Marcelo Gallardo es para River Plate lo que Josep Guardiola fue para Barcelona. La frase es una temeridad y para muchos no pasará de una exageración, pero puede ser argumentada con hechos concretos. En su primer año, el catalán le devolvió la identidad al club culé, potenció un plantel ya campeón y ganó todo lo que se puede ganar. Lo mismo hizo el Muñeco, exactamente. Con la salvedad de que River venía de un lustro nefasto en el que llegó a jugar en la segunda división. Así de gigantesca es ya la figura de Gallardo para el Millonario.
Llegó en silencio y muchos lo miraron con más dudas que confianza. Había hecho un buen trabajo en Nacional de Uruguay, pero su salida de River en su etapa como futbolista fue polémica. Tras un debut muy pobre contra Gimnasia de La Plata, hizo un partidazo ante Rosario Central en su segundo encuentro como entrenador en Argentina. Desde ese día, no dejó de crecer hasta convertirse en el líder del campeón de América.
Pocos riverplatenses habrán soñado con este presente tras la victoria sobre Almirante Brown y la vuelta a primera en 2012. Sólo tres años después, el equipo es el campeón vigente de todos los torneos de la Conmebol. El dato es fuerte pero no significaría nada si esos éxitos no estuvieran acompañados de una identidad en el juego, de una manera de entender el fútbol. Todos sabemos como juega este equipo y eso es un mérito del entrenador.
Guardiola llegó al club de toda su vida con casi nula experiencia de DT, al igual que el Muñeco. Ambos lograron darle una personalidad propia a sus equipos de manera automática, natural. Y ambos consiguieron resultados sin necesidad de esperar que el plantel los conozcan. La principal diferencia es que Barça tuvo a uno de los mejores futblistas de todos los tiempos en su mejor momento y eso lo convirtió en un equipo que se sienta en la mesa del Santos de Pelé
Volvamos a la comparación odiosa con el ídolo de Barcelona. Guardiola llegó al club de toda su vida con casi nula experiencia de DT, al igual que el Muñeco. Ambos lograron darle una personalidad propia a sus equipos de manera automática, natural. Y ambos consiguieron resultados sin necesidad de esperar que el plantel los conozcan. La principal diferencia es que Barça tuvo a uno de los mejores futblistas de todos los tiempos en su mejor momento y eso lo convirtió en un equipo que se sienta en la mesa del Santos de Pelé y de la Naranja Mecánica. Por supuesto, el paralelismo es un juego, pero sirve para darle a este grupo de jugadores el lugar que merece.
La mística es un concepto que se usa con demasiada liviandad en el fútbol. Para ganar la Copa Libertadores o cualquier campeonato importante se debe jugar bien y punto. Todo lo demás son palabras. Este River entendió cómo se deben jugar los partidos definitivos en las Copas continentales. Quedó demostrado con lo ocurrido en las finales. En ningún momento de los 180 minutos superó con claridad a Tigres, pero ganó con una autoridad que intimida y nunca estuvo en peligro la victoria. Eso es por confianza en las virtudes propias y por conocimiento de los errores.
El primer tiempo comenzó bien para un River que salió a jugar en campo rival y que impuso condiciones en el arranque. Sin embargo, cuando el visitante entendió que debía evitar la presión con pases largos para saltar líneas, el cuadro argentino sufrió mucho. Pero como es un equipo hecho para estas instancias, pegó en el momento justo gracias a una jugada impresionante de Leonel Vangioni y a una gran definición de Lucas Alario y, al término de la primera parte, se sintió campeón.
Luego manejó el partido a su antojo. Aunque pegó demasiado, siempre mantuvo a Tigres lejos de su arco y, cuando tuvo las oportunidades, liquidó el juego. Después del primer gol, la sensación era que salvo que ocurriera un milagro, la Copa no se le podía escapar al Millonario. Y eso es porque logró ser previsible en la victoria. Si pasa al frente, River ganará casi siempre.
Gallardo le devolvió el alma a un River que había empezado a revivir con aquel triunfo ante Boca en la Bombonera gracias a un gol de Funes Mori y hoy llegó al cielo con otro grito del defensor mendocino. Como para cerrar el círculo. Nunca en la historia un técnico ganó cosas tan importantes en su primer año. Simplemente porque es casi imposible. De todos modos, lo más importante no son los títulos, sino el hecho de transformar aquel River miedoso y sin ideas en un conjunto todo poderoso y con una identidad bien definida.
En definitiva, Gallardo formó uno de esos equipos que quedarán en la memoria. Porque desde hoy, nunca olvidaremos al River del Muñeco.
Fuente: ESPN.com