Todos se giran al que sube por las escaleras. Lo reconocen, y Gardel –acostumbrado a ser el centro de las miradas– devuelve el cariño con una sonrisa blanca y eterna, la misma que lo transformó en un golazo en París y en el mundo entero.
Sigue subiendo por la tribuna, Carlitos. Mira a todos sin mirar a nadie, buscando su lugar en este estadio de fútbol que le resulta tanto más ajeno que los burros donde le gusta pasar los domingos, jugando a ganador.
Pero este domingo es distinto, porque se vino a ver a Racing. Amigos son los amigos, y se lo prometió anoche a Pedro Ochoa, Ochoíta, como él mismo lo bautizó. Entre risas y copas, aceptó el desafío y se mandó nomás.
Encima, el Morocho de Abasto y Racing se quieren, se adoran. Desde hace mucho, desde ese lejano 1914, cuando presentó el espectáculo “El Paraíso” en el Teatro El Nacional, junto con la compañía de Elías Alippi y Francisco Duchasi. Y fue el propio Alippi el que le contagió su amor por Racing Club, amor tanguero, de compadritos, a todo o nada.
Se viene Racing a la cancha; la gente explota, aplaude eufóricamente. No importa si esa tarde se juega un simple amistoso, a los uruguayos hay que ganarles siempre, porque son los únicos que están a nuestra altura. El football podrán haberlo inventado los ingleses, pero el fóbal se inventó en el Río de la Plata, y nadie lo juega como nosotros.
Y ahí está Ochoíta, con la camiseta puesta y los botines listos, al borde de la cancha, esperando que el partido comience. Se ve un poco pálido pero de todas formas juega, cosa que, hasta hace minutos, no iba a ocurrir.
* * *
NOVIEMBRE DE 1946. 23:29 HORAS.
“Ese hombre que está ahí sentado, así como usted lo ve, era un crack. El mejor insider derecho que tuvo Racing, y créame que eso no es poco.
¿Se sirve una más? Bueno, le sigo contando. El tipo recibía la pelota y ¿usted cree que se la pasaba al wing? Naaaaa, seguía, encaraba defensores, gambeteando, y no había quien se la quitara. Y era goleador, letal en él área. Así como le digo, Ochoa era un espectáculo. La gente de Racing lo adoraba, incluso varios hinchas de otros clubes pagaban por verlo.
Le estoy hablando de un jugador que salió cuatro veces campeón con Racing Club. ¡Cuatro veces! ¿Se imagina? Un tipo que viajó por todo el mundo jugando al fóbal, que representó a la Argentina en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, que jugó Copa América…
Pasa que usted no lo recuerda porque se retiró el 31’, cuando comenzó a profesionalizarse el fóbal. Se perdió la mejor parte, dirá usted, pero es que Ochoa no tenía alma de profesional. No, él es de otra época, de cuando Buenos Aires era un pañuelo; todos sabíamos quién era quién, acá se vivía mejor que en Europa.
Encima, a Ochoa le gustaba la noche. Usted sabe, el champán, las mujeres, la fiesta. Uy, ¡el hombre iba en serio! Era amigo de los malevos más bravos de la época. Tipos duros, no se imagina.
¿De verdad no quiere otra? Está bien, como quiera. Volviendo a Ochoa, dicen, aunque no estoy seguro de esto, que era amigo del mismísimo Carlitos Gardel. Ahora usted lo ve así, todo derrotado, pero ¡imagínense! amigo del mismísimo Zorzal. Eso sí que sería una locura, no sabe usted lo que era Gardel: el mayor exponente del Tango que dio la historia.
Ahora, si me pregunta, eso sí, no creo que fuera amigo suyo. La gente hace tantas fábulas con él, ahora que ya no está. Usted es joven, y es probable que no lo haya visto nunca, como tampoco pudo ver a Ochoa, pero qué se le va a hacer, no tuvo la suerte nomás.
¿Quiere que lo llame? Está difícil, pero bueno, nada se pierde con intentarlo. ¡Ochoa, lo quieren conocer por acá! ¿Seguro que no? Mire que acá le invitan una copa. O más de una, quién sabe. ¿No? Ya está, no se preocupe.
¿Vio? Le dije que no iba a venir”.
* * *
OCTUBRE DE 1924. 15:00 HORAS.
Ochoa está de espaldas, los ojos cerrados. Se concentra, principalmente, en seguir respirando. Respirar, que hasta ayer era lo más natural del mundo, hoy le parece una odisea. Siente que se acerca otra vez la náusea y aguanta, pone todas sus energías en no volver a vomitar. Ya ha vomitado varias veces y está seguro de que no será capaz de hacerlo de nuevo.
De repente, se produce un silencio respetuoso, ya nadie grita, nadie se mueve. Al que acaba de entrar al camarín lo conocen todos, si no lo han visto actuar alguna vez, al menos reconocen ese rostro en las películas, afiches o en las portadas de revistas. El que camina directamente al lugar donde descansa Pedro Ochoa es nada menos que Carlos Gardel.
Abre los ojos y se repite a sí mismo que no volverá a tomar como un suicida el día antes de un partido. Debe entender que ya no tiene veinte años y que su cuerpo no es lo que era. “Nunca más”, dice en voz alta y vuelve a cerrar los ojos.
