El príncipe Alberto de Mónaco, Claudio Caniggia y Oliver Kahn, el ex arquero alemán, comparten con otros invitados VIP el lobby del lujoso Copacabana Palace, cuartel general de la FIFA en Río de Janeiro, protegido por un enorme cordón policial. A metros, el uruguayo Eugenio Figueredo, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF), dice a los periodistas brasileños que la policía no tiene ningún nombre de la FIFA. Que si lo tuviera ya lo habría difundido. A metros de allí, del otro lado del lobby, tres policías de civil se llevan detenido a Raymond Whelan. Son las 15.40 del martes 8 de julio. Faltan minutos para que Alemania aplaste 7-1 a Brasil en Belo Horizonte. El ejecutivo inglés, de 56 años, que minutos antes almorzaba tranquilo en el ala VIP con otras dos personas, sale en medio de fotógrafos y cámaras de TV. Es el director ejecutivo de Match, la empresa socia de la FIFA en la venta de boletos del Mundial. Whelan es cuñado de sus propietarios, los hermanos mexicanos Jaime y Enrique Byrom. Brasil 2014 es un escándalo aún mayor que Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, cuando Match revendía boletos a través de Jack Warner, ex presidente de la Concacaf, vicepresidente finalmente expulsado del Comité Ejecutivo de la FIFA. El escándalo es mayor porque Match también tiene ahora entre sus accionistas a Infront, la empresa de Philippe Blatter. El sobrino de Joseph.

Raymond Whelam“Por favor, hablen de fútbol”, responde esa noche Joseph Blatter. El presidente de la FIFA ordena a su secretario general, Jerome Valcke, que exija a Jaime Byrom (el hermano sin barba) la credencial FIFA de Whelan. El inglés pasa doce horas preso. Su abogado presenta un hábeas corpus y la policía lo deja libre tras el pago de una fianza de 5000 reales (unos 2500 dólares). Le retiene el pasaporte. Dos días después, el 10 de julio, a las 16, vuelve por él. Sube a la habitación 514. Está la TV prendida. Dos celulares y valija con ropa. El delegado policial Fabio Barucke comprueba por el circuito de cámaras que Whelan había salido poco antes por una puerta lateral que da a la calle Rodolfo Dantas, acompañado de su abogado, Fernando Fernandes. El fiscal Marcos Kac lo denuncia ese mismo día ante la justicia. A él y otros 10 acusados, un inglés y nueve brasileños, por delitos de asociación criminal, corrupción, lavado de dinero y evasión fiscal, que pueden sumar penas de hasta 18 años de prisión. Algunos, dueños de agencias de cambio y de viajes, hacían operaciones en la piscina del Copacabana Palace. Les dictó prisión la jueza Joana Cardia Cortes, del Juzgado Especial do Torcedor. Una justicia que cuida a los hinchas, no a la FIFA. En el grupo está el franco-argelino de 57 años Mohamadou Lamine Fofana, detenido el 1° de julio y preso en Bangú, acusado de liderar la cuadrilla que hacía el trabajo sucio de la reventa. Fofana alquila en Río por 12.000 dólares mensuales un departamento de Junior Baiano, apenas uno de sus grandes amigos ex jugadores de Brasil. Tiene fotos con Pelé, Dunga, Raí, Bebeto, Cafú y hasta llevó a Dubai, donde vive, al hoy diputado Romario, duro denunciante de la FIFA. También tiene fotos con Blatter. La policía escuchaba su teléfono desde hacía tres meses. Tiene cincuenta mil cintas. Unas novecientas comunicaciones en dos meses con “ese cara do FIFA”, como llama a Whelan. En una de las cintas, difundida por el programa Fantástico, de la Globo, Fofana está feliz porque tiene un comprador que paga 1250 dólares la noche en su hotel. “¿Quién puede tener cincuenta entradas para la final? Yo las tengo, yo las tengo”, se jacta en otra. La investigación policial lleva el nombre de “Operación Jules Rimet”.

