MILANO — Este sábado, a las 20.45 hora local, Atlético Madrid y Real Madrid jugarán la gran final de la UEFA Champions League. Será la cuarta vez que el campeón de campeones europeo se defina en Milán. Repasamos las otras tres definiciones que se disputaron en el mágico estadio de San Siro. Con un dato adicional: los tres campeones de Europa que se consagraron en San Siro terminaron ese año en la cima del mundo. Los tres enfrentaron en la Copa Intercontinental a un equipo argentino (Independiente, Estudiantes LP y Boca Juniors) y los tres festejaron.

2001, LA MALDICIÓN DE CÚPER

El 23 de mayo, el Valencia de Héctor Cúper, con los argentinos Roberto Ayala y Mauricio Pellegrino en la saga, el Kily González y Pablo Aimar en el medio, se enfrentó al Bayern Múnich de Ottmar Hitzfeld. Para los valencianos era su segunda final seguida (habían perdido 3-0 ante Real Madrid). A los bávaros la Champions de 1999 se les escapó en dos minutos. Para ambos, pellegrino_bayernevitar otra frustración parecía más importante que ganar.Un coro operístico abrió la fiesta al drama futbolero que se viviría. A los tres minutos, Gaizka Mendieta, de penal, adelantó a Valencia. Parecía que esta vez sí sería su día aunque era demasiado pronto para celebrar. Un par de minutos después Jocelyn Angloma derribó a Stefan Effenberg en el área pero las piernas Cañizares le atajaron el penal a Mehmet Scholl. Tenía que ser el día de los españoles, pensamos todos.

En el entretiempo, Cúper intentó cuidar la ventaja con más presencia en el medio. Sacó a Aimar y lo reemplazó con David Albelda. Pero a los cinco minutos, otra vez un penal para los alemanes. Effenberg no delegó la tarea y empató. La igualdad 1-1 sobrevivió hasta el final y durante los 30 minutos de tiempo suplementario.

Como se había dado todo parecía lógico que la final se definiera en los penales. De nuevo, el destino jugó con las ilusiones valencianas. Paulo Sergio tiró el primero a la tribuna de San Siro y Mendieta volvió a poner en ventaja a los españoles. En la tercera ronda Zahovic falló y la tanda quedó igualada. Hubo que esperar hasta la séptima rueda para la definición. Linke anotó. Pellegrino falló. Oliver Kahn, que atajó tres penales, fue el héroe.

Bayern se consagró campeón de Europa un cuarto de siglo después. Alguien, o algo, parecía ensañado con Valencia y con Cúper, que perdió así su tercera final europea en tres años (en 1999 había caído con Mallorca en la Recopa de Europa) y nunca más pudo llevar a otro equipo a una definición continental.

1970, EL FÚTBOL NO VA A LA HUELGA

La 15ta final de la Copa de Europa estuvo a punto de no jugarse. Una huelga nacional de telefónicos y carteros, a la que se plegaron la policía de tránsito, empleados municipales de Milán y los trabajadores de San Siro, mantuvo en vilo la realización del partido hasta último momento. El tradicional programa de la final ni se publicó. En la noche previa se alcanzó un acuerdo que calmó la convulsión político y social en la ciudad. El partido se disputó como estaba previsto, el 6 de mayo, con más de 50 mil espectadores en el Meazza, 25 mil escoceses con bufandas verdes y blancas y 25 holandeses con remeras rojas y blancas.GW400H251

Celtic llegó como el gran favorito a Milán. En su camino había superado a candidatos importante, al poderoso Benfica de Eusebio con algo de suerte -ganó 3-0 la ida, perdió 3-0 la vuelta y avanzó con sorteo en el vestuario del árbitro-, y con buen juego colectivo a Fiorentina y a Leeds, los campeones de Italia e Inglaterra.

Enfrente lo esperaba un Feyenoord que, pese a eliminar al Milan de Gianni Rivera, vigente campeón, y al Legia Varsovia de Kazimierz Deyna, no asustaba demasiado. Los más de 135 mil escoceses que vieron el pase a la final lo celebraron como un título. El entrenador de Celtic, Jock Stein, llegó a decir: “Feyenoord no tiene el calibre, el físico ni la fuerza de Leeds. Un gol rápido y tendremos ganado el partido. Nuestro gran peligro somos nosotros mismos. Si Jimmy Johnstone está bien vamos a ganar”.