A su alrededor, los muchachos se visten, untan sus muslos con aceite verde, se dan ánimos unos a otros. ¡Vamos, señores, que hoy ganamos! ¡Vamos que somos los mejores! No dicen nada, pero verlo a Ochoa así, tirado en el camarín, probablemente borracho todavía, los hace perder la esperanza. No va a poder jugar y, seamos honestos, sin Ochoa la cosa se ve bastante fulera.
De repente, se produce un silencio respetuoso, ya nadie grita, nadie se mueve. Al que acaba de entrar al camarín lo conocen todos, si no lo han visto actuar alguna vez, al menos reconocen ese rostro en las películas, afiches o en las portadas de revistas. El que camina directamente al lugar donde descansa Pedro Ochoa es nada menos que Carlos Gardel.
– Hola, Pedro –dice Gardel, como suspirando, como quien habla en un hospital.
– ¿Qué hace acá, Carlos?
– ¿Acá dónde, Pedro? ¿Acá en el estadio o en el camarín?
– Es igual. No está bien que usted me vea en este estado– la voz de Ochoa es apenas audible.
– Lo he visto en peores, pero le respondo a sus preguntas: lo vine a ver jugar, como se lo prometí anoche. Y comprenderá mi sorpresa cuando me enteré de que hoy no va a salir a la cancha. Así es que partí para acá, al camarín, a convencerlo de que no me haga perder la tarde.
– Pero, Carlos, ¿no ve acaso el estado en que me encuentro? Le prometo que para el próximo partido voy a estar bien, y ahí sí que valdrá la pena haber esperado para verme jugar. Pero ahora no puedo, no soy capaz ni de levantarme.
– Vamos, Pedro, juegue un rato, anímese. Aunque sea medio tiempo. Mire, si juega y hace un gol, yo lo voy a hacer a usted inmortal. Lo voy a nombrar en un tango, para que todo el mundo sepa que mi amigo Ochoíta es el más grande jugador de la historia del Racing Club de Avellaneda.
* * *
SEPTIEMBRE DE 1928. 12:30 HORAS.
Lleva dos horas en el estudio de grabación y, sinceramente, ya se quiere ir. Han sido días agotadores, de entrevistas, presentaciones y compromisos. Carlos Gardel es una celebridad en toda Europa, y ya lleva tres años dando vueltas por el continente.
París no es la novedad que era cuando llegó; se vive bien, ya nadie parece acordarse de lo que pasó hace nada, pero tampoco sospechan la suerte que espera agazapada a la vuelta de la esquina. Las guerras parecen una mala pesadilla.
Pero a estas alturas, se extraña Buenos Aires, y contra eso no hay nada que hacer.
– Y ahora, ¿cuál nos toca grabar?- pregunta Carlos, con desgano.
– Ese tango humorístico, Patadura. Pero si quiere lo dejamos para más rato. Mire que ya se lo escucha cansado.
– No, no, deje. Ese tango va a quedar bueno.
Suena la música y ahí va Gardel de nuevo, como cientos de veces, frente al micrófono, con esa voz que todos reconocen. Y se larga a cantar, a pagar una promesa que le hiciera hace años a su amigo Pedro Ochoa, aquella tarde en que éste volvió a la vida para reglarle un gol que fue el corolario de una corrida en que dejó a cinco uruguayos sentados en el suelo; ninguno de ellos fue capaz de quitarle el balón al mejor jugador que tuvo Racing en la era amateur.
Fuente: Revista De Cabeza.
“Piantáte de la cancha, dejále el puesto a otro;
de puro patadura estás siempre en orsay;
jamás cachás pelota, la vas de figurita,
y no servís siquiera para patear un hand.
Querés jugar de forward y ser como Seoane,
y hacer, como Tarasca, de media cancha un gol,
burlar a la defensa con pases y gambetas
y ser, como Ochoita, el crack de la afición.
Chingás a la pelota,
chingás en el cariño,
el corazón de Monti
te falta, che, chambón.
Pateando a la ventura,
no se consiguen goles;
con juego y picardías
se altera el marcador.
Piantáte de la cancha que hacés mala figura
con fouls y brusquedades te pueden lastimar.
Te falta tecnicismo, colgá los papirulos.
De linesman hay puesto, si es que querés jugar.
El juego no es pa’ otarios, tenélo por consejo,
hay que saber cortarse y ser buen shoteador
en el arco que cuida la dama de tus sueños,
mi shot de enamorado acaba de hacer gol…
Sacate los infundios
vos no tenés más chance,
ya ni tocás pelota,
la vas de puro aubol.
Te pasa así en el campo
de amor, donde jugamos:
mientras corrés la liebre
te ganó un corazón.
Piantáte de la cancha, dejále el puesto a otro;
de puro patadura estás siempre en orsay;
jamás cachás pelota, la vas de figurita,
y no servís siquiera para patear un hand.
Querés jugar de forward y ser como Seoane,
pa’ hacer, como Tarasca, de media cancha un gol,
burlar a la defensa con pases y gambetas
y ser, como Ochoita, el crack de la afición”.
Más de Gardel y el fútbol:
-Un tango que cuenta una historia a partir de los apellidos de los jugadores.