La falacia en el concepto de la objetividad fue expuesto en el año 1954 por un par de investigadores estadounidenses tras examinar lo que llamaron “las percepciones selectivas” de los aficionados rivales cuando vieron una grabación de un partido entre las universidades de Dartmouth y Princeton. Sus interpretaciones de lo que ocurrió en el campo, por ejemplo sobre cuál de los dos equipos jugó más sucio, dependieron abrumadoramente del equipo con el que iban. Costó creer que ambos grupos habían visto el mismo partido.
Los investigadores concluyeron que nadie mintió: que las dos radicalmente opuestas versiones de los hechos eran igual de sinceras y de reales para ambos grupos. Todos estaban convencidos de que basaban sus juicios en una fría visión de los hechos; todos los que no estaban de acuerdo eran o ciegos o tontos.
He aquí los procesos mentales de los que valoramos o despreciamos a un partido político, o una ideología, o una creencia religiosa, o un equipo de fútbol, o, simplemente, a un ser humano. Un ser humano como, por ejemplo, Pep Guardiola, que para unos es un genio, un visionario y un gran tipo y, para otros, es un falso, un bluff que simplemente ha tenido la suerte de heredar dos equipos, el Barcelona y el Bayern Munich, dotados de grandes jugadores. ¿No es obvio?, dirán estos: mi abuela los podría haber hecho campeones.
En cuanto a la lectura de las jugadas, en un Barça-Madrid, por ejemplo, hay dos grupos, cada uno compuesto de millones de personas, que parecen que están viendo el mismo partido pero en realidad están viendo dos. Uno ve roja, el otro ve amarilla; uno ve una falta, el otro ve una legítima entrada; uno cree que Marcelo se merece un Oscar, el otro que Busquets.
Un caso reciente fue el que nos ofreció Jamie Vardy, el goleador del Leicester City, el fin de semana pasado. A no ser que se derrumbe como el Barcelona, el Leicester está a punto de lograr la inimaginable hazaña de conquistar la Premier League cuando hace un año luchaba por evitar el descenso. Vardy se cayó en el área, el árbitro vio un piscinazo, le dio una segunda tarjeta amarilla, Vardy insultó al árbitro y, como calamitosa consecuencia, Vardy se pierde dos de los últimos cuatro partidos que le quedan a su equipo en la temporada. Si el Leicester pierde los dos puede que pierda la liga.
Dado que la gran mayoría de los futboleros del mundo desean que el Leicester haga realidad su cuento de hadas, la gran mayoría considera que el árbitro se equivocó al ver aquel piscinazo y que Vardy estuvo plenamente justificado en chillarle de todo cuando le expulsó. Los aficionados del Tottenham, el único equipo con posibilidades de arrebatarle el título, no dudaron en aplaudir al árbitro por la fineza de su visión y de su juicio.
Buena parte de los males del mundo procede de la insistencia de los seres humanos en creer que poseen toda la verdad cuando a lo más que se puede aspirar es a tener un punto de vista. Menos mal que el fútbol es solo fútbol y no conduce —o no mucho— a guerras o a muertes trágicas. Como bien decía Dani Alves en un vídeo el día después de la eliminación de su equipo, el Barcelona, de la Champions League, “Es un partido de futbol. No pasa nada, La vida sigue”.
Más interesante aún fue que el brasileño lo dijo disfrazado de mujer, regalándonos una extraordinaria excepción a la regla de las percepciones selectivas que formularon aquellos investigadores estadounidenses en 1954. Habría que celebrarlo, enmarcar el momento, porque quizá nunca se vuelva a repetir: madridistas y barcelonistas vieron la misma imagen con los mismos ojos desde el mismo punto de vista. El consenso fue universal. Alves superó, objetivamente, todos los registros de la ridiculez.
*Publicado originalmente en el Diario El País.