Fue un día de semana, en la madrugada, en el barrio de Once en Buenos Aires. El bar tenía luces dicroicas, mesas de plástico en la vereda y mozos desalineados pero con moño. Afuera, un toldo viejo y roto cubría las mesas vacías. Los parroquianos hablaban poco.

A lo lejos, se vio llegar a un hombre. La camisa sucia, el cuerpo quebrado, un bolso deportivo vacío en la mano. Se desplomó en una silla sin mesa, solitaria como un islote. No pidió nada. Al rato, se quedó dormido, aferrado al bolso. Cuando despertó, balbuceó algunas palabras.

Ustedes saben quién soy yo. ¡Qué van a saber, porteños ignorantes!
-No, no sabemos –respondió uno, desganado, como quien le habla a un idiota.
Soy Carlos Horacio Salinas. He sio’ campeón del mundo con Boca. ¿Ven este bolso? Estaba lleno de dólares. Un millón he llegao a tener.
-¿Y qué le pasó, maestro? -preguntó otro de la mesa.
-Me lo he gastao en putas y en merca. Yo soy el Loco Salinas. Y ustedes no son nadie.

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salinas byn2Carlos Horacio Salinas alguna vez fue grande. No sólo porque jugó en River, Boca, Independiente, Chacarita y Argentinos Juniors, sino porque sus goles –que definieron campeonatos– lo transformaron en un mito del fútbol de la década del ‘70. El público lo ovacionaba al grito de “¡tucumano! ¡tucumano!” y los abanderados del buen fútbol decían que el “Semilla” –así lo llamaban en su barrio La Ciudadela– era un crack. “Lo único que lamento es no haber estado en Buenos Aires para el partido entre Boca y el Borussia Mönchengladbach. Quería ver jugar al Loco Salinas”, dijo César Luis Menotti, a propósito de la primera final de la Copa Intercontinental, que luego ganaría con un gol del tucumano.

El Loco inspiraba respeto y a la vez formaba parte de una maquinaria que comenzaba a generar dinero. Rápido, hábil y peleador, Salinas no sólo recogía elogios, sino también fortunas. En 1981, por ejemplo, cobró 250 mil dólares cuando Boca decidió venderlo a Argentinos Juniors. ¿Por qué se deshicieron de él y de otros jugadores? Porque Boca quería comprar a un pibe que la rompía: Diego Armando Maradona.

La llegada de Maradona a Boca fue el comienzo de la abundancia, pero también el inicio del fin. Conforme los pases se iban sucediendo, Salinas empezó a ganar dinero pero a perder motivación. Y empezó a quemarse los dólares. Llegó a tener dos autos BMW, siete departamentos y todas las modelos que quiso. Pero mientras vivía las noches de una Buenos Aires que en aquel entonces era “la París de Sudamérica”, su juego sólo sabía empeorar.

Pasó un cuarto de siglo desde su retiro. Después de una juventud de lujo y declive, queda un hombre ermitaño y de risa forzada que dice tener voces adentro de su cabeza. Hoy, el Loco Salinas parece un loco en serio.

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-No quiero saber nada de ese hijo de puta -contesta la ex mujer de Salinas, con un enojo viejo, desde el portero de un edificio.

Desde hace tiempo estoy buscando a Salinas. La mutual de Boca tiene agendados tres teléfonos suyos, pero ninguno contesta. Desde Tucumán, mi hermano hace de Sherlock Holmes de futbolistas retirados: averigua la dirección, va a la casa y lo atiende un primo de Salinas.

-No sé qué será de su vida. Se fue a Buenos Aires por un trámite por una semana pero lleva más de un año afuera -contesta.

Luego da unas coordenadas vagas de una calle en Caballito. Dice que ahí vive la mujer. Hasta ahora, sólo me gané una puteada. Toco de nuevo, dispuesto a ser contundente.

