“Jugar al fútbol es muy sencillo, pero jugar al fútbol de una forma sencilla es la cosa más difícil que hay”. Johan Cruyff.
Cuenta la leyenda que, en medio de una cena de escritores, Josep Pla se acercó a un compañero para susurrarle al oído un mensaje conciso e inequívoco: “La persiana es verde”. Todos los presentes se quedaron atónitos; con apenas cuatro palabras, el escritor/periodista de Palafrugell, desencantado con el estilo de sus coetáneos, había conseguido poner en evidencia la necesidad de algunos autores de firmar textos demasiado complejos, demasiado presuntuosos. Sublimar lo sencillo con una elegancia tan cultivada como inaudita, esta fue la fórmula que hizo brillar a Josep Pla. Y varias décadas más tarde, es también la ecuación que ha convertido a Sergio Busquets en un futbolista atípico, extraordinario e inigualable.
Lo cierto es que el centrocampista de Badia del Vallés (16.07.1988) aterrizó en nuestras vidas por sorpresa, siendo un auténtico desconocido. Después de caer inesperadamente derrotado ante el Numancia en la primera jornada del campeonato (1-0), en un encuentro que encendió todas las alarmas culés; Pep Guardiola no dudó en entregarle los mandos de la sala de máquinas en el segundo partido de liga. Aquel 13 de setiembre de 2008 pudo ser un día más en la vida de Sergio Busquets, pero supuso el inicio de una carrera futbolística sobresaliente.
“Vimos la alineación del Barça y apenas sabíamos quién era ese tal Busquets, que venía del filial y poco más. Jugó como juega ahora, equilibrando al equipo con sus movimientos con y sin balón”, remarcaría años más tarde el entrenador del Racing de Santander, José Ramón López Muñiz, sorprendido por la irrupción de aquel chaval, desconocido e imberbe, que completó los 90 minutos con el ’28’ a la espalda. Afortunadamente, ni el resultado final (1-1) ni los nervios que se instalaron alrededor del equipo durante unos días hicieron cambiar los planes de Pep Guardiola con un Sergio Busquets que rápidamente se convirtió en un fijo en los esquemas del técnico de Santpedor, el mismo que el 28 de octubre del 2007 le había hecho debutar con el filial azulgrana en un duelo contra el Banyoles. En el minuto 71, Guardiola le dio entrada como delantero centro, su posición natural en sus primeros años como futbolista, para buscar el empate. “Sergio es un pedazo de jugador, un futbolista que tiene mucho recorrido por delante”, aseguraría el técnico azulgrana después del encuentro, que acabó con victoria culé (3-2) y con un tanto del de Badia del Vallés.
El enorme afecto entre uno y otro tenía una explicación clara. A ambos, de hecho, les unía tanto su posición sobre el terreno de juego como su pasado más reciente. En pocos meses, los dos habían pasado de los campos de tierra de Tercera División a los focos de la máxima categoría del balompié nacional, de competir contra conjuntos amateurs en los infiernos del fútbol español a completar una temporada maravillosa e inconcebible, con un triplete histórico que encumbró el estilo asociativo del Barcelona a los más altos altares.
Y es que, ciertamente, los grandes momentos de la historia reciente del conjunto azulgrana no se entienden sin Sergio Busquets, aquel chaval que fue rechazado por el Barcelona a los ocho años y que, después de defender las camisetas del Barberà, el Lleida y el Jàbac de Terrassa y de estar cerca de fichar por el Villarreal, pudo cumplir el sueño de recalar en el equipo de su corazón a los 17; aquel niño que pasó su infancia pegado a una pelota y que tan pronto se enamoró de este deporte al que estaba genéticamente predestinado por ser el hijo del exguardameta azulgrana Carles Busquets; aquel joven futbolista idolatró a Luis Figo hasta que el portugués decidió marcharse al Real Madrid. Fue justo entonces cuando empezó a fraguarse la admiración incondicional de Sergio Busquets por Xavi Hernández. Junto a él y a Andrés Iniesta, conformarían, unos años más tarde, uno de los mejores centros del campo de la historia de este deporte. Los tres estaban tallados por el mismo patrón, los tres estaban unidos por un mismo idioma. Imprevisible, Iniesta ponía la magia. Genial, Xavi aportaba la clase, el control de los tiempos de los encuentros. Y Busquets, extremadamente solidario en el esfuerzo, constituía el equilibrio entre ambos, el yin y el yang.
