Muchos años después, los habitantes de Edimburgo seguirán hablando de John Donaldson y de cuando fueron a buscarlo en medio de la niebla. Se acababa de disputar un sentidísimo Hibernian-Hearts, uno de los muchos derbis de Escocia. El primer día del año 1940 a Donaldson no lo encontraron: los compañeros de equipo entraron en los vestuarios después del pitazo final, pero no vieron a John. Volvieron al campo, buscaron en medio de la niebla e identificaron una figura corriendo por la banda, sin saber que era el único jugador que quedaba sobre el terreno de juego.
Verdad o leyenda, poco importa. La imagen de John Donalson corriendo a una velocidad vertiginosa en medio de la niebla mientras todos están lejos, incluso mentalmente, del partido, es algo que debe entrar por derecho en la historia del fútbol. Y también en la Historia, con mayúsculas, ésa que se estudia en los colegios de todo el mundo.
Es 1 de enero de 1940, Hibernian-Hearts abrió el calendario de fútbol escocés y un radiofonista se inventó un partido. Con un poco de ingenuidad y sin saber que tenía en sus manos la suerte de todo un país, aquel periodista ha salvado a todos. Porque en Edimburgo hay una espesa niebla pero los nazis no se pueden enterar.
Edimburgo es una de las ciudades clave del Reino Unido, no sólo desde un punto de vista histórico, sino también desde estratégico. La guerra, que en un futuro será conocida como la Segunda Guerra Mundial, se inició unos meses atrás y la Luftwaffe ha puesto en marcha un plan de acción que hasta el momento solo eran concebibles en las novelas y en las primeras películas de ciencia ficción. Escocia está en peligro, pero especialmente lo está Edimburgo. El Puerto de Leith es un punto clave sobre el río Forth, y sin la más mínima duda es uno de los lugares más tentadores para el ejército alemán. Por no hablar del Forth Bridge, que se encuentra ligeramente al oeste respecto a la ciudad, pero que es la única vía para poder comunicarse con el trazado del tren y con el norte del país.
Se da el caso que el Easter Road, el estadio del Hibernian, está a un paso de Leith y que en la zona del puerto se ha concentrado la mayor parte de los hinchas de los Hibs. El ejército británico está luchando en el frente, y muchos hinchas verdiblancos se han enrolado, también muchos del Hearts, además de los apasionados del fútbol en general, por esto, el Hibernian-Hearts del 1 de enero de 1940 se transmite por la radio, en la prestigiosa frecuencia de la BBC.
Kingsley se sienta en la grada con el micrófono en mano y no ve nada, únicamente a los dos jugadores de la banda más cercana: Donaldson por el Hearts y Gilmartin por el Hibernian. No se puede jugar así, piensa. Después oye los silbidos que provienen del terreno de juego y se da cuenta que debe narrar un partido del que no se sabe nada. Se gira hacia Hunter y los dos deciden seguir adelante. Kingsley entiende que es un momento delicado y se convierte, inconscientemente, en un héroe.
Escuchan la transmisión muchos hombres apartados de sus casas y de sus familias, enviados a combatir por algo más grande que su pasión futbolística. Pero no son los únicos con las orejas puestas en los transistores. También los alemanes oyen, atentos. Se informan de cualquier tipo de debilidad en Edimburgo, buscan saber cómo entrar y sorprender al enemigo. Tradicionalmente, el derby de la ciudad se juega en los primeros días del año. La temporada 1939-1940 no es una excepción: para desgracia de los catorce mil hinchas reunidos en el estadio ese día, sobre la ciudad escocesa sufre la presencia de una capa de niebla que no permite ver más allá de la propia nariz. Casi literalmente.
Leo Hunter es jefe redactor de la BBC e incluso dentro del estadio se informa sobre el desarrollo del partido, porque realmente no se entiende lo que está sucediendo a un metro de distancia. Hunter sabe que aplazar un partido así, en ese momento, sería un arma de doble filo, no tanto para la primera división escocesa sino porque proporcionarían gran información a los enemigos, a los alemanes. El jefe de redacción ha enviado a a Bob Kingsley a Edimburgo ese día, él es la voz del Hibernian-Hearts.
Kingsley se sienta en la grada con el micrófono en mano y no ve nada, únicamente a los dos jugadores de la banda más cercana: Donaldson por el Hearts y Gilmartin por el Hibernian. No se puede jugar así, piensa. Después oye los silbidos que provienen del terreno de juego y se da cuenta que debe narrar un partido del que no se sabe nada. Se gira hacia Hunter y los dos deciden seguir adelante. Kingsley entiende que es un momento delicado y se convierte, inconscientemente, en un héroe.
En el campo los dos equipos se dan batalla. En cambio, en los graderíos los espectadores esperan noticias desde el borde del campo, en algo parecido a un teléfono sin cables. Más que un partido de fútbol, parece un juego entre niños pequeños. Kingsley se sentía extraño pero no paró de hablar en ningún momento y en ningún caso nombró la niebla, nunca. Los nazis no se pueden enterar.
Poco a poco el partido sigue adelante y el relato de Kingsley se hace más intenso y apasionado. Los hinchas de los dos equipos se conmueven por ese remolino de emociones. La gente que escucha la radio se carga de una ansiedad que los distrae transitoriamente de la dureza del conflicto en las trincheras.
Es una pena que ese partido lo esté inventando el locutor. Si no completamente, casi. La información que llega desde el borde del terreno de juego consiste apenas en fragmentos, y los hinchas ni siquiera saben si alguien ha marcado gol. Kingsley simplemente transmite la información, muchas veces ficticia, que llega desde voces desconocidas de la grada. Y continúa con su relato hasta que llega el final del encuentro.
En realidad, ese Hibernian-Hearts fue uno de los derbis más emocionantes disputado jamás. Hibs ganó 6 a 5 y se dio la extraña situación de que el árbitro mandó a los jugadores al vestuario en el minuto 43 de la primera parte, para después enviarlos de nuevo al campo para disputar los dos minutos restantes…
Kingsley no lo supo. O al menos lo supo más tarde, ya fuera del aire de la BBC. Había quien escuchaba el partido y no esperaba más que informaciones esenciales. Captando la señal de la BBC, el encargado de los nazis no consiguió nociones útiles sobre Edimburgo. Nada de la niebla, ni de Leith o Forth Bridge, no ese día de 1940.
Aquel locutor salvó a Edimburgo de los alemanes pero no se dio cuenta. No se dio cuenta siquiera de que el partido había terminado y continuó con su relato al menos durante diez minutos más, porque veía a Donaldson correr delante de él. Corrió hasta que sus compañeros fueron a buscarlo desde el vestuario para contarle que el partido –hacía rato- había concluido.
El radiofonista y el extremo se niegan a pensar que el partido ha terminado y, concientemente o no, llevan a cabo uno de los actos más puros de antinazismo nunca visto sobre un campo de fútbol.
Cómo ha terminado la historia con el nazismo, lo sabemos todos. Y es mejor no olvidarlo nunca.
Fuente: Wanderers Fútbol. Publicado originalmente en italiano en el sitio Minuto Settantotto.