-Hola, soy tucumano como Horacio. Quiero hacerle una entrevista -digo en una exhalación rápida.
Para en un bar acá a dos cuadras. Chau -me cuelga.

Son las diez de la mañana. En el bar, las manchas de humedad forman extrañas nubes, como mapas de países inexistentes de un mundo rancio. El encargado conoce a Salinas. Me quedo una hora, dos, tres. Almuerzo ñoquis mal descongelados con tuco aguado. Cansado de esperar, salgo a dar una vuelta a la manzana. Y lo encuentro caminando solo, con las manos en los bolsillos.

Ropa deportiva, zapatillas nuevas y la cara picada por una vieja viruela, Salinas habla fuerte y me agarra del antebrazo para enfatizar lo que dice. Saco el grabador. Es un día de semana a las cuatro de la tarde. Comenzamos comiendo una pizza y seguimos con café con leche. Salinas tiene tiempo.

Eramos siete hermanos: cinco varones y dos mujeres. Mi hermano llegó a ser capitán de Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Cuando yo tenía 14 años, le dijo a mi vieja: ‘Mandámelo a Horacio para que no esté al pedo en Tucumán’. Vivíamos en una pensión. Mientras ellos jugaban, yo estaba al costado. A veces, me hacían entrar un rato. Un día, la selección juvenil fue a hacer pretemporada a Jujuy y jugó contra el equipo de mi hermano. Entré en el segundo tiempo y les di un baile a todos. Ahí comenzaron a conocer a Carlos Horacio Salinas -cuenta mientras apura una porción de muzzarella. Es hora del almuerzo.

Luego de ese partido, llegaron al club jujeño telegramas de San Lorenzo y de River pidiendo al jugador. Aunque siempre fue de Boca, Salinas eligió al equipo de la banda roja.

Tenía 17 años. Me subieron a un tren que demoraba dos días en llegar a Buenos Aires.

El paso por River fue fugaz. Después de un clásico con Boca, Salinas cambió la camiseta con un rival. Al día siguiente, fue a cobrar un premio al Monumental con la camiseta de Boca –el club del que es hincha– puesta. Así se paseó por todo el hall de entrada de la cancha.

-Pibe, ¿cómo va a venir así al club? Usted está loco –le dijo Rafael Aragón Cabrera, presidente de River.

Al mes lo vendieron a Chacarita. Allí hacía caños, metía goles y jugaba con la tranquilidad que tenía al borde de la cancha en Jujuy. Estuvo dos años y era capitán indiscutido. Juan Carlos Toto Lorenzo, técnico de Boca, puso los ojos en ese tucumano de 20 años, crack y pendenciero. Comiendo la sexta porción de pizza, Salinas lo cuenta con entusiasmo. Dice que lo cagaron con el pase, pero que no le importaba nada. Quería jugar en su Boquita.

Nunca supe cuánta guita pagaron por mi pase. Sé que el presidente se quedó con el 15 por ciento que me correspondía. ¡Pero no me importaba nada! Total después recuperaba la guita. Con Boca hice un contrato importante. Cobraba cuatro o cinco veces más que en Chacarita, tenía viajes, amistosos… En Boca se te abre la cabeza.

Con ese pase se le cumplió el sueño del pibe. Salinas recuerda el episodio hablando de sí mismo en tercera persona, como Maradona.

Salinas se puso la titular de Boca y no se la sacó más –dice y da golpes en la mesa.

Salinas gambeteó a cuatro e hizo un golazo –sigue con el pecho inflado.

En otra entrevista, días después, dirá que fueron cinco adversarios. Las imágenes de ese partido se encuentran en YouTube, en blanco y negro. Se ve a Salinas después del gol, en una carrera loca de alegría, abrazando a sus compañeros. Salinas fue feliz en Boca. Allí lo fue todo. Allí ganó todo. Allí conoció la gloria. Cuando cuenta la historia, el mozo del bar gesticula detrás de él. Deben haber escuchado la historia algunas veces.

