Una de las primeras cosas que aprendés cuando estudiás comunicación es que a la hora de emitir un mensaje, resulta ineludible pensar en el receptor, en el que intentará decodificar todo aquello que tengas a bien transmitirle. La idea es generar un vínculo lo más horizontal posible, que parta del reconocimiento de los gustos e intereses del otro para lograr que tu mensaje sea eficaz. Hablando mal y pronto: que el otro interprete algo más o menos parecido a lo que vos quisiste expresar, y –en lo posible– que lo encuentre interesante y/o divertido, de forma que adquiera el deseo de seguirte escuchando o leyendo.
Esta premisa básica parece no estar presente en las transmisiones de la cadena internacional Fox Sports que se emiten desde las canchas uruguayas toda vez que alguno de nuestros equipos tiene la fortuna de participar de un torneo de esos que (des)organiza la Conmebol. Diría que más de la mitad de lo que se dice durante esas tres horas de transmisión no suele importarle a casi nadie.
Dejo de lado los aspectos técnicos de las transmisión, ítem que puede ser más o menos discutible: a mí no me gusta que tras un gol errado o convertido me enfoquen a una señora rubia que primero –adivine– se lamenta y luego –¡increíble! – festeja (me parece más propio de una transmisión de la Major League Soccer o de todos esos países que no entienden que el momento del gol no se puede manchar con ningún elemento exógeno). Tampoco me gusta que el sonido ambiente no se escuche, que parezca que en la cancha no hay nadie pese a que el estadio está repleto de gente a la que le va la vida en cada pelota. Ni que no haya una cámara ubicada sobre la línea de fondo para ver si la pelota salió o no. Es algo muy subjetivo e imagino que Fox presenta la mejor transmisión –desde el punto de vista técnico– a la que puede apelar con los medios de los que dispone.
Sin embargo, sí tiene injerencia en todo aquello que “se dice” al aire. Uno puede tener la peor cámara, el peor micrófono y los técnicos peor formados, pero se las puede ingeniar para hacer un producto digno. Sin embargo, el miércoles pasado, en ocasión del partido Nacional – Banfield, se dijeron cosas tales como:
– Que Banfield, una vez, le ganó a Puerto Comercial de Bahía Blanca por 13 a 1.
– Que un futbolista de Banfield metió 7 goles en un partido (presumo que en ese mismo).
– Que Morena metió 7 también, pero erró un penal.
– Que jugadores como Mathías Cardaccio y Andrés Aparicio jugaron en Banfield.
– Que Josemir Lujambio también.
– Que Cvitanich salió de Banfield, pasó por Europa y México, también por Boca y la MLS, y volvió a Banfield en 2016.
Infiero que la enorme mayoría de los televidentes no estaban interesados en conocer ninguno de los datos enumerados (o que ya los conocían). Tampoco deben haber disfrutado a partir de la cuarta mención de la expresión “partido chivo”, que nadie sabe qué quiere decir (¿Qué es un “partido chivo? ¿Qué lo diferencia de un “partido ornitorrinco”? Misterio). Y con decir una vez que el partido otorgaba 3 millones de dólares de premio (“3 palos gringos”, en el particular argot del relator) ya era más que suficiente.
A un hincha uruguayo no le interesa saber cuántos goles logró meter un jugador de Banfield en un partido. Y entiendo que acá operan las lógicas de mercado y que la transmisión se hace pensando más en el argentino, pero aun así: ¿acaso el hincha de Banfield no sabe que una vez Banfield le metió 5 a River? Y si partimos de la base de que Banfield tiene pocos hinchas y que se apunta al hincha de los demás equipos, ¿a quién puede realmente interesarle un dato como ése?
Los televidentes se perdieron una valiosa oportunidad de conocer datos relevantes del partido. ¿Quién tuvo más la pelota? ¿Cuánto tiempo se jugó realmente? ¿Cuántos pases acertó y erro Fucile? ¿Cuándo quedará terminado el Gran Parque Central? ¿Es cierto que un jugador se pegó un balazo en la mitad de la cancha? ¿De qué juega Zunino? O de simplemente ver el partido y escuchar el sonido ambiente. Los apocalípticos que hace años nos amenazan con la tendencia inexorable hacia transmisiones sin relatores, apenas si con un sobreimpreso para identificar al jugador que lleva la pelota, el miércoles ganaron una nueva batalla.
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Como alguien dijo por ahí, las transmisiones de Fox de los partidos de Copa disputados en Montevideo son la mejor publicidad que Tenfield se podría permitir, máxime considerando que a “la” empresa nunca se le ha dado muy bien el autobombo. Quienes creyeron ver en el surgimiento de esa entelequia llamada Fox Sports Uruguay algo parecido a un agente justiciero que serviría como fiel de la balanza en la pelea que la empresa de Casal parece haber emprendido en contra de la humanidad y del buen gusto, se dieron de trompa contra la pared casi de inmediato.
Es que de la idea de tener “un Fox Sports uruguayo” se pasó a un programa diario (Fox Sports Radio) que no fue otra cosa que un programa de radio que salía por televisión, hecho con caras e ideas conocidas. No llama la atención que un producto así no haya logrado trascender: quienes quieren disfrutar de un programa de radio pueden hacerlo, precisamente, en la radio, donde el dial estará siempre plagado de (cada vez más similares) propuestas en las que informarse sobre si el Cebolla fue habilitado o si Novick entrenó diferenciado.
Luego se decía: “al fin zafaremos de Closs y Niembro, contaremos con un relato hecho por uruguayos para uruguayos”. Queríamos contar con ese “mimo al alma” que supone contar con una versión local de los hechos, con gente que sufrirá y se alegrará con nosotros, sin esa tendencia tan porteñocéntrica del argentino que piensa que el fútbol mundial gira a su alrededor. Basta de periodistas que destacan el pase de Messi cuando el gol lo metió Suárez, pensábamos.
Lo cierto es que nada de eso terminó ocurriendo. Encima Niembro ya no está en las transmisiones –por unos temitas a resolver– y empezamos a pensar que, después de todo, lo que hacía con el buenazo (o buenaza) de Mariano, no estaba tan mal. Incluso las transmisiones de Tenfield, con todas sus limitaciones, resultan infinitamente superiores a las de Fox.
Porque no hay como que surja algo peor que lo nuestro para que lo nuestro nos resulte mejor de lo que es.
Transmisiones del futuro
Hasta no hace tanto tiempo, la transmisión de la televisión solo competía contra la de la radio. Ver el partido en la tele, bajar el volumen y escuchar el relato de la radio era práctica habitual. Luego llegó el cable y, con él, el delay que tornó casi imposible sintonizar una cosa con otra. Nadie quiere ver un partido con la voz de un tipo que le anticipa todo lo que va a ocurrir, es casi como ver una sucesión de películas que ya sabemos cómo terminan.
Hoy en día el relato compite con las redes. Del “a ver qué dice el Toto” se pasó a “a ver qué tuiteó Charquero”. No hace falta recorrer el dial para saber qué opinan los principales referentes del periodismo, ni para hacer pública nuestra opinión sobre el árbitro de la contienda, ni para babosear a nuestros amigos: todo sucede en simultáneo con el partido y está accesible a través del celular. El gesto de revisarlo cuando la pelota se va afuera es cada vez más habitual.
¿Cómo se combate ese flagelo? Supongo que ofreciendo algo más, algo que no pueda aparecer en un tuit ni que se pueda apreciar con el volumen bajo. No me hace falta que me digan que Viudez pateó y se fue por arriba del palo, acabo de verlo. Ni que me cuenten que Cvitanich jugó en el Ajax: el día que pretenda presentarme a Martini Pregunta para responder por la vida y obra del delantero argentino, siempre podré entrar a Wikipedia.
De otro modo, seguiremos sintiendo que nos subestiman y que mucho no les interesa lo que pase del lado de afuera de la caja boba.
Artículo publicado en el portal uruguayo ZONA MIXTA