La columna de jugadores huelguistas marchaba por Diagonal Norte hacia la Casa de Gobierno. Los esperaba el general José Félix Uriburu, que seis meses antes había derrocado al presidente constitucional. Hipólito Yrigoyen fue confinado a la isla Martín García. Uriburu decretó estado de sitio, ley marcial, intervención de provincias y universidades y disolución del Congreso. Las cárceles se poblaron de presos políticos. Severino Di Giovanni es fusilado el 1° de febrero en la penitenciaría de la calle Las Heras. “Venda no”, dice el anarquista italiano. “Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno”, dice una célebre crónica de Roberto Arlt. El 5 de abril Uriburu anula las elecciones a gobernador en la provincia de Buenos Aires, que habían dado ganadores a los radicales sobre los conservadores. Una semana después, recibe a los jugadores huelguistas que caminaban hacia la Casa Rosada.

Es el 12 de abril de 1931.

El 1° de marzo de 1931 el capitán de Gimnasia y Esgrima La Plata, campeón dos años atrás, Héctor Arispe, murió insolado en pleno partido contra Sportivo Barracas. El 22 de marzo Boca goleó 4-1 a Atlanta y se coronó campeón por sexta vez. “Detrás de la pasión por el juego, los futbolistas padecían una relación casi esclavizante”, escribió Carlos Pandolfi, de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), en un libro reciente que publicó con el periodista Raúl Rivello sobre el sindicato de los jugadores y sus conquistas gremiales ( La lucha continúa , Ediciones Al Arco, 2010). La Asociación Mutualista de Jugadores declaró la primera huelga en la historia del fútbol argentino, incluyó en la medida al partido de la selección en Paraguay y marchó para reunirse con Uriburu. Irónico, el diario socialista La Vanguardia editorializó: “El lunes los jugadores tomaron tres importantes resoluciones: declararse en huelga, no ir al Paraguay e ir en cambio a la Casa Rosada y cantarle el himno al Provisorio (por Uriburu). Nos imaginamos al General rodeado de los improvisados coristas repitiéndole a voz en cuello el consagrado ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad…! Menos mal que los muchachos sólo le pedían en realidad sus pases libres”. Uriburu recibió el petitorio de los huelguistas. Los jugadores cantaron el himno y se fueron. El militar golpista derivó el tema al intendente de la ciudad de Buenos Aires, José Guerrico.

Los jugadores exigían el fin de la cláusula “candado”, que obligaba a un jugador a quedar dos años parado si quería ir a otro club por decisión propia. Eran tiempos del falso amateurismo. El diario Crítica alertaba ya en 1925 sobre los “mercachifles” que reclutaban “pequeños cracks para llevarlos a los equipos porteños”. Se pagaban pases y salarios. Pero en negro. La situación tenía divididos a los clubes. Los más poderosos, con el aval de Guerrico, aceptaron blanquear los pagos y formaron, con algunas excepciones, la Liga Argentina de Football (LAF). El resto se mantuvo en la Asociación Amateur Argentina de Football (AAAF), bajo el paraguas de la FIFA. La AAAF sí aceptó liberar los pases. No sirvió de nada. Los mejores jugadores eligieron la LAF. Allí fueron dueños de sus pases por apenas unos meses, pero tenían mejores salarios y primas. Pancho Varallo fue a Boca, que le pagaba diez veces más que Gimnasia. Y River le pagó 10.000 pesos al propio Carlos Peucelle, que, sólo porque él quiso, y porque era un caballero, pues los reglamentos ya no lo obligaban, cedió 3000 pesos a Tigre, su ex club. Los sueldos de los mejores cracks subieron a 300 dólares mensuales. Boca era el club con mayor presupuesto (803.808 pesos), pero River pagó en 1932 la cifra récord de 33.000 pesos por Bernabé Ferreyra. Nacían los “Millonarios”. Había nacido el profesionalismo.