Ganamos el Torneo Metropolitano, la Copa Libertadores y la Intercontinental. La gente de Boca no se olvida más de nuestra generación. Los de ahora –los Riquelme, los Barros Schelotto y todos esos- son olvido. Se acuerdan de nosotros. Hay gente que me ve en la calle o en el subte y me dice: “Usted sigue siendo el ídolo de Boca. Usted es Salinas” -se vanagloria mientras apura una medialuna. Es la hora de la merienda.

SALINAS GOL A BORUSSIA 01-08-1978Para el Loco, ese gran momento de gloria fue la final de la Copa Intercontinental entre Boca y el Borussia Mönchengladbach. Fue empate en el partido de ida. La revancha se jugó en Alemania en agosto de 1978. El equipo argentino ganó tres a cero, con un golazo de Salinas.

Algunos días después, voy a buscarlo por segunda vez para que me cuente cómo fue ese partido. Toco timbre y baja al minuto. A 34 años de aquel gol, lo recuerda como si fuese hoy.

Eso fue todo. Formábamos con Gatti, Pernía, Tesare, Bordón, Suárez, Suñé, Zanabria, Mastrángelo, Saldaño, Felman y yo. ¡Qué equipo!
-¿Te acordás cómo fue el gol?
¡Cómo no me voy a acordar! Sacó Gatti. Se la dio a Zanabia. El me la pasó a mí, que estaba a mitad de la cancha. Y ahí arranqué gambeteando. A uno, a dos, a tres, a cuatro, a cinco. Hice un golazo.

Salinas termina el relato imitando a José María Muñoz, el locutor que viajó a Alemania para cubrir el partido. Le brillan los ojos. Se pone las manos en la comisura de los labios para crear un efecto de resonancia. Todo suena lejano y épico, en blanco y negro.

Semejante gol, Salinas. Es para colgarlo de un cuadro. Tucumano, tucumano, tucumano -lo imita. Y cuenta que tiene el casete grabado.
-¿Lo volviste a escuchar?
Sí, sí, cada tanto lo pongo en el radiograbador.

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salinas huracanSalinas jugó en Boca desde 1978 a 1980. Fue un romance tan intenso como tormentoso. De gira, eran constantes las llegadas tarde del Loco. Después de ganar la Copa Intercontinental y con el desafío de retener la Libertadores, Boca jugó en el torneo local contra Huracán. En el medio del partido, Salinas agarró del cuello al árbitro Abel Gnecco y lo suspendieron por 25 partidos. La vuelta a las canchas le duró dos partidos y en el tercero fue expulsado contra Estudiantes de la Plata. Volvió en 1980, pero en el medio de un amistoso se sacó un botín y se lo tiró a un hincha. El Loco estaba haciendo honor a su apodo. Su salida de Boca era un hecho. “Me expulsan porque soy impulsivo y no soporto las injusticias”, declaró en una nota publicada en Clarín en 1981. Pero ya era tarde.

Mientras Salinas se hacía expulsar tontamente, los hinchas llenaban las canchas para ver jugar a otro pibe que la rompía: Diego Armando Maradona.

En lo que fue la transferencia más resonante de la historia del fútbol argentino, el club de La Ribera le pagó a Argentinos Juniors dos millones y medio de dólares y cedió los pases definitivos de cuatro jugadores: Carlos Randazzo, Osvaldo Santos, Eduardo Rotondi y el indisciplinado Salinas.

Por ese pase me dieron 250 mil dólares en la mano. Era buena guita era. Pero lo mismo pensé: ¡Qué suerte puta la mía! Me quedé varios años en Boca y justo ahora tiene que venir el mejor del mundo. ¿Por qué me tengo que ir yo y no otro? Cuando llegué a Argentinos me dieron medias rotas y las canchas eran un desastre. Me quería matar.