El austríaco Ernst Happel, que luego volvió a ser campeón de Europa con Hamburgo en 1983, se encargó de que sus jugadores neutralizaran a Johnstone. Siempre había dos hombres sobre la figura del Celtic. Win Jansen, Franz Hamil y un joven Willem van Hanegem, el trio de medios de Feyenoord, dominaron el relato del partido de principio a fin.

La final se jugó a un ritmo de vértigo para la época, como querían los holandeses, aunque fue Celtic quien se puso primero al frente. A los 30 minutos, un disparo de Tommy Gemmell, tras un pase corto en un tiro libre, adelantó a los escoceses. Feyenoord empató rápido, en otra pelota parada, con un frentazo de su capitán Rinus Israël, luego de varios cabezazos en el área. De ahí en más fue un monólogo holandés. Solo las grandes atajadas de Evan Williams y los postes alargaron el partido hasta el tiempo suplementario.

Cuando quedaban dos minutos para que se programara una revancha en San Siro, a las 48 horas, el sueco Ove Kindvall, el goleador de Feyenoord, aprovechó un pase largo que el defensor Billy McNeil no logró frenar con sus dos manos y definió por encima del arquero. Una turba de fotógrafos invadió el campo y rodeó a los jugadores para retratar el festejo triunfal. Doscientas mil personas recibieron en Rotterdam al primer equipo holandés en ser campeón de Europa. Antes que con Ajax, el Fútbol Total tuvo su primer éxito con este Feyenoord y ese triunfo en San Siro.

1965, BICAMPEÓN EN CASA

Antes del Fútbol Total holandés de los 70 el último grito de la moda futbolera era el Catenaccio. Su máximo exponente era el Internazionale de Milán. Y su líder, el argentino Helenio Herrera. El Inter-benficaaño anterior, en Viena, el nerazzurro había vencido 3-1 a Real Madrid y se había consagrado campeón de Europa. Doce meses después tenía la, aún hoy, inusual chance de repetir, y en su estadio.

Milán era entonces la capital continental del fútbol. AC Milan había sido campeón europeo en 1963 e Inter dominaba el continente desde hacía meses. Su estilo defensivo y efectivo irritaba a muchos pero coleccionaba trofeos. Por eso una final como la de esa temporada, contra el lujoso Benfica, bicampeón 61-62, liderado un Eusebio en plena forma, se la consideró un duelo determinante. Si alguien podía detener al Catenaccio ese era el equipo de la Pantera de Mozambique.

Benfica llegó a esa final con números apabullantes. Goleó a todos sus rivales previos y la serie más pareja, ante Real Madrid, se la llevó por un global de 6-3 después de bailar 5-1 al equipo de Puskás. Inter, en cambio, fiel a su costumbre, había superado a Rangers y al Liverpool por la mínima diferencia.

Antes del partido, Herrera se mostró confiado y prometió buen juego: “El año pasado no estábamos seguros de nosotros. Ahora, sabemos que podemos ganar bien y de forma INTER_02_672-458_resizeatractiva. Esperamos liderar Europa por muchos, muchos años”. También supo elogiar al rival de turno. “Benfica tiene bastante experiencia para saber que tienen todas las chances de arruinar la fiesta de San Siro”, afirmó.

Los portugueses sabían que los esperaba un clima hostil en el estadio de Inter, incluso presionaron sin suerte a la UEFA -amenazaron con enviar un equipo juvenil- para mudar la final de Milán. Pero fue una fuerte lluvia primaveral y no el público lo que los sorprendió. En un terreno pantanoso el fútbol de pases de Benfica naufragó ante la potencia física y el orden de los italianos.

El gol del puntero derecho Jair, en sociedad con el arquero Costa Pereira, poco antes de que termine el primer tiempo, sentenció la final. El 1-0 casi siempre había sido suficiente para el Inter de Herrera, solo un equipo había podido convertirle en San Siro en ese torneo. Con Benfica no hubo excepción. Los portugueses se frustraron una y otra vez durante todo el segundo tiempo. El tanto del brasileño fue la única alegría de una noche húmeda en la que el pragmatismo del fútbol volvió a imponerse.

Inter fue el segundo equipo en consagrarse campeón en su ciudad, Real lo había hecho en Madrid en 1957, y el tercer club en ser bicampeón de Europa. Para Benfica era la segunda final perdida en tres años y la confirmación de la maldición de Béla Guttmann. El Catenaccio regía el mundo del fútbol. San Siro había sido testigo.


Fuente: ESPN.