“¡A mí llamar Maestro!”, exigió a Bernabé Emérico Hirschl, el DT húngaro contratado por River. “Al único maestro que conozco es al de la panadería, al de la pala”, le contestó “El Mortero de Rufino”. El profesionalismo, temían muchos, envenenaría al fútbol. El primer clásico Boca-River de la era profesional ni siquiera pudo terminar por incidentes, que comenzaron dentro del campo y siguieron fuera de la cancha. Pero en la segunda fecha de ese primer campeonato profesional de 1931, el capitán de Racing, Natalio Perinetti, expulsó de la cancha a su compañero de equipo Pedro Pompey. Y unas fechas después el defensor de Platense Juan Tellería indicó al árbitro que la red estaba agujereada y que el remate de Marcos Díaz, de Chacarita, había sido gol. “Lo que queríamos era la libertad, como seres humanos”, confesó Hugo Setti, de Huracán, uno de los líderes de la huelga. El profesionalismo, aunque los beneficiara, no era un reclamo de los jugadores, que ni siquiera lo debatieron en sus asambleas, dice el investigador Julio Frydenberg. La decisión partió del poder político y de la patronal. El fútbol debía ingresar en los nuevos tiempos del espectáculo organizado. “Se busca al hombre cotizado, tratando de constituir un plantel de estrellas antes que un equipo homogéneo”, se quejaba El Gráfico en 1931. Algunos medios moralizaban diciendo que el jugador no debía ser una mercancía. Pero luego titulaban en tapa: “¡Bernabé a River!”. Desde 1931, buena parte de la prensa borró de un plumazo casi cuatro décadas previas de historia amateur del fútbol argentino.

En plena huelga, los jugadores rechazaron una tentadora propuesta de un empresario teatral que fundó la Corporación Argentina de Jugadores de Football y mezclaba “empresa, club y equipo”. La huelga de los futbolistas no fue la única de 1931. Hubo 37 más, muchas menos que las 111 de 1930 o las 93 de 1932. Ese año, después de elecciones con el radicalismo proscripto y denuncias de fraude, asume la presidencia el general e ingeniero Agustín Justo. El militar fue asiduo concurrente a las canchas. Dio puntapiés iniciales, repartió medallas, regaló copas con su nombre y favoreció a deportistas y clubes amigos. La revista Caras y Caretas lo caricaturizó en tapa vestido de arquero inútil, al que se le escapaban todas las pelotas. Su yerno, Eduardo Sánchez Terrero, fue designado presidente de la nueva Asociación de Fútbol Argentino (AFA) en 1937. Decretos de Justo ayudaron a Boca y River a construir sus estadios. Ambos clubes lo designaron socio honorario. “Pero él, en el fondo, no simpatizaba con Boca ni con River. Le interesaba el fútbol para darle un uso político”, dijo Rosendo Fraga, su biógrafo, citado en el libro La patria deportista , de Ariel Scher. Era la Década Infame. Años del Pacto Roca-Runciman. Y del asesinato en el Senado de la Nación del legislador Enzo Bordabehere, quien recibió la bala disparada al denunciante del pacto, Lisandro de la Torre.

El pase libre, un tema que aún hoy está en pleno debate y tiene cada vez más “mercachifles” en escena, se logró finalmente en 1948. Los clubes podían prorrogar contrato al jugador por cinco años, con igual sueldo, prima y premio. Hasta que en 1946 el arquero peruano José Soriano, quiso irse a Atlanta y River no le dio el pase. “¡Soriano, Soriano!”, lo vivaban en las canchas. La huelga estalló el 1° de noviembre de 1948. A Nereo Pegadizábal, asesor letrado de Futbolistas Agremiados, primero quisieron sobornarlo, después lo acusaron de “comunista” y luego le dijeron que si cruzaba el puente Avellaneda sería “boleta”. El relato de Nereo Pegadizábal (h.) está en el libro La lucha continúa.


NdE: El artículo fue publicado originalmente en La Nación, el 13 de abril de 2011.