En Boca, Salinas ganaba campeonatos y en Argentinos Juniors peleaba por el descenso. Con un gol suyo, el Bicho se salvó de caer en la B Nacional. Pero él se quería ir. Buscaba volver a Boca o a otro club grande. Lo compró Independiente, donde tuvo un paso sin gloria. Y de ahí a Independiente de Medellín, donde lo apodaron El Pájaro Loquillo. Su única motivación, en aquellos años, era el dinero. El fútbol colombiano, a inicios de la década del 80, no tenía prestigio pero sí excelentes contratos porque la mayoría de los clubes estaban manejados por los carteles del narcotráfico.

Después de tres años en Colombia, pasó a Racing de Córdoba. Y de ahí tuvo una brusca caída a Alumni de Villa María, en la liga cordobesa de fútbol. Hizo un intento más en Medellín y luego su hermano lo convocó a Gimnasia y Esgrima de Jujuy en la B Nacional. Jugó sólo dos partidos.

Mi hermano era técnico del club. Jugábamos contra Quilmes. Recibí una pelota solo en el área, frente al arquero. Tenía mil opciones para definir. Era un gol que mi vieja con tacos altos hacía. Y la tiré afuera.

Salinas se amarga de nuevo y estira los brazos, como si la barra del bar que está tan cerca fuese el arco. La tristeza se instala en sus ojos.

Cuando terminó el partido, pensé: Carlos Salinas no puede errar este gol. Dije chau. Colgué los botines. No jugué más. Que se vayan todos a la mierda.

Diario Clarín, 6 de mayo de 1987. “Apresan por narcotráfico al ex futbolista Salinas. El juez le dictó prisión preventiva como autor prima facie de comercialización de estupefacientes, a raíz de haberse hallado 30 gramos de cocaína en su domicilio, una cantidad de picadura de marihuana y una balanza fraccionadora”.

Le correspondía una pena de tres a doce años de prisión, pero pasó cuatro meses en el Pabellón 49 del penal de Villa Devoto. Salinas dice que le hicieron una cama.

salinas retratoFue la peor cagada que me mandé. Yo andaba de noche en esos años. Fui a un boliche de la avenida Santa Fe y me levanté a una mina. Estaba linda la guacha. De boludo la llevé a mi casa y le invité merca. Yo no tomaba nunca. Tenía para convidar nomás. Volvió al otro día y ahí cayó la cana.
-¿Y la balanza, Horacio?
Era para pesar cartas. Hay mucha gente que me manda cartas. Son mis admiradores.
-¿Cómo fueron esos cuatro meses?
Bien… sin problemas. Me esperó el director de seguridad y dijo: “Él es Salinas, ídolo de Boca, no lo van a poner con los otros”. La pasé bien, tenía visita todos los días. Pero las cosas comenzaban a cambiar. Antes, la policía me cuidaba. Y después me metía adentro.

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Diario Popular, 27 de octubre de 1988. “El ex crack de Boca Carlos Salinas quiso arrojarse de un piso once. Víctima de una intensa crisis depresiva que lo venía jaqueando desde el momento mismo que se separara de su esposa, el ex futbolista intentó quitarse la vida, pero la oportuna intervención de familiares y vecinos impidieron que se arrojara”.

Salinas dice que fue todo una mentira, que lo quieren perjudicar. Sí recuerda que su compañero en Boca, Rubén Suñé, se tiró de un séptimo piso en junio de 1984, con tanta (buena o mala) suerte que cayó en un toldo y se salvó.

Pero yo no, nunca. Ni de un sótano me puedo tirar. Yo tomo la vida como viene. También dicen que soy alcohólico, que ando tirado, que soy un pobre infeliz. La gente ni me conoce. Yo no jodo a nadie. Con los únicos que hablo es con estos boludos del bar y con vos.

