Jorge Valdano ha recuperado una anécdota esencial del fútbol. En 1969, Chacarita Juniors salió campeón en Argentina contra todos los pronósticos. Este equipo humilde y sopresivo era entrenado por un señor de respuestas tan rotundas como su nombre, Geronazzo. Cuando le pidieron la receta para la corona, respondió: “La primera vez que los vi me dije: ‘Ningún equipo puede jugar bien si tiene más del 30 por ciento de boludos’. Bajé el porcentaje y fuimos campeones.
En el fútbol está prohibido abusar de la tontería. Todo equipo que represente a la condición humana debe incluir a un par de tarados, pero de ahí no puede pasar la cosa. Esto no significa que un mediocampista deba pensar como Julio Verne, pero sí que sea capaz de mover el balón no en función de lo que sucede sino de lo que puede suceder. Algo distingue al jugador de prosapia del esforzado atleta: sus prodigios sólo resultan razonables cuando ocurren; un segundo antes eran imposibles.
El arte de saltar y jalar camisetas es una activida mecánica. Lo decisivo es la finta espectral, el pase cómplice al hueco, el amague de angustia, la pelota recuperada al anticipar la oscura intención del enemigo.
En el fútbol está prohibido abusar de la tontería. Todo equipo que represente a la condición humana debe incluir a un par de tarados, pero de ahí no puede pasar la cosa.
¿Qué tan potente debe ser un futbolista? La verdad, no es un giro de trabajo para búfalos. La condición física influye pero no define. Si alguien pasa la mejor parte de su juventud en una hamaca, difícilmente tendrá derecho a amarrarse los zapatos en un vestuario de primera división. Pero lo que determina al genio de las canchas es un atributo tan singular como la paranoia, la melancolía o el sentido del humor.
De acuerdo con Woody Allen, Lincoln fue feliz el día en que pudo responder a la pregunta “¿qué tan largas deben ser las piernas de un hombre?” con este apotegma de lo obvio: “lo suficientemente largas para llegar al suelo”. Con la misma irrefutable sensatez podemos afirmar que un futbolista está en buena forma física si sus virtudes superan a su cansancio. Nada más.
Los grandes trucos de la profesión no se consiguen en el gimnasio. El trato con la pelota es un artificio que excede el desgaste e involucra a la psicología. Nadie chuta de maravilla sin dos atributos interiores: el placer de hacerlo y la voluntad de mejorarlo. Sólo esto explica la maniática obsesión de quienes educan a su pie en plan políglota. ¡Cuán distintos son un puntazo, una volea emprendida con el empeine y un tiro de tres dedos!
Es evidente que no todas las formas de inteligencia sirven en la cancha. El razonamiento abstracto se vuelve dañino con la pelota en los pies. El fútbol exige una mente tan rápida y tan certera que debe confundirse con los reflejos, aunque no es idéntica a ellos pues presupone una secuencia, un siguiente acto, todavía futuro, donde el lance tendrá mayor sentido. Rodeado por tres marcadores, Romário descubre en un parpadeo la ruta de evacuación. Estamos ante uno de los pocos delanteros capaces de hacer una finta con el hombro, sortear rivales con equilibrio de funámbulo, soportar marcas con nervios de corresponsal de guerra y hallar un hueco imposible que volverá congruente.
*Publicado en el libro Dios es Redondo, editorial Planeta, 2006.