Él era, en definitiva, la tranquilidad, la balanza y la bisagra de un equipo inefable. Él es, en definitiva, el penúltimo guardián del tarro de las esencias de un estilo que está en claro peligro de desaparición, de un Barcelona que se aleja progresivamente del fútbol que le hizo eterno.
Poseedor de una inteligencia táctica inhumana, de una visión privilegiada y de una colocación extraordinarias; Sergio Busquets ni marca goles ni gana partidos, pero los dirige cual director de cine. “Comencé jugando de delantero y no se me daba nada mal, pero no echo de menos el gol. Me hace más feliz ayudar a cualquier compañero”, reconocía hace unos años en Canal+ Liga. “Prefiero fabricar fútbol que rematarlo”, añadía en las páginas de El País.
Lo cierto es que pocos niños sueñan con ser Sergio Busquets, eternamente desahuciado de los premios individuales y de los planos televisivos, cómodamente relegado en un segundo plano. Quizás el balompié moderno no es el lugar idóneo para bichos raros, como él mismo se autodefine. Quizás, abducidos por futbolistas que creen haber llegado desde otros planetas, hemos dejado valorar a aquellos tipos normales y humildes que se dedican a jugar “y poco más”, a aquellas personas que, a pesar de haber alzado un Mundial, una Champions League, dos ligas, dos Supercopas de España, una Supercopa de Europa, un Mundial de Clubes y una Copa del Rey con tan solo 22 años, aseguran sin pestañear que “lo que más me enorgullece de todo lo que he logrado hasta ahora es tener un campo a mi nombre en mi ciudad”. Así ha sido siempre Sergio Busquets, un tipo tan sencillo como discreto, tan tímido como reservado; el único futbolista del primer equipo del Barça que no está presente en las redes sociales.
Afortunadamente, el valor del ‘5’, el número que heredó por petición expresa de Carles Puyol, transciende lo superficial. Impertérrito ante el inevitable paso del tiempo, Sergio Busquets ha sido fundamental, indiscutible e imprescindible para todos los entrenadores. Es, en definitiva, un catalizador: puedes pasarte los 90 minutos sin percatarte de que está sobre el césped, pero si realmente quieres entender lo que está sucediendo en el terreno de juego, centra tú mirada en él durante todo el encuentro. “Si miras el partido, no verás a Busquets. Si miras a Busquets, verás todo el partido”, así lo veía Vicente del Bosque, el mismo que, para zanjar las dudas que surgieron alrededor el centrocampista barcelonés tras la derrota contra Suiza en la primera jornada del Mundial de Suráfrica, aseguró que “si volviera a ser jugador, me gustaría parecerme a Busquets”. “Creo que al segundo partido dejé de hablarme con él en el campo. No es necesario que le digas nada, porque cuando le necesitas en un sitio, ya ha llegado. Tácticamente es increíble, ve la necesidad del equipo antes que cualquiera y siempre está donde tiene que estar. No se distrae nunca, no arriesga, siempre resuelve fácil la situación más difícil, porque además de su juego de posición, técnicamente es extraordinario”, afirmaba Gerard Piqué en las páginas de El País, en 2010.
Ahora, tras 28 títulos y 486 encuentros oficiales con la elástica azulgrana, Sergio Busquets afronta la temporada con el reto de mantenerse un año más al más alto nivel, de volver a comandar el Barcelona desde el centro del campo, desde aquel círculo central del Camp Nou que hace diez años descubrió a un futbolista perfectamente sencillo. Y sencillamente perfecto.
*Artículo publicado en PANENKA la revista española que no nos cansamos de recomendar.