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Salinas se retiró a los 31 años y hoy tiene 58. Lleva más de un cuarto de siglo como ex futbolista. No tiene ni busca trabajo. Ahora vive en un departamento de Caballito -lo único que le queda- lleno de cosas que no son suyas porque decidió echar violentamente a unos inquilinos morosos. Cobra una jubilación de Boca y dice que no necesita nada más. Las palabras son de un monje despojado, pero los gestos -por momentos- están cargados de bronca.

-No quiero laburar. No tengo ganas. Lo mío ha sido el fútbol y chau. Nada más. Es lindo ganar mucha plata y toda la que gané me la gasté yo solito. Así como he venido de Tucumán en bolas voy a volver en bolas. Pero quién me quita lo bailao. Ahora, ¿pa qué quiero tanta guita? La gente habla de plata plata plata. Yo necesito 40 pesos para pagar una pizza y yerba para el mate. ¿Pa qué quiero un auto? ¿Adónde voy a ir? Antes tenías puteríos, cabaret, minas lindas. Las llevabas a pasear, a tomar un café y te la cogías bien. A las minas de ahora no las uso ni pa darme calor en los pies. La vida de antes era linda, pero dura poco.

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salinasLos días de Salinas son sencillos. Se levanta tipo diez u once de la mañana. Se hace unos mates y toma el hilo de sol que se arrima por la medianera. Al mediodía, cuando los edificios tapan la luz, baja al bar de la esquina. Se pide media pizza, vuelve a comer y se tira a dormir la siesta. Amanece por segunda vez a las cinco o seis de la tarde. Ve un poco de tele y antes de medianoche está en cama. Como si estuviese concentrado a la espera de un partido importante, pero sin partido a la vista.

-Vivo así lunes martes miércoles jueves viernes sábado domingo. Y no hago más nada. Charlo con algunos pelotudos de acá, con el peluquero y otros giles del barrio. Yo escucho lo que me dicen, pero no me interesa nada una mierda.
-¿Te dejó amigos el fútbol?
Ni uno. Cuando la carrera se termina, cada chancho a su rancho. Nos juntamos solo una vez al año para celebrar la Intercontinental. ¿De qué voy a hablar con mis ex compañeros? ¿Qué les voy a preguntar? Ellos saben mi vida y yo sé la de ellos. Hay una falta de comunicación entre nosotros. ¿Sabés por qué?
-¿Por qué?
Porque adentro de la cancha vos te manejás con gestos, con miradas. Y llegás a saber qué piensa y qué quiere el otro con sólo mirarlo. Lo nuestro no es hablar.
-Pero cuando te retirás tenés que hablar más, ¿no?
Yo no tengo teléfono. No quiero hablar con nadie y no quiero que nadie me hable. La gente está muy pelotuda. No te cuenta nada interesante, no te dice nada, andan con miedo. Se toman la vida muy a pecho. ¿Y qué es la vida? Decime vos. ¿Qué es?
-No sé, Horacio. ¿Qué es?
Nada es la vida.

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Son las cuatro de la tarde en Caballito. La calle donde vive Salinas tiene vereda ancha y árboles añejos. Salimos del bar y me pide que lo acompañe a pagar una cuenta. Me agarra del brazo, respira hondo el aire límpido e insinúa una sonrisa, contento por el paseo.

Ves, ahora puedo caminar tranquilo por la calle. El día está hermoso y ando libre, sin que nadie me rompa las pelotas.

Después hace una pregunta, a modo de adivinanza, pero no da tiempo para responder.

¿Cuál es la diferencia entre Batistuta y yo? La guita. El es millonario pero no puede estar parado ni una hora porque tiene las rodillas rotas.

Salinas sigue hablando mientras mira la calle, o los árboles, o quizás nada en especial. Se hace de noche en Caballito. Las luces arden como fatigadas luciérnagas.

-¿Qué hace Batistuta, decime vos?
-No sé, ¿qué hace?
Nada. Igual que yo.

Ahora me guiña el ojo: Salinas parece un perro envejecido.
Todos los ex futbolistas estamos al pedo.

Fuente: www.tucumanzeta.com