Me pregunto qué diría el maestro Manuel Vázquez Montalbán si levantase la cabeza y viera desfilar, al paso, a su Ejército Desarmado de Catalunya por las calles de Berlín -precisamente Berlín- con un rifle de asalto AK-47 (Kaláshnikov) en las manos, tumbando líneas enemigas con ráfagas de fuego pesado a la espalda de los defensas, y peinado como un pequeño dictador con mucha retranca y memoria pues, qué otra cosa podemos decir ya, de Leo Messi, sin caer en la tentación de cambiarle el apellido por el de Arma del Pueblo Cuccittini, Lionel Andrés.
A un club eternamente deprimido incluso en la victoria, tantas veces derrotado por él mismo y sin más esperanza ni gloria, durante lustros, que el relato redentor de Montalbán y otros finos estilistas los lunes por la mañana, en los quioscos de costumbre, se le apareció primero un contrabandista holandés, luego un alquimista catalán y, finalmente, un soldado argentino para terminar por convertir aquella animosa banda de soldaditos sin canción alguna en una fabulosa maquinaria de guerra casi imbatible y que, por ponerle yo algún defecto, diría que abusa en exceso de las canciones de Manel durante algunas fases de los partidos: Concentreu-vos, soldadets, sigueu prudents i arrapeu-vos a la vida amb les ungles i amb les dents.
No es el de Luis Enrique -suponiendo que sea suyo- un equipo imperial como el de Wembley, o el de Roma; de los que traza una línea roja sobre el césped e informa al rival en cuatro idiomas diferentes de que no, mire usted; hasta aquí, sino el típico abusón de la clase, el grandote. El que se presentó en Berlín me recordó a los afamados porteros de la discoteca Studio 54 que primero soltaban el golpe y luego sacaban papel y bolígrafo para anotar con suma atención las alegaciones de los afectados. Las mujeres se enamoraban de él y para los hombres era el primo de Zumosol, escribió una vez Montalbán sobre Kubala, quién sabe si intuyendo mi pregunta del comienzo pues, este Barça de Messi, bien podría ser Lazsly en plenitud con una frecuencia de disparo cercana a los 650 proyectiles por minuto, sin mucho entrenamiento.
Hace unos años, en una entrevista concedida a este mismo periódico, el Arma del Pueblo —Lionel Andrés— declaró que su única intención, llegado el momento de la retirada, era que la gente lo recordase como un buen tipo pues “al final, cuando se termine todo esto ¿qué te llevas?”, reflexionaba Leo a su manera. Tras su enésimo regalo envuelto en laurel, y echando la vista atrás sin necesidad de grandes alardes estadísticos, solo queda pensar que algunas personas nacen tan excepcionales que se pasan la vida entregando y todavía se preguntan, a la salida del teatro, qué se llevan en las maletas y los bolsillos, como si de alguna manera nos estuvieran robando. “Me gusta mucho la siesta, eso sí”. Menos mal, Leo, menos mal.