Vivimos horas de un enorme estrés social a la espera de la verdad sobre Santiago Maldonado. La Argentina es un país donde resulta imposible en estos días escapar a una sensación de taquicardia. Una ansiedad colectiva reclama, una vez más en nuestra historia, toda la verdad. Dejamos televisión encendida hasta más tarde de lo habitual, buscamos información de una u otra radio, dejamos abiertos los portales clickeamos para “actualizar”. Los datos son parciales y llegan con cuentagotas. Una y otra conversación se inician preguntando “¿se sabe algo?”, para escuchar otra vez lo mismo. A veces, sólo queda respirar hondo.
Vivimos una época bautizada con un nombre falso, con una identidad apropiada. Nos han dicho que esto es “la posverad”. Como si alguna vez, en el pasado, hubiéramos vivido una época atenta a los hechos. Como si la guerra de interpretaciones no estuviera tristemente inscripta en la forma en que fue fundada la Argentina. ¿Acaso la barbarie era un hecho? ¿Acaso lo era la proclamada civilización? No importaron los hechos en el 45, en el 55, en el 76, en el 82. La “información” no era información. El periodismo de guerra no nació en estas tierras en el siglo XXI.
La idea lineal de que hubo verdad y posverdad es poco atenta a los hechos. No se trata de épocas contrastantes en ese aspecto. Se trata de tensiones y pujas presentes a lo largo del tiempo. Cuando los hechos emergieron a la superficie, cuando se pudo saber públicamente, siempre fue el resultado de grandes y profundos movimientos sociales, culturales y políticos. El más evidente de todos fue con el terrorismo de Estado, pero también con Malvinas y otros episodios. En muchas ocasiones, como hoy, había profesionales que trabajaban para informar. Había, como hoy, operadores de la desinformación, liderazgos morales de una catequesis hipócrita, políticos que pueden hacer campaña electoral hasta con sus propias falacias.
Hace 79 días que millones de argentinos preguntamos dónde está Santiago. Y desde que supimos que un cuerpo fue encontrado en el río Chubut, muchos más somos los que estamos en vilo. Hace 79 días que convivimos con la indiferencia de muchos, con argumentos que traen de regreso la frase “por algo será”, con acusaciones de terrorismo, con mentiras sobre los pueblos originarios, con trabas a la investigación. ¿Es posible el diálogo con los militantes de la indiferencia?
Necesitamos toda la información como el agua. Pero las certezas tienen su propio ritmo y se demoran. Esperamos saber qué pasó con Santiago para saber también en qué país vivimos, qué límites están dispuestos y puede atravesar los funcionarios públicos, cuál es la vigencia de todos los derechos.
Las especulaciones generan cansancio y al mismo tiempo son consumidas masivamente para tratar de hacerse una idea. Siempre quisimos a Santiago con vida. Y si no viviera quisiéramos que su cuerpo nos hable y ponga fin las especulaciones, a las mentiras, a las pistas falsas, a las interpretaciones de mala fe. Si Santiago murió, la sociedad clama por saber qué sucedió, cómo falleció, por qué su cuerpo no fue hallado antes, cómo actuó gendarmería y cada gendarme, cómo actuó el ministerio de seguridad. Y los más altos funcionarios. El 24 de septiembre, el periodista Hugo Alconada Mon escribió en el diario La Nación que el Gobierno había frenado una misión de la ONU, ya aceptada por el Ministro de Justicia, para buscar una salida que “preserve a la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y no afecte a Cambiemos en las elecciones de octubre”.
Somos conscientes deque hay un cambio profundo en la sociedad. Donde alguien que especula con porcentajes sobre Santiago y hace bromas en medio de la conmoción, puede alcanzar porcentajes de apoyo inusitados. Donde Santiago, la familia de Santiago, no generó idéntica preocupación en las divisiones políticas. Donde el valor de la vida de un pibe pende de los humores de la grieta. Cambiamos: era inimaginable que alguien tratara de culpabilizar a Mariano Ferreyra o a Julio López. Al menos en público. Ya no es así.
Se pretende intentar que los hechos sean libremente interpretados. Las más delirantes especulaciones devienen posibles, cuando la belicosidad política es todo. Trolls a sueldo y ad honorem pueden alcanzar las fantasías más alucinantes. Pero esto no es un partido de fútbol ni una serie de Netflix. Se trata de un movimiento profundo de la sociedad argentina por alcanzar, y si hace falta arrancar, toda la verdad sobre Santiago. Allí se oculta también algo que necesitamos saber sobre la Argentina. Sin concesiones.
Artículo publicado originalmente en la Revista Anfibia.