El abogado francés Jules Rimet, tercer presidente de la FIFA, de 1921 a 1954, jamás imaginó que su creación, la Copa del Mundo, sería un negocio tan rentable. Que la policía encontraría a Fofana ingresos para revender de los 22 asientos de cada camarote de Match Hospitality a nombre de Atlanta Sportif (empresa del franco-argelino) y también de Pamodzi Sports Marketing, Jet Set Sports y Reliance Industries Ltd, entre otras. La reventa deja márgenes de 200 a 1000 por ciento de ganancia. Una media de 500.000 dólares por partido. Cada boleto de la final sube a unos 12.500 dólares. El policía Barucke habla de un total de 100 millones de dólares de ganancias. Fofana, que también organizó partidos de la selección brasileña, tiene libre acceso a Granja Comary, concentración de la verdeamarela. Revende parte de los 700 boletos por partido y del total de 30.000 que la FIFA da a la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). Sus contactos son de los tiempos de Ricardo Teixeira, ex presidente de la CBF y miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA expulsado por corrupción y refugiado en Miami. Dos viejos aliados de Teixeira, José Hawilla (Traffic) y Wagner Abrahao (Grupo Aguia), son socios brasileños de Match. Al pobre Scolari, antes de la debacle, lo llaman familiares y amigos para pedirle entradas. Corta el celular. “¿Se creen que soy Fofana?”, le dice enojado a un periodista.

Whelan, en Brasil desde hace dos años, para acreditar hoteles FIFA y vender paquetes VIP, permanece prófugo hasta el lunes pasado. La policía revisa hasta el departamento de su hijo, en Barra do Tijuca. Se presenta ante la sexta Cámara Criminal. Y la encargada del proceso, Rosita Maria de Oliveira Netto, ordena su traslado a la prisión de Gericinó, en Bangú, con otros 422 internos. Le cortaron el pelo y le pusieron uniforme, camiseta verde y jeans. Derecho a cuatro comidas y a tomar un baño de sol. Whelan espera nervioso que lleguen los documentos pedidos a Londres que acreditan su formación académica. Así logra el traslado al penitenciario Pedrolino Werling de Oliveira, para presos universitarios. En una de las cintas, Whelan le dice a Fofana que tiene 24 ingresos para camarotes privados, a 5000 dólares cada uno. “Las pruebas son fuertes y firmes y es importante que Whelan siga preso para que no entorpezca la causa”, dice el fiscal Kac. Actúan funcionarios menores, como si se tratara de un caso estrictamente policial. Imposible que no haya habido gestiones en el alto nivel. Faltan tres meses para las elecciones. La presidenta Dilma Rousseff toma distancia de la FIFA. La investigación incluye a personas allegadas a la CBF. Y estudia también la situación que implica a miembros de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), que admiten haber vendido boletos sobrantes a gente que buscaba entradas, sin operaciones de reventa, según aseguran. La policía brasileña afirma que el sistema de reventa opera desde el Mundial de Corea-Japón 2002. Los hermanos Byrom, que trabajaron en los Juegos Panamericanos de Río 2007 y quieren hacerlo también en los Juegos Olímpicos de Río 2016, son conocidos de Blatter desde el Mundial de México 86, cuando Sepp era secretario general y la FIFA era conducida por Joao Havelange. En USA 94 debutan como proveedores “oficiales” de alojamiento para aficionados. Su contrato con la FIFA llega a 2023.

Afincados hoy en un moderno edificio de dos pisos al sur de Manchester, y con sede en Isla de Man, los Byrom sufrieron su primer escándalo en 2005, cuando el periodista Lasana Liburd reveló que daban entradas de reventa al vice de la FIFA Jack Warner. Por entonces aliado clave de Blatter (le daba en bloque los 35 votos de la Concacaf), Warner queda aún más expuesto cuando una comisión auditora contratada por Urs Linsi, entonces secretario general, establece que la reventa para el Mundial de Alemania 2006 superaba los 5000 boletos. Linsi, cuenta Andrew Jennings en su último libro, Omertá, se fue de la FIFA con dinero que asegure silencio. La FIFA establece que Warner no tenía por qué saber que su familia revendía entradas. Ordena una devolución de dinero y dice, severa, que la conducta de los hermanos Byrom “no ha estado libre de errores”. Dos periodistas daneses desnudan sin embargo que Warner repite en 2010. Pero la gente no quiere ir a Sudáfrica, hay muchas tribunas vacías y los Byrom pierden unos 50 millones de dólares. Esperan revancha en Brasil, dice Jennings. Con los camarotes VIP de los estadios patrón FIFA. Acaso nadie imaginaba que la policía entraría una tarde al lobby del Copacabana Palace.

Fuente: La Nacion.com