El martes 16 de enero a las 15:15 estábamos trabajando en la redacción. El director de la revista, Elías Perugino, recibió un mail que lo citaba, junto a otros 14 trabajadores de El Gráfico, a una reunión en Recursos Humanos a las 15:30. Mientras esperábamos en un salón, solos, la empresa Torneos S.A. estaba bloqueando nuestros mails y computadoras, y alertando a sus tercerizados empleados de seguridad que estuvieran atentos “ante cualquier inconveniente”. También, bajo el eufemismo de “discontinuar la edición impresa”, estaba enviando un comunicado a distintos medios anunciando el cierre de El Gráfico y el despido de todos sus trabajadores. O sea, nosotros. Además de 15 personas con entre 4 y 28 años de antigüedad en la revista, también quedaron en la calle 8 colaboradores fijos. A las 16:05 nos pidieron que juntáramos lo más rápido posible nuestras pertenencias y que, en lo posible, no volviéramos nunca más.
El relato no es muy distinto a cientos de historias que suceden desde que existen empresarios y trabajadores. Explotadores y explotados. Que se trate de un medio de comunicación no lo difiere demasiado de la historia de una fábrica de bebidas o una revendedora de gallinas masacradas. Los despidos en El Gráfico, en PepsiCo o en Cresta Roja tienen sabores similares, similares responsables y similares víctimas. Y hasta son (esta opinión es muy discutible) menos importantes que los recientes despidos en el Hospital Posadas.
No tengo interés en hacer una defensa romántica de El Gráfico ni por casualidad, porque su historia está manchada con sangre. Sus directivos han sido cómplices de todo tipo de aberraciones: festejaron el golpe de Estado de 1930 (¡hubo una edición especial con las mejores fotos!); fueron cómplices de la dictadura militar entre 1976 y 1983; y aliados del menemismo que destruyó al país durante diez años. También, para ser justo, debo decir que durante mis ocho años en la revista sólo fui censurado una vez (no se permitía mencionar el FIFA Gate, por el que habían sido condenados varios directivos de Torneos).
Lo importante de estos 23 despidos, considero, es que llegan como parte de una seguidilla, de una ola de nuevos desocupados que en los últimos meses se volvió evidente, indiscutible y criminal.
Lamento que hoy sean necesarias estas aclaraciones, pero lo son: no me gustaron los gobiernos de Néstor Kirchner ni de Cristina Fernández, y tampoco me gusta el de Mauricio Macri. No por filiaciones partidarias, sino porque la suma de decisiones de esas gestiones me da resultado negativo. Explicito mi postura para que no intenten leer en estas consideraciones alguna inclinación partidaria, porque no la hay.
El mismo día del cierre, interesado por las repercusiones, leí veredictos del tipo “la culpa es de Macri” y del tipo “nadie compraba la revista y cierra por eso”. Las dos afirmaciones suenan bastante absurdas.
El Gráfico no era un paraíso que se cayó a pedazos cuando asumió Macri en diciembre de 2015. Tampoco un medio de comunicación aislado que despidió a todos sus trabajadores porque no había lectores posibles para el producto. Creo que todos estarán de acuerdo en empezar la reflexión desde esa base.
Aunque es real que los medios de comunicación impresos atraviesan una década de descenso en sus ventas, no sólo por “el avance de lo digital” (como intentan simplificar los apurados) sino por múltiples factores culturales, también es cierto que el cambio del contexto político en los últimos 25 meses ha favorecido a los explotadores y ha perjudicado (aun más) a los explotados.
Me pareció injusta la posición de Cristina Fernández, por ejemplo, ante la desaparición de Luciano Arruga, asesinado por la policía en 2009. Y puedo agregar otras 60 o 70 decisiones injustas de su gobierno y el de Néstor Kirchner. Insisto con esto para que sepan que no tengo un teclado predictivo según gustos partidarios. Estoy hablando de decisiones puntuales.
Y en cuanto a decisiones puntuales de un gobierno, tan indiscutible como el abandono de la familia de Luciano, me parece indiscutible lo injustas que son las decisiones de Macri y su gabinete respecto a los trabajadores y empresarios.
El Gráfico no cerró porque a Macri no le gustaba la revista, eso es cierto, pero también es cierto que uno de los motivos por los que cerró es que las condiciones políticas actuales permiten que, para una empresa privada cuyo único fin es acumular dinero y poder, el despido de empleados sea más sencillo e impune. Porque la política de importación y exportación macrista deja en clara desventaja a los productos nacionales en casi todos los rubros. Porque la extrema recesión económica que el propio gobierno admite impide la inversión en publicidad, la incorporación de nuevos periodistas y tantos otros “detalles” absolutamente vitales para la subsistencia de un medio de comunicación.
El cierre de El Gráfico me toca un poco más de cerca, claro, pero me duele tanto como todos los despidos que vienen sucediéndose con violencia y sin soluciones desde diciembre de 2015. ¿Había despidos antes? Claro que sí, los hay desde que el capitalismo es el sistema dominante. ¿Había tantos despidos antes como los hay desde diciembre de 2015? No, no los había, y no lo digo yo: lo admite el gobierno nacional.
Simplificar diciendo que una empresa cerró una revista (con 99 años de trayectoria, prestigio internacional y el mejor archivo fotográfico de Sudamérica) y despidió con pésimas formas a sus trabajadores por “culpa de la era digital”, sería como decir que en Cresta Roja echaron empleados por “el boom del vegetarianismo”, que PepsiCo lo hizo porque “la gente ya no compra Seven Up” y que los despidos en el Hospital Posadas son porque “las personas ya no van tanto al médico”.
El cierre de El Gráfico, con sus decenas de aristas e influencias sociales, no debería ser mirado desde la nostalgia de “una vieja revista que ya no sale” sino desde el dolor de “una fábrica más que despide trabajadores porque las decisiones del Gobierno actual favorece a las empresas para que ejecuten esos despidos”.
El martes 16 de enero, a las 15:15, yo estaba trabajando. Menos de una hora después estaba en la calle, con una caja llena de papeles, un mate vacío y compañeros con lágrimas en los ojos. Anteayer me tocó a mí, le tocó a El Gráfico. Si la presión social, el pueblo saliendo a las calles, no consigue impedir que el gobierno continúe poniéndose del lado de las empresas y no de los trabajadores, los despidos continuarán. Y por ahí, por qué no, mañana te toque a vos.
Artículo publicado en la muy recomendable Revista Cítrica