Lo que sigue no es un editorial. Lo dejamos claro desde el principio para evitar cualquier malentendido. Es un acto de lealtad. Absolutamente asumido.
El sábado pasado, con motivo de la Copa del Rey, el Sr.Iniesta sin duda jugó la última final con su club siempre antes de formalizar su partida a China. Todavía tenemos un máximo de una docena de partidos oficiales esta temporada, incluida la Copa del Mundo, para disfrutar de la gracia del mejor facilitador de todos los tiempos. No es un jugador, es EL jugador, una excepción ecuménica que merece el respeto, incluso la de los rivales como As y Marca, que fueron partícipes este fin de semana de su homenaje.
Es muy poco, este áspero paquete de mil minutos, para consolarnos por la pérdida de este funambulista, cuya elegancia solo se ve igualada por la generosidad. El lugar donde la mayoría de sus contemporáneos pasan el tiempo complicando la vida y la vista, él se divirtió durante quince años para simplificar todo. Sin ninguna arrogancia engreída y como un hedonista atento, para hacer disfrutar del buen juego.
Sin él, Messi probablemente se habría cansado del Barça antes. Con él, el Barça ha destruido todas las adversidades posibles. Intuitivo, hábil e iconoclasta, el Sr.Iniesta ha demostrado que el cerebro es sin duda el músculo esencial de los campeones fuera de serie. Su talento es inventar. Un altruismo forzoso que ciertamente lo ha privado de un reconocimiento aún más majestuoso. Como es el Balón de Oro, que se le escapó en 2010 (segundo) y en 2012 (tercero).
Entre las grandes ausencias en el palmarés del Balón de Oro, la de él es dolorosa. A menos que una gran actuación en Rusia le permita reparar esta anomalía democrática.
*Director de France Football.