el que llegó un compañero llorando a la comida, pero era un llanto tranquilo, sin escándalo. Su abuela acababa de morir porque había caído una bomba sobre su casa. El Tito no podía creer que lo estuviera contando así, como si fuera lo más normal del mundo, y que al otro día siguiera entrenando como si nada. “Nunca superé esa sensación de jugar en medio de una guerra, pero ellos parecían haberse acostumbrado”.

En los partidos de Palestina el público se muestra entusiasta, todos son conscientes del tremendo valor que tiene para ellos su mera existencia. Por eso, tal vez, celebran los goles con aun más euforia que el hincha común. Un gol de Palestina en nuestro estadio vale más que cien cañonazos, dijo una vez Bishara. Y en ese estadio, allá en la frágil, en la destrozada Palestina, se pueden ver –multiplicadas, orgullosas–, las camisetas de Palestino con el mapa de su tierra tatuado en la espalda.


Fuente: Revista De Cabeza.