Una vez el Bichi Borghi dijo que si alguno de sus dirigidos osaba llevar la pelota hasta el banderín del córner para hacer tiempo, lo sacaba de inmediato. Claro, es un recurso berreta, roza lo miserable. Y, por otra parte, es poco inteligente. La demora en ese forcejeo con el rival puede extenderse a lo sumo tres segundos, lapso insignificante comparado con una circulación abierta de pelota. La bendita posesión. El truco, aplicado por modestos cuadros moldeados en la picardía antes que en la táctica (la inteligencia colectiva), fue sorpresivamente la imagen final de Francia.
Uno suponía que Pogba y, sobre todo, Mbappé, que en los minutos finales fueron los que durmieron la pelota en el rincón, dejarían como rúbrica de la semifinal decisiva alguna jugada más afín a su talento y a las expectativas que el mercado futbolero ha insuflado entre el público. Pero no. Los dos cracks redujeron su descomunal destreza a una avivada de fútbol cinco. Al gesto del que punguea un partido. Que no tiene reservas para afrontar el desenlace plantado con otra dignidad.
Esta secuencia acaso describa sintéticamente al equipo de Deschamps, educado en un pragmatismo fanático. Colmado de futbolistas descollantes en todas sus líneas, que sin embargo se limita a hacer lo justo y necesario. Que rechaza la exuberancia en nombre de la eficacia. Y a veces de la tacañería. Francia impresiona como un equipo voluntariamente subexplotado. Y, aun así, llega con paso firme a la final. Sin margen para las objeciones. Y, por supuesto, sin haber sudado la gota gorda. Apoyado en un plan de juego riguroso, que no en el libre albedrío de sus gemas francoafricanas.
El seleccionado argentino tuvo una demostración muy didáctica del modelo francés. Dispuso de la pelota (Francia te cede la pelota envuelta para regalo) y no logró hacer daño. Cuando de carambola pasó al frente en el marcador, entonces sí los azules se decidieron a utilizar su capacidad ociosa y metieron tres goles en un ratito. Lo que necesitaban para respirar tranquilos.
Francia va al frente a su modo meticuloso y regulado. Prefiere esperar y atacar de contragolpe, con el rival mal acomodado y un latifundio fértil para los ligeritos Griezmann y Mbappé. En realidad son pocos los que se atreven a desenvainar con los contrarios bien agrupados y de manera permanente. Brasil, Japón (no se rían)… cuántos más. Eso sí: cuando los azules despliegan toda su artillería, incluidos los excelentes marcadores laterales, agarrate.
Después está la alquimia de la pelota parada. Artilugio que gana adeptos, horas de laboratorio y preponderancia planetaria. Ideal para ganar con ahorro de combustible. Como ganó Francia ante Bélgica. Como abrió el partido frente a Uruguay. Esta vez fue Umtiti, el ropero del Barça, el que logró el milagro de desconcertar al monumental Courtois. Y alcanzó. Córner y cabezazo fue suficiente para escalar al partido por la corona luego de veinte años.
Quizá a las victorias tan prolijamente trabajadas no haya que demandarles la plasticidad del toque y los goles de alta gama. Y, aunque resulte más aburrido, sea menester raspar la superficie y analizar los detalles de la estructura monolítica que anuló a los belgas en las semifinales.
¿Nuestra insatisfacción es propia de hinchas exigentes o de un público pochoclero que se embelesa con baratijas? A esta altura de los mundiales y con tanto saque lateral enviado al área con aspiraciones de gol ya no tengo casi nada claro.
*Publicado originalmente en